La emergencia humanitaria que atraviesa el país lleva a las mujeres embarazadas a vivir una odisea infrahumana para poder dar a luz. Falta de atención médica, condiciones de insalubridad en los centros hospitalarios y también una buena dosis de deshumanización de los profesionales de la medicina forman parte de lo que tienen que pasar las venezolanas.
El «ruleteo» por maternidades y otros hospitales también se ha convertido en una situación habitual para las parturientas, que terminan por alumbrar hasta en los vehículos en los que son trasladadas.
La pesadilla de Daniela
Daniela Álvarez, de 32 años de edad, tenía 39 semanas y 5 días de embarazo cuando la médico tratante le informó que su útero no estaba apto para un parto natural. El 4 de noviembre se le entregó una referencia para la Maternidad Santa Ana, dependiente del Instituto Venezolano de Seguros Sociales; sin embargo, al llegar al centro asistencial no fue atendida.
En la Santa Ana, los especialistas de guardia, después de hacerle un tacto, la enviaron a su casa porque alegaron que no había dilatado. De acuerdo con la médico tratante, esto no iba a suceder porque su útero tenía un cuello largo de más de un dedo, lo que no iba a permitir la dilatación.
Desde ese día empezó el vía crucis de Daniela por distintos hospitales. En dos semanas recorrió el hospital Miguel Pérez Carreño; el Materno Infantil Doctor Pastor Oropeza, conocido como Materno de Caricuao, y el Hospital Materno Infantil Hugo Chávez, popularizado como el Materno de El Valle.
En ninguna de estos centros asistenciales obtuvo atención médica. Aun sin que los profesionales se tomaran la molestia de realizar un chequeo, la remitían una vez más a su casa a esperar los dolores del parto, el cual, afirmaban, tenía que ser natural.
Este era el segundo embarazo de Álvarez. El primero había sido 10 años atrás, cuando comenzaba la crisis hospitalaria.
En esa ocasión, después de hacerle los estudios del caso, los médicos tratantes le explicaron que su pelvis era estrecha por lo que su parto tenía que ser por cesárea. En esa época los seguros HCM de la administración pública todavía cubrían operaciones de este tipo y Álvarez pudo recibir una atención digna y a tiempo.
No pasó así con su reciente parto. «En ningún hospital me hacían caso. Decían que no todos los embarazos eran iguales, que yo podía dar a luz, que tenía que esperar a que me dieran mis dolores», relató.
El ingreso
El miércoles 13 de noviembre en la noche, Daniela empezó a sentir leves contracciones, por lo que el jueves en la mañana partió otra vez a recorrer hospitales. El último en visitar ese día fue el Materno de Caricuao, donde no la ingresaron porque el anestesiólogo tenía muchas pacientes. Le pidieron que volviera el lunes. Solo dos días a la semana este centro cuenta con especialistas en el área: lunes y jueves.
Después de pasar el jueves y el viernes en la madrugada con dolores, estos de repente desaparecieron. Entre la desesperación de no saber qué hacer y el miedo de que el parto pudiera pasarse, Daniela se percata de que está expulsando mucosidad con sangre.
La última opción era acudir a la Maternidad Concepción Palacios, principal centro de parturientas de la capital y uno de los mejores en los años de la democracia, pero en este centro, que está sumido en la misma crisis, el escenario no fue distinto. La devolvieron a esperar el momento, que según los médicos, tenía que llegar.
Gracias a un amigo pudo regresar a la Maternidad Santa Ana, donde finalmente la hospitalizaron el 15 de noviembre a las 2:43 pm. «Ya tu bebé está listo, hay que ingresarte de inmediato porque no puedes pasar más tiempo. La placenta se está envejeciendo», recuerda que le dijo la especialista que la vio al llegar al hospital.
En la institución le abrieron el historial para realizar la cesárea ese mismo día, con 41 semanas y 4 días. Copiando la dinámica de un centro penitenciario, los médicos, enfermeros y personal de guardia no transmitían ningún tipo de información sobre Daniela a los familiares.
De ella, su estado, su bebé, no se supo nada hasta el sábado 16 de noviembre a las 7:00 pm casi 30 horas después, cuando por un conocido con amigos dentro de la maternidad se pudo conocer que la le habían practicado la cesárea.
Sala de preoperación
Daniela recuerda que pasó más de 24 horas en la sala de preoperación –la misma en la que los médicos desinfectan los utensilios de trabajo–, sentada y sin siquiera una vía con suero. «Estaban 17 mujeres cuando me llevaron a la sala, incluso del día anterior, a las que no les habían hecho la cesárea».
Ese día los médicos de guardia solo realizaron 10 operaciones, desde el viernes a las 4:00 pm hasta el sábado a la 1:00 am, con la promesa de retomar las cirugías a las 6:00 am.
«Ya llegaron aquí, les voy a agradecer que tengan paciencia. El personal no se da abasto, no hay el material suficiente para operar, estamos trabajando con las uñas. Así que no quiero quejadera de ustedes. Tienen que esperar a que uno las atienda porque mucho estamos haciendo nosotros para poder operarlas y hacerles la cesárea», decía el obstetra de guardia, relata Daniela.
La promesa de volver a retomar las operaciones a las 6:00 am no la cumplieron. La guardia anterior entregó su turno y volvieron a ver a los médicos alrededor de las 9:00 am, cuando llegó la nueva guardia. Sin embargo, la anestesióloga recibió su turno pasadas las 10:30 am.
Conexiones
La inconformidad en la sala preoperatoria era notoria con el transcurrir de las horas, pero se intensificó cuando el especialista que recibió guardia en la mañana pasó a tres pacientes al llegar la anestesióloga.
«Pasaron ‘tres emergencias’ en el momento en que entró la anestesióloga. El médico de la guardia de la mañana las ingresó. Estaban ‘palanqueadas’, no sé si era que estaban pagando o si eran conocidas, pero no eran emergencias como él decía», advirtió Daniela.
«Eran mujeres que estaban en la misma condición que nosotras, pero él las atendió primero cuando ellas llegaron en esa mañana y nosotras, (las ocho restantes), teníamos parte de la tarde anterior y toda la noche allí, en esas sillas de hierro», agregó.
La respuesta del médico ante las molestias de las pacientes fue mandarlas a tranquilizarse. «Igual a ustedes las vamos a operar, así que tienen que esperar a que nosotros las atendamos», recuerda Daniela que les dijo el especialista.
«Tienen que conformarse con el servicio que estamos prestando porque hacemos magia más bien. Aquí nos pagan una miseria y mucho hacemos con venir», respondían los enfermeros, por su parte.
«Si nos poníamos a pelear o a decirles algo, menos nos atendían. Teníamos que quedarnos calladas y aguantar lo que hicieran y las decisiones que tomaban, porque ellos eran los que mandaban allí«, expresó Daniela.
La operación
El sábado a las 2:00 pm empezaron a atender a las pacientes del día anterior. Daniela fue ingresada al quirófano alrededor de las 6:00 pm. El antibiótico que le habían entregado al abrirle la historia no se lo suministraron porque uno de los enfermeros se lo llevó con la excusa de administrárselo antes de la operación.
Las especialistas que estaban en el quirófano hicieron caso omiso a la denuncia del hurto del medicamento, aun cuando este es un requerimiento para evitar infecciones durante la operación. «¿Cómo no te lo van a colocar si eso lo tuvieron que hacer antes de ingresarte? Será que no te diste cuenta», le decían. «Yo no estaba dormida, ni delirando, ¿cómo no me iba a dar cuenta?», expresó.
El quirófano no escapaba de las condiciones de insalubridad reinante en todo el centro hospitalario. La sala estaba sin aire acondicionado y sucia después de haber realizado tantas intervenciones en el día. Además, durante la operación faltaban instrumentos quirúrgicos e insumos, como bisturí y povidona. «Este bisturí ni corta, decía la doctora, mientras pedía otro bisturí, pero las enfermeras le decían que no había más», indicó.
«No sé si el bisturí estaba usado ni por qué no cortaba. Terminaron de limpiarme la herida con solución porque no había povidona», agregó.
Posoperatorio
Cerca de las 6:40 pm, Daniela fue trasladada a la sala de recuperación. Allí pasó la noche con los dolores posoperatorios, a los que se añadieron fiebre y migraña causadas por la anestesia. «Por más que pedíamos calmantes, nos ignoraban. Estuve con fiebre y nunca me hicieron caso, no se acercaron a mí para tocarme y ver si era verdad«, expresó.
A las 7:00 am la pasaron a una habitación en el primer piso de la maternidad. Esta tampoco contaba con aire acondicionado y algunas moscas se paseaban por encima de las camas, cuyos colchones estaban llenos de sangre o podridos. Nunca le dieron el récipe solicitado para poder comprar el antibiótico y evitar una infección. Hoy recuerda que finalmente lo consiguió gracias a una mano caritativa.
Las condiciones de los baños eran infrahumanas, continuó Daniela, estaban llenos de heces, orín y sangre. «En los días en que estuve no vi a una camarera pasar colecto o un trapo en las habitaciones. Los baños no los asean nunca. No hay limpieza», dijo.
Piodermitis
Daniela tuvo que pasar cuatro días más de los habituales en el centro de salud, debido a que su bebé adquirió una bacteria que produce piodermitis. Esta bacteria no solo estaba en el retén de niños, también se propagó por las habitaciones por lo que la mayoría de los recién nacidos se contagió.
En muchos de los casos, la complicación en la piel fue grave por lo que pasaban hasta 15 días hospitalizados. Mientras estuvo en el centro de salud, Daniela no supo qué fue lo que causó la erupción en el cuerpo de su bebé, fue después cuando lo pudo conocer.
«Cuando ya tenía tres días en la habitación (martes 19 de noviembre), se dan cuenta de que el espacio estaba contaminado y empezaron a sacarnos a todas a las patadas», refirió.
Entre el 15 y el 22 de noviembre, tiempo que pasó recluida en la maternidad, Daniela revela que fallecieron dos mujeres por infecciones contraídas luego de la operación. Además, también murió un pequeño durante el parto. «Era para una cesárea y la doctora la obligó a parir, se le pasó el parto y la bebé falleció. Al día siguiente la dieron de alta y la mujer se fue a su casa», indicó.
«Los enfermeros nos tratan a las patadas y a los bebés, como si fueran animalitos. Han perdido la humanidad, son personas frías y crueles», puntualizó.
El nombre utilizado en este trabajo es ficticio, a petición de la denunciante.