J. recorrió siete países desde Caracas a Estados Unidos. Abrazó a su esposa el miércoles, minutos después que Washington anunciara nuevas restricciones para los venezolanos. Las lágrimas de alegría pronto se transformaron en tristeza: su hijo venía en camino, pero ya no puede entrar.
«Anoche estaba más contento que un niño en Navidad», contó J. a AFP pidiendo anonimato. «Pero cuando vi las noticias en TikTok llamé de inmediato a mi hijo y le pedí que no siguiera».
El Departamento de Seguridad Ciudadana de Estados Unidos anunció el miércoles que los venezolanos que entren fuera de sus puertos de migración vía México serán devueltos a ese país.
En contrapartida, Washington informó que 24.000 venezolanos podrán acogerse a un programa humanitario inspirado en el destinado antes a miles de ucranianos que huyen de la invasión rusa.
Pero el cupo palidece contrastado con las estadísticas migratorias.
Desde octubre de 2021 las autoridades estadounidenses contabilizaron más de 155.000 venezolanos entrando por su frontera sur, más del triple que en el período anterior.
La mayoría llega a Texas, como J., quien pisó suelo estadounidense el domingo luego de cruzar un trecho del río Grande en el cual el agua llegaba hasta el pecho.
«No fue nada en comparación con lo que tuve que hacer para llegar aquí», dijo bajo el escaldante sol de Eagle Pass, ciudad fronteriza de Texas en donde se presentó ante las autoridades con la ropa mojada y los zapatos llenos de barro.
Llevaba una mochila con un par de mudas de ropa, «las otras las dejé en el camino». Un rosario blanco y una estampita del beato venezolano José Gregorio Hernández en la cartera.
«En la raya»
«Mi esposa me dijo ‘¡Entraste en la raya!'», contó J. ahora en Nueva York. «Fue la voluntad de Dios. No sé qué habría sido de mí si demoraba un poco más. Es un viaje muy doloroso, muy sufrido, para llegar y ser devuelto».
Millones de venezolanos han dejado su país en los últimos años debido a la dura crisis que azota a la nación gobernada desde hace más de dos décadas por el chavismo.
Muchos se abrieron paso en América Latina, pero este año el flujo hacia Estados Unidos explotó debido a que el país, sin relaciones diplomáticas con Caracas, les permite entrar para tramitar pedidos de asilo.
AFP conversó con varios de ellos a lo largo de la frontera en Texas esta semana, incluidos cinco jóvenes que dejaron lo poco que cargaban al lanzarse al río perseguidos por autoridades en México y llegaron apenas con la ropa del cuerpo, empapados y emocionados.
Videos mostrando columnas de personas con mochilas al hombro abriéndose paso en una tupida vegetación con el hashtag #selvadarien inundaban aún este jueves la red social TikTok, una de las principales fuentes de información de los venezolanos, por lo que se espera que otros miles lleguen en los próximos días.
«Terrible»
J. fue relatando el viaje a su hijo de 22 años de edad, quien decidió partir de Caracas cuando su padre llegó pero ahora dará marcha atrás a las puertas del Darién, el tapón selvático entre Colombia y Panamá que se ha convertido en vía de escape para cientos de miles de venezolanos.
«Estoy muy triste, y él también, porque íbamos a estar todos juntos finalmente», dice J. «Pero me daría mucho dolor que haga un esfuerzo tan grande y lo devuelvan a México, donde la gente es muy buena pero los agentes de migración y los policías nos maltratan mucho».
Para él, las autoridades mexicanas son la peor parte del trayecto.
«En la selva te ponen un brazalete para distinguir al que paga del que no. A quien no paga, lo maltratan, pero uno puede pagar lo que tenga si está solo. En México, el coyote te dice ‘son 500 dólares’, pero tú le dices ‘tengo 200’, los acepta, es, digamos, su trabajo. Pero un policía mexicano te va a decir ‘son 500’ y si no se los das, te golpea o te roba o te devuelve».
«Son terribles», dice L., una venezolana que llegó a Eagle Pass el domingo también clamando por asilo y que el miércoles en la noche se reencontró con su novio en Georgia.
Para cruzar la selva, L. tuvo que pagar 380 dólares a «los guías». «Es horrible, matan, violan, roban, no es como se ve en los videos». Para completar el último trecho desde México, su novio tuvo que pagar 3.000 dólares. «El dinero se recupera», dice él aliviado de verla.
L. durmió «como un plomo» la noche del miércoles, la primera en su nuevo hogar, pero su novio no pegó un ojo porque sus tres hermanas están atravesando el Darién.
«No hago sino pensar, estoy contento porque L. está finalmente aquí, pero no sé qué voy a hacer por mis hermanas».
L. tiene una enfermedad crónica y decidió migrar porque quedarse en su país le asustaba más que la inhóspita selva. «Allá no hay medicinas, si me quedaba sabía que no lo iba a lograr. En la selva por lo menos tenía chance», dijo. «Para algunos de nosotros, volver no es una alternativa».
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