VENEZUELA

¿Por qué no es imposible derrotar a Nicolás Maduro?

por Avatar GDA | El Tiempo | Colombia

Nicolás Maduro lleva 10 años en el poder en Venezuela. En esa década, ha supervisado el colapso económico, la corrupción, un fuerte aumento de la pobreza, la devastación ambiental y la represión estatal de los disidentes y la prensa. Esto ha provocado un éxodo de más de 7 millones de venezolanos.

Ahora Venezuela se encuentra en una encrucijada y sus decisiones definirán la próxima década y traerán grandes consecuencias para el mundo. Venezuela celebrará sus elecciones presidenciales en 2024 —unas que Maduro puede perder, siempre y cuando la oposición se mantenga unida en su participación, la comunidad internacional siga involucrada y los ciudadanos se sientan inspirados a movilizarse.

Recientemente, dos acontecimientos significativos abrieron una ventana única de cara a la votación. Primero, una gran participación en las primarias de la oposición el 22 de octubre le dio a María Corina Machado, exmiembro de la legislatura de Venezuela, un fuerte mandato como candidata de la unidad. Segundo, el régimen no bloqueó estas elecciones —una de las concesiones que hizo en un acuerdo con Washington y la oposición a cambio de que Estados Unidos flexibilizara las sanciones de la era Trump a las industrias del petróleo y el gas.

El éxito de las primarias de la oposición podría haber sorprendido a Maduro; ahora estamos viendo un aumento en el acoso a los organizadores electorales y declaraciones de funcionarios negando el levantamiento del veto impuesto a los líderes políticos de la oposición —incluyendo a Machado— de postularse en las elecciones del próximo año.

De hecho, las elecciones presidenciales del próximo año ofrecen la mejor oportunidad hasta ahora para derrotar al chavismo, el movimiento de inspiración socialista iniciado por Hugo Chávez que Maduro acoge desde que llegó al poder hace más de 20 años.

Para aprovechar esta rara oportunidad, deben suceder tres cosas. Primero, la oposición debe permanecer unida en las elecciones y defender el voto. Segundo, la comunidad internacional debe seguir presionando por elecciones más libres y derechos humanos en Venezuela y al mismo tiempo reducir los riesgos para la salida de Maduro del poder. Y tercero, los políticos y líderes de toda Venezuela deben reorientar la narrativa hacia un mensaje lleno de esperanza, en lugar de ceder a la tentación de alimentar aún más una paralizante polarización.

El régimen de Maduro está consciente del riesgo que enfrenta en las elecciones presidenciales del próximo año. Su objetivo es convencer a la gente de que el cambio es imposible y que es mejor para los venezolanos quedarse en casa que votar. La oposición venezolana debe contrarrestar esas tácticas con un fuerte llamado a la participación. También debe enfrentar el dilema más fundamental que es común a muchos sistemas electorales autoritarios: participar en una elección que no será libre y justa, o boicotearla.

En las últimas elecciones presidenciales, en 2018, parte de la oposición, incluyendo a Machado, boicoteó la votación.

Las elecciones presidenciales de 2024 no serán un momento de celebración de la democracia: las condiciones para elecciones libres y justas aún no están dadas y, francamente, es posible que nunca lo estén. No obstante, si la oposición participa y los venezolanos votan en gran número, Maduro puede perder.

Algunos se preguntan si el régimen permitirá siquiera que se cuenten los votos el próximo año. Pero ante una monumental crisis social y económica, la élite chavista necesitará ofrecer a los venezolanos una historia que pueda otorgarle legitimidad interna, y eso sólo puede surgir de las elecciones.

Una victoria aplastante de la oposición es la mejor protección contra las trampas. Hay un ejemplo reciente de esto en Venezuela. Hace un año, en una elección regional en Barinas, el lugar de nacimiento de Chávez, el partido gobernante perdió por un margen considerable, pese a desplegar todas sus armas de trampa. Aunque se trataba de una elección regional y el poder presidencial no estaba en juego, la experiencia en el Estado, combinada con los acontecimientos del mes pasado, ofrece un camino para recuperar la democracia en el 2024.

El punto de partida es que la oposición debe acoger una estrategia realista que ponga la participación del pueblo venezolano al frente y al centro. En Barinas, el partido gobernante intentó presionar a la oposición para que boicoteara las elecciones invalidando ilegalmente los resultados e impidiendo que varios candidatos se postularan. Sin embargo, la oposición se mantuvo unida y mantuvo su compromiso de participar, a pesar de las injusticias.

En el mejor de los casos, el gobierno de Maduro levantaría todas las prohibiciones antes de las elecciones como parte de las negociaciones; incluso si eso no sucede, participar y ganar elecciones defectuosas es el mejor camino que tenemos para avanzar en la democratización.

La oposición también necesita un compromiso más fuerte de ayuda de otros países latinoamericanos, Estados Unidos y Europa. El régimen de Maduro ha demostrado que hará concesiones electorales y de derechos humanos, si recibe los incentivos adecuados.

Necesitamos líderes democráticos valientes y dispuestos a exigir la liberación de todos los presos políticos y lograr mejores condiciones para las elecciones del próximo año. También necesitamos que la comunidad internacional acelere la prestación del apoyo que tanto necesitan los más vulnerables de la sociedad. La oposición y el partido gobernante llegaron a un acuerdo hace un año para que los fondos públicos congelados en el extranjero debido a las sanciones se transfirieran a las Naciones Unidas con fines humanitarios. Hasta la fecha, esos fondos no se han utilizado.

Finalmente, la oposición necesita ofrecer una verdadera alternativa a la división promovida por el establishment de Maduro. Inspirar a la gente a participar requiere unificar al país en torno a una nueva narrativa. El tradicional mensaje de la oposición, atrapado en la polarización con el chavismo y con un mensaje nostálgico de un pasado que no volverá, está condenado al fracaso.

Una nueva narrativa para Venezuela debería apuntar a inspirar a los jóvenes, centrarse en ayudar a las personas con sus retos diarios —con servicios públicos, educación y acceso a anticonceptivos— y construir una economía más diversificada que genere empleos bien remunerados para reducir la desigualdad. El nuevo mensaje también debería aspirar a sanar una de nuestras heridas más profundas: la separación familiar debido a la migración masiva. La reunificación de nuestro País puede convertirse en un motivador personal y emocional para que todos los venezolanos participen y logren cambios. Reunir a la familia venezolana es algo por lo que vale la pena luchar.

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