Manfred Maier se presenta como un alemán enamorado de la libertad y de Venezuela. Desde que manifestó en el legendario Mayo Francés demostró, a temprana edad, su convicción por la libertad. Nacido en Alemania, pero radicado en Venezuela por más de 32 años, para Maier siempre va a valer la pena protestar. Cree que los chavistas tienen mucho más que perder. “Son más los de ellos que se cambian a la oposición y abandonan su ideología fracasada. Además, el desgaste que tienen esos guardias es mayor al de nosotros. Si tan solo para salir a la calle tienen que colocarse como 10 kilos de protección con sus uniformes”.
Dice jocosamente que está feliz de ser soltero a los 65 años de edad, pero que extraña mucho a su hija que vive en su país natal. Aunque no consigue sus medicamentos para la tensión, riñón, estómago y próstata, se considera un afortunado en la sociedad venezolana porque todavía tiene los recursos para adquirirlas en el exterior.
Está entusiasmado porque por primera vez siente el apoyo “resteado y firme” de las personas de su edad y de la MUD. Dice que de Venezuela no se mueve, mientras se unta en el rostro una mezcla de antiácido para protegerse de las bombas y seguir marchando.
Después de gritar y exponerse al gas lacrimógeno, el 20 de abril, Yamilet de 51 años quedó ronca. Llegó a la autopista Francisco Fajardo del lado donde se encontraba el piquete de guardias nacionales. “No sabía que la GNB estaba ubicada ahí. Les dije a mis sobrinas que nos quedáramos en una esquina. Venía llegando mucha gente. En el momento de las detonaciones muchos se fueron hacia atrás. Los jóvenes en resistencia decían: ‘Vénganse. No nos dejen solos’. Entonces me quedé. Mis palabras fueron contra la GNB”, relata.
En los 40 segundos del video que corrió por las redes sociales, se escucha cuando la mujer con la cabeza cubierta de canas vocifera: “Maduro, te odio. No te tengo miedo. ¡Hasta cuándo! ¿Ustedes no tienen familia, desgraciados? Mira, no tengo armas. Solo esto”, enfatizó, mientras mostraba la bandera nacional y alzaba los brazos. Ella continuó avanzando y la GNB disparando. “Mi garganta está afectada. La piel me pica. Pero lo hice. Era la oportunidad. Cuando mis sobrinas vieron que iba más cerca me llamaban. Los muchachos que estaban cerca me dijeron: ‘No haga eso. Las bombas pegan duro”, cuenta.
Los familiares de Yamilet se enteraron de lo sucedido por las redes sociales. A su hijo le pasaron el video y fue ahí cuando la identificó. “Mi mamá, que vive en el exterior, me pidió que le jurara que no lo volvería a hacer. Yo quiero que esto cambie. No me quiero ir de mi país. No estoy con el gobierno ni con la oposición. Estoy por mí, porque quiero reclamar mis derechos”, dice Yamilet.
Para esta ama de casa, la situación en el país “es culpa de los adultos por haberle permitido tanto” al gobierno. Entre las cosas que lamenta está la disolución familiar, pues su madre emigró por falta de medicamentos. La misma Yamilet necesita realizarse una intervención quirúrgica y no ha conseguido los insumos necesarios.
Carlos Núñez, un guía turístico que se quedó sin empleo por los problemas que atraviesa el sector, asegura que no tiene nada que perder, sino más bien mucho que conseguir. Luego de dos años de estar desempleado, a sus 57 años de edad, no encuentra otra alternativa que no sea protestar. Destaca que esta vez siente que la gente está más determinada y se queda más tiempo en las marchas. Espera que el ritmo no se detenga.
De los 53 años de vida que tiene Alí Prieto, 25 se los dedicó al Servicio Integrado de Administración Aduanera y Tributaria (Seniat) hasta que lo despidieron el año pasado por firmar para el referendo revocatorio. No se arrepiente ni un minuto. Se define como gocho orgulloso. Viajó hasta Caracas para manifestar en nombre de sus hijos y nietos, por los presos políticos, los caídos y los estudiantes. “¿Tenerle miedo a una bomba lacrimógena? Nunca. Que las saquen todas, no nos rendimos”, gritaba mientras sostenía una bandera de Venezuela vestido con una franela del que fue su lugar de trabajo la mitad de su vida, durante la manifestación que llegó a la Conferencia Episcopal Venezolana, en el oeste de Caracas, la semana pasada.
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