Conocido en el mundo como novelista, Sergio Ramírez Mercado (Masatepe, Nicaragua, 1942) fue vicepresidente del país centroamericano donde nació, creció y luchó contra la dictadura de Anastasio Somoza. Y ocupó tan alto cargo porque formaba de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, creada tras el triunfo de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979. Este movimiento necesitaba una figura de consenso, respetada en el hemisferio, y Daniel Ortega, entonces coordinador de la Junta, calculó que el hombre indicado era este en cuyo apartamento de Madrid me encuentro.
Debo escribir “Sergio Ramírez, escritor nicaragüense”, pero resulta que la dictadura del mismo Ortega y su mujer, Rosario Murillo, le “quitó la nacionalidad”… tampoco sé cómo ponerlo, cómo es eso de que un tirano “le quite” la nacionalidad a un escritor. Expongamos que, en septiembre de 2021, Ortega lo incriminó por “incitación al odio y lavado de dinero” y ordenó su detención, pero ya Ramírez se encontraba en España, donde empezaría la
Gira de promoción de su novela “Tongolele no sabía bailar”. Cabe imaginar que frustrado por no poder encarcelar a Sergio Ramírez y a otros escritores, en 2023, Ortega los acusó de «traidores a la patria», los inhabilitó para ejercer cargos públicos, declaró que ya no eran nicaragüenses y le confiscó la casa a Ramírez y a su esposa.
—Finalmente, ¿qué nacionalidad le atribuyo?
—Yo soy nicaragüense, aunque la dictadura me hyaa despojado de la nacionalidad, a mí y a centenares de nicaragüenses más, que estamos en el exilio. Además, tengo la nacionalidad española, ecuatoriana y colombiana.
—Está pendiente la venezolana, por lo que veo.
—Espero que muy pronto la tendré, sí.
—¿Cómo es eso de que alguien le diga a uno que ya no tiene la nacionalidad del país donde nació, lo mismo que sus padres, el país de donde uno es un escritor reconocido con el Premio Cervantes (2017)?
—Bueno, usted y yo sabemos cómo son las dictaduras latinoamericanas: crueles y al mismo tiempo folklóricas, tragicómicas. Despojar a alguien de la nacionalidad es un acto de barbarie prohibido por las convenciones internacionales de los derechos humanos, consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y por el Derecho de Gentes de la propia Constitución de Nicaragua. Pero, es uno de los precios que hay que pagar por la lucha de los países por su libertad; y sigue vigente lo que escribí en su momento en las redes sociales: lo único que tengo es Nicaragua y nadie me lo puede quitar. Uno lleva consigo su país a donde vaya. El exilio es como la concha del caracol, uno la lleva a cuestas y, a la vez, va metido dentro de la patria que ha dejado atrás y eso está unido al propio ser.
—¿Qué percepción tiene usted de las elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela?
—Ese domingo fue un día trascendental para el futuro y la suerte de la democracia en América Latina. Así debe verse, incluso a pesar del evidente fraude perpetrado por la dictadura de Nicolás Maduro. El mundo sabe que este es el gran momento de la democracia de América Latina, que salimos adelante o nos quedamos atascados en la falsificación de la voluntad popular, en el fraude, en la mentira. Yo creo es una gran oportunidad, que lo sigue siendo, y que no está limitado solo a Venezuela sino que repercute en toda Hispanoamérica. Y eso explica que estemos todos tan pendientes de los acontecimientos.
—¿Qué impacto tendría un eventual cambio en Venezuela sobre Cuba y Nicaragua?
—Inmenso. Por eso hablo en términos latinoamericanos, porque lo que suceda en Venezuela va a repercutir profundamente en la suerte de Nicaragua, de Cuba y de todos países de América Latina. No cabe ninguna duda. Si Venezuela retorna a la democracia, esa puerta quedará abierta para la región en su conjunto.
—Cuando hablamos el domingo, el día de las elecciones, antes de que Maduro se declarara vencedor sin demostrarlo, y a contravía de lo recogido en las actas, usted se mostró muy reservado y dijo albergar un “optimismo cauteloso”.
—Dije eso para no decir que no tenía ninguno. Y no porque dudara de que la votación iba a favorecer por mucho a Edmundo González Urrutia, sino porque conozco muy bien el poder como el que existe en Venezuela, arbitrario, cerrado, que se ha venido consolidando a lo largo de muchos años. Deshacer ese poder a través de un proceso electoral no es fácil. Yo estoy seguro de que la oposición va a triunfar, como ya lo hizo en las urnas, pero tendrá que enfrentar un periodo largo y complejo de negociaciones.
—Hoy, jueves 1 de agosto, le pregunto, ¿qué ha ocurrido en Venezuela?
—La conclusión más importante es que se confirma que Venezuela es un modelo antidemocrático. Es el modelo maduro-chavista, que contradice los principios del Estado de Derecho, que comienza por el respeto al voto al voto popular. En Venezuelas priva un Estado que ostenta el control total de las instituciones y pretende el control de la sociedad, no solo negar la voluntad del voto sino acallar toda disidencia, cosa que ahora mismo hace por medio de la violencia, el asesinato, el presidio político y el exilio, que son los instrumentos clásicos de las dictaduras.
—¿Cuál es su advertencia a Hispanoamérica ante lo que ha ocurrido en Venezuela?
—Yo comenzaría por decir que sería una trampa caer en la discusión de si en Venezuela se pueden utilizar los mecanismos del Estado de derecho; es decir, si la oposición tiene en su mano recursos legales para recurrir la falsedades del recuento del voto popular ante los tribunales, la sala electoral de la Corte Suprema… Esas son falacias. No podemos dejarnos arrastrar en ese juego. La comparecencia de Maduro ante ese Tribunal para que parezca una práctica formal no es más que una farsa teatral.
—¿Qué opción nos queda?
—La resistencia. No aceptar nunca que la voluntad popular haya sido haya sido falsificada. Resistir. Viendo ayer [miércoles 31 de julio] la comparecencia de Maduro y el uso que hace de las narcoguerrillas del Tren de Aragua, se confirma que todo en este proceso ha sido una falsa de su parte, muy propia de los servicios de inteligencia a las que estamos acostumbrados, lo mismo que las acusaciones contra el Presidente electo, González Urrutia, de ser miembro de la CIA, todo eso es risible. Esto nos pone en la evidencia de que Maduro, en lugar de abrirse a una revisión que evidenciaría de la falsedad de su supuesto triunfo electoral, como mucha gente ingenuamente piensa que hará, lo que está haciendo es desatando los mecanismos de la prepresión, de la amenaza, en fin, lo que hace siempre. Maduro y no va a aceptar una revisión de su propia derrota electoral, lo cual lo despoja del poder.
—¿Cree usted que podemos contar con algunas presiones internacionales, tanto de países como de organismos multilaterales?
—Precisamente, cuando yo me refiero a volver la vista a un lado, a hablar de mecanismos de solución jurídica… de toda falsedad, me estoy refiriendo a la comunidad internacional. Es triste que, ayer mismo, una votación de la OEA no haya logrado los 18 votos necesarios para aprobar una resolución de solicitud de transparencia al régimen de Maduro. La verdad es hay países que vuelven la vista al otro lado, que no quieren enfrentar el hecho de que se trata no solo de una dictadura, sino una tiranía que niega la voluntad popular y que, como las dictaduras clásicas de América Latina, se basa en golpes de Estado o en falsificaciones electorales. La firmeza de la comunidad internacional es muy importante. No es que vaya a resolver el problema, el problema lo van a resolver los venezolanos, más temprano que tarde, de eso estoy seguro, pero la comunidad internacional debe demostrar congruencia con el principio según el cual la única forma de convivencia pacífica que tienen los pueblos es la democracia. Aquí no se trata de alinearse con la izquierda, de “evitar que la derecha llegue el poder de cualquier manera, incluyendo las falsificación electoral”, que me parece otra posición muy cínica, esa de poner la ideología por encima de la democracia. El pueblo de Venezuela ha escogido. Hay que respetar su escogencia más allá de las diferencias idológicas,. Aquí de lo que se trata es de democracia frente a autoritarismo.
—¿A qué atribuye usted ese cinismo del que habla, el de países negados a admitir lo obvio?
—Me parece que hay un viejo sentimiento, que solamente el presidente Boric contradice de manera muy clara, y es que se trata de un gobierno de izquierda y, por tanto, hay que taparle sus crímenes. Pero, como ha dicho el presidente Boric, aquí de lo que se trata es de respetar la voluntad popular, que es un derecho humano que no puede ser que negado. Esa es la posición correcta.
—No falta quien se ampare en el supuesto principio de no injerencia.
—Tampoco es válido apelar a la no intervención. Los derechos fundamentales de la democracia, como derechos humanos que deben ser respetados, están más allá de la pretendida soberanía nacional y de la no injerencia en los asuntos nacionales.
—Como venezolana me indigna la indiferencia ante la dimensión humana de la tragedia cotidiana que se vive en Venezuela.
—Les importa a muchos. Yo creo que el mundo está atento a lo que está pasando en Venezuela. Hay gente que se comporta con cinismo, con desatención, y corremos el riesgo de que mañana vengo otro acontecimiento y sepulte lo que está ocurriendo en Venezuela, que es uno de los cálculos de la dictadura, que se olvide el fraude electoral de Maduro y pasemos a otro asunto. Pero pensar que Maduro y lo que él representa, toda la mafia que tiene alrededor, va a ceder poder por medio de unas elecciones, ya está demostrado que no es posible. La salida electoral, en este momento, está cancelada.
—¿Cuál es la salida, entonces?
—Apoyar, de manera inclaudicable, la resistencia del pueblo de Venezuela en defensa de la democracia, más allá de cualquier ideología. Esta película yo ya la vi. Por supuesto que Maduro iba a robarse estas elecciones. No veo cómo este régimen atornillado como está en la corrupción, con tantos intereses y tantos delitos, con petróleo, oro, tierras raras, litio, ese entramado de mafias en la frontera con Brasil, con Colombia, esa red de contrabandos oficiales, todos esos intereses a semejante escala… cómo se puede deshacer. Esta película yo ya la vi. Lo que están haciendo en Venezuela es el guión de Nicaragua: negar que han perdido las elecciones, la violencia, culpar a los imperialistas, decir que los líderes oposición son agentes de la CIA y que tienen que ir a la cárcel o al exilio “porque aquí solo podemos vivir los revolucionarios”… Ya estuve ahí, ya lo viví.
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