Tomás no pensó qué iba a tocar, solo lo hizo. Así el joropo cruzó la zona roja en la manifestación del 20 abril. De sus manos, puestas en un cuatro, se desprendieron compases para responder con diversos acordes y un grito de “viva Venezuela, carajo” a bombas y detonaciones de la GNB.

“El gas era tanto que me cubrí la cara con la franela, empezaron a llover bombas y no corrí. Me quedé y lo asumí como asumo mi vida: ¡Tocando!”, cuenta el músico compositor, arreglista y actor.

Tomás, merideño de 29 años de edad, dice que aunque la música es su ocupación diaria, ese día fue diferente: “Nunca había planeado tocar en ese escenario, pero así es la vida. La música se manifiesta sola y donde lo requiere, ahí debemos estar”. Su convicción fue tal que su mano derecha sufrió algunas heridas. “Son por no parar de tocar. Quise tocar duro, con todas las ganas. No me di cuenta de las lesiones hasta que salí de allí y me empezó a arder”.

No recuerda cuánto tiempo transcurrió: “Cuando estás en la línea de fuego todo es eterno, no sabes cuándo terminará todo, solo toqué y ya, así es en un concierto. Utilizar el cuatro es mi manera de demostrar que el camino es la paz. No sé manifestarme de otra manera”. Con sus sentidos en alerta logró vencer el miedo: “Mi grito quizá fue la canción desesperada, el nudo que pide ser soltado”. Cuando todo terminó se fue a casa, tomó un baño, comió y reflexionó sobre lo sucedido. “No pensaba en mí, pensaba en mi familia. Supe que ese momento les asustaría. Por querer un mejor país para ellos, para todos, hice lo que hice, que repito: es lo que hago todos los días”.

Foto El Pitazo

Cuatro días después, Manuel Ortiz, tomó su violín y se “plantó” en la protesta del 24 de abril en el distribuidor de Altamira para recordar las raíces venezolanas mediante melodías de joropos. Dice que muchas veces le provoca “tirar la toalla”, pero predominan sus ganas de trabajar en Venezuela, al que considera un país potencialmente artístico. Tiene 21 años de edad y estudia en la Uneartes y en la Escuela Experimental Manuel Alberto López. Con sus otros compañeros desea brindarle ánimo y alegría a aquellos que deciden ir a las calles en busca de un mejor país. “La gente está cansada, como nosotros, así que cada vez hay más formas de protestar”.

A pesar de padecer infecciones respiratorias, Ana Gil asiste a todas las marchas con ropas rasgadas y el cuerpo pintado de fucsia y blanco con consignas que dicen “No + dictadura. No + muertes” para intentar dialogar con los guardias y pedirles libertad. Tiene 29 años de edad y es psicóloga de profesión, pero artista de corazón. Dice que la resistencia no violenta debe pronunciarse de todas las formas artísticas para crear conciencia. La suya: su cuerpo. En él intenta reflejar una Venezuela violada, maltratada y golpeada. Aunque lamenta el sentimiento de un futuro arrebatado se aferra al optimismo y a la idea de vivir en su país.


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