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Temer más al paludismo que al covid-19 en Venezuela: «Aquí hay mucha plaga»

Por AFP
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Luz Martínez ha contraído malaria tres veces en Venezuela, la última cuando estaba embarazada de seis meses de su cuarta hija en un barrio pobre en el que esta enfermedad, también llamada paludismo, es más común que el covid-19.

Vive en Los Montones, comunidad de calles polvorientas a las afueras de la ciudad de Barcelona, estado Anzoátegui, donde le temen más a este mal que a la pandemia de covid-19, que ha desbordado hospitales en este país sudamericano.

«Aquí hay mucha plaga y se va mucho la luz. Gracias a Dios hemos tomado tratamiento», dice Martínez, de 30 años de edad, acostumbrada a las nubes de mosquitos que suelen invadir su casa de piso de arena poco antes de caer la noche. Además de ella, dos de sus niños han sufrido malaria.

«Hay paludismo bastante», añade esta mujer mientras amamanta a su pequeña, sietemesina, pues el parto se adelantó por su último contagio.

Venezuela fue el primer país en erradicar el paludismo en 1961, pero ha visto en la última década una alarmante explosión de esta enfermedad transmitida por el mosquito anopheles.

«Hay personas a las que le ha dado entre 15 y 20 veces paludismo», remarca Leonardo Vargas, activista comunal del sector, que participa en una jornada de búsqueda de casos organizada por la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) y autoridades locales.

«Jinete del Apocalipsis»

Venezuela no publica cifras oficiales desde 2016, cuando reportó poco más de 240.000 casos, 76,6% más que el año anterior.

El Ministerio de la Salud del régimen no respondió al pedido de la AFP por una estadística más actualizada.

Una recopilación de la ONG Sociedad Venezolana de Salud Pública, basada en los informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2018 a 2020, otorga a Venezuela el primer lugar en casos de paludismo en la región.

Según ese compendio, hubo más de 400.000 casos en 2019, más de la mitad de los contagios sumados por Brasil, Perú y Colombia juntos.

Este mal, que castigó a Venezuela hasta entrado el siglo XIX, había quedado restringido a recónditas zonas selváticas gracias a una política sanitaria liderada por el médico venezolano Arnoldo Gabaldón.

Pero José Félix Oletta, ministro de Salud entre 1997 y 1999, alertó que la malaria «se ha mudado de la selva a las ciudades» por el «abandono» de programas antimaláricos en los últimos 20 años.

«Esto ha permitido el retorno de uno de los jinetes del Apocalipsis de la salud Venezuela», acusa Oletta, alertando que el paludismo es «un problema de Estado» que ha sido «subestimado».

Muchos pacientes, destaca Oletta, vienen de las regiones mineras del sur, un epicentro de la enfermedad, donde se ha expandido la minería ilegal.

Para no perder de vista este mal, la OMS conmemora cada 25 de abril el Día Mundial del Paludismo.

Casa por casa

Venezuela tenía para 2019 unos 400 focos activos en 17 de sus 24 estados, y acumulaba entonces 73% de las muertes por esta afección en el continente, señala Oletta. Para 2010, la mortalidad era de 3,9%.

La pandemia de covid-19 empeora el cuadro, pues acapara los recursos humanos y financieros disponibles y los confinamientos reducen la capacidad de hacer diagnósticos y viajar a las regiones mas afectadas, añade el experto.

MSF y el Ministerio de Salud hacen operativos en comunidades como Los Montones para intentar reducir los casos.

«Vamos casa por casa», explica Gustavo Liscano, promotor de MSF de 27 años, que abre camino a un equipo sanitario.

Son ocho grupos que van puerta a puerta en Los Montones. Hacen pruebas de detección rápida si hay síntomas como fiebre, entregan medicamentos para tratar la enfermedad y donan mosquiteros con insecticida a diagnosticados y mujeres embarazadas.

MSF asegura que estas medidas han sido exitosas en Anzoátegui.

A Luz Misel y su bebé les mejoró la vida una malla que evita el paso de los mosquitos y que, según Olleta, el gobierno dejó de distribuir masivamente hace varios años.

«A mí me dio paludismo hace un año, fue horrible, me dio fiebre, dolor de cabeza, tembladera…», recuerda la joven, temerosa por su bebé recién nacido, que antes de tener mosquitero amanecía con su cuerpito lleno de «rosetones» por las picaduras.

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