La venezolana Mariela Allen deja a sus hijos en casa, toma un par de maletas vacías y sube al autobús que la llevará desde la ciudad de Guarenas, cercana a Caracas, hasta la colombiana urbe de Cúcuta. Allí comprará productos diversos y alimentos que llenen su despensa todo un mes, ante la escasez y los elevados precios que alcanzó Venezuela.
En su viaje de ida y vuelta, cuyo pasaje cuesta 25 dólares, esta ama de casa de 43 años pasará más de 24 horas a bordo del autobús. En su travesía recorrerá 1.720 kilómetros y atravesará siete estados del oeste de Venezuela para llegar a Cúcuta.
Fin de la semana contra reloj
“La mayoría de las cosas que compré están en Venezuela, pero uno no las puede comprar. No te alcanza el dinero. Por eso hacemos el sacrificio de venir”, dijo Allen a EFE mientras apilaba, ya en Cúcuta, sus compras en una plaza del centro de la ciudad colombiana. Allí, los venezolanos apuran el tiempo para aprovechar el viaje.
Antes de llegar, en el trayecto de ida de unos 860 kilómetros, la mujer disfrutó de varias paradas cortas que apenas le permitieron estirar las piernas y comer, pero no asearse o descansar.
Es la quinta vez que esta madre viaja para hacer sus compras en Cúcuta. Es un destino que este año se popularizó entre los venezolanos en medio de la crisis que atraviesa el país.
Cada fin de semana, miles de personas parten desde Caracas y otras ciudades venezolanas para abastecerse con productos básicos, como harina, pasta, embutidos y jabones.
Quienes hacen este viaje forman parte de los cuatro millones de venezolanos que, de acuerdo con el director de Migración Colombia, Cristian Krüger, cruzan la frontera para aprovisionar sus despensas.
Es un fenómeno que se conoce como migración pendular, y que hasta hace no mucho tiempo se experimentaba a la inversa entre estos países.
Cuando comenzó la crisis de abastecimiento de Venezuela en 2014, Nicolás Maduro acusó a mafias del contrabando de desviar hacia Colombia al menos 30% de todos los productos del país.
Pero durante un recorrido en Cúcuta, EFE no encontró en los establecimientos o expendios de calle marcas venezolanas o productos que tuvieran la inscripción “hecho para Venezuela” en los embalajes, una de las medidas que tomó el régimen de Maduro para atacar el contrabando.
Enfrentando la crisis
El trayecto de ida es tan largo que el autobús con motor a gasolina se queda sin combustible y tiene que hacer un par de altos para repostar.
Pero en el interior del país, donde la crisis golpea con mayor fuerza, el abastecimiento de combustibles es irregular. Suelen formarse largas filas de vehículos a las afueras de las gasolineras.
Para hacer frente a esta situación, los chóferes cargan hasta 300 litros de gasolina en bidones, que se apilan en los espacios que más tarde ocuparán las maletas y bolsas con compras.
En su última parada, antes de acercarse a la línea que divide el territorio venezolano del colombiano, los organizadores del viaje hacen uso de este combustible con la ayuda de algunos niños, que esperan por este trabajo para ganar algún dinero que ayude a la economía familiar.
Desconfianza
Mostrando sus compras, Allen dijo a EFE que desconfía de las marcas de algunos productos alimenticios y de higiene personal que se venden ahora en Venezuela.
Amparada en su riqueza petrolera, Venezuela importó desde países de la región la mayor parte de lo que consumía durante décadas.
Pero el continuo desplome en la producción de la estatal petrolera Pdvsa y la caída mundial de los precios del crudo deprimió hace un lustro el flujo de caja de la nación, lo que generó desabastecimiento.
Además, antiguos socios comerciales dieron la espalda al régimen de Nicolás Maduro desde que la Unión Europea y Estados Unidos emitieran una batería de sanciones contra funcionarios y empresas estatales venezolanas.
Como resultado, marcas chinas y turcas han ganado espacio en los estantes de los establecimientos de abastos y supermercados, pero son vistas con recelo por parte de la población.
“Ese champú no es champú”, dijo Allen para ejemplificar el rechazo hacia fabricantes de poca tradición en el país. “Desconfías de las marcas”, añadió.
Esta desconfianza está llevando a millones de compradores a Cúcuta, una ciudad que se mueve al ritmo del comercio y que ofrece productos en los que los venezolanos confían.
El dependiente de una tienda de piezas de recambio para vehículos aseguró a EFE que siete de cada diez compradores que atiende cada día son venezolanos.
Un número menor reportan tiendas de ropa y restaurantes. Pero la cifra se eleva de nuevo cuando se habla de zapaterías.
Puentes y pasos ilegales
Muchos venezolanos hacen compras por montos que exceden los 500 dólares. Ante la posibilidad de ser acusados de contrabandistas y perder la mercancía, se aventuran a regresar a su país por los pasos ilegales fronterizos, conocidos como trochas, aunque no sin cierto temor.
Entre estos viajeros está extendida la creencia de que las trochas son controladas por bandas criminales y disidentes de la guerrilla colombiana. Esta tesis también la manejan las autoridades.
Pero quienes cargan compras más modestas pueden volver caminando por el puente Tienditas. Este se mantiene parcialmente bloqueado por contenedores desde febrero pasado, cuando el régimen de Maduro impidió el ingreso de la ayuda humanitaria que recabó el presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó.
Al regresar a San Antonio, ya en Venezuela, por pasos legales o ilegales, los venezolanos chocan de nuevo con la dura realidad de su país, lo que incluye comercios cerrados y cortes de energía eléctrica.
De camino a la capital, los autobuses son detenidos por efectivos policiales hasta media docena de veces. Pero la carga es apenas inspeccionada pese a que su valor puede estimarse en varios miles de dólares y la mayoría de los productos no cuentan con permisos de venta en Venezuela.
El retorno es aún más largo -unas 18 horas-, puesto que se pierde tiempo en largas colas para surtir combustible en vista del irregular abastecimiento de carburantes en el interior del país.
Pese al agotamiento que produce el viaje, quienes lo han convertido en parte de su rutina aseguran que cada vez lo llevan mejor.
“El trajín del autobús es un poco traumante, pero uno se va adaptando a la cuestión”, dijo a EFE el venezolano Gustavo Bello, quien hizo su segundo viaje a Cúcuta para surtir su hogar y un pequeño comercio que regenta en la favela caraqueña de Petare, considerada la mayor de América Latina.
Los productos, también en las calles
Pese a que el grueso de los productos son para el consumo personal, algunos venezolanos venden parte de lo que adquieren en Cúcuta como una forma de financiar futuros viajes, como el caso de Luisalba Álvarez, un ama de casa y propietaria de un local de venta informal en el centro de Caracas.
En su “puesto”, como ella misma le llama, vende chocolates, caramelos, galletas y jabones comprados en Cúcuta, un lugar al que puede acudir porque no piden visa a los venezolanos, como en otros destinos de la región.
La mujer de 49 años recuerda a Efe que en el pasado, los venezolanos solían decir con orgullo que sus compras provenían de Estados Unidos, una nación que ahora les exige visa, un trámite casi imposible para la mayoría, especialmente desde la ruptura definitiva de las relaciones diplomáticas entre el país norteamericano y el caribeño.
“Colombia está más cerca y no piden visas. Para Miami tengo que tener visa”, explicó Álvarez mientras vende los productos adquiridos en Cúcuta. A la vez que, piensa ya en el siguiente viaje al país vecino para seguir sobreviviendo en Venezuela.