El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se mantiene en el poder tras las reñidas elecciones del domingo 28 de julio. Maduro había prometido ganar por cualquier medio necesario y eso es exactamente lo que parece haber hecho.
A pesar de que sondeos preelectorales apuntaban a una victoria aplastante de la oposición, el Consejo Nacional Electoral, controlado por el gobierno, declaró vencedor a Maduro con 51,2% de los votos, resultado que al parecer se produjo tras el recuento de 80% de los sufragios. Edmundo González, el candidato tras el que se había unido oficialmente la mayor parte de la oposición, obtuvo 44,2%.
La comunidad internacional ha expresado sus dudas sobre el resultado. El presidente de Chile, Gabriel Boric, se dirigió a las redes sociales para decir que le resulta «difícil de creer», y Perú ha retirado a su embajador en Caracas alegando una «violación de la voluntad popular». Pero Maduro se muestra desafiante y habla de «triunfo de la paz y la estabilidad».
La líder de la oposición popular, María Corina Machado, a quien se había prohibido presentarse a las elecciones, dijo que un recuento paralelo había revelado que González había quedado en primer lugar, al obtener 70% de los votos.
«Hemos ganado y todo el mundo lo sabe… No solo les hemos derrotado política y moralmente, les hemos derrotado con votos».
No hubo llamamientos a protestas callejeras, pero en su lugar Machado pidió a las familias que se unieran a los observadores de los colegios electorales como parte de una «vigilia de celebración cívica».
Las elecciones estuvieron plagadas de estrategias para reprimir a los votantes. El sábado, por ejemplo, Venezuela cerró su frontera con Colombia para impedir que muchos de los 2,8 millones de venezolanos que ahora viven allí tras haber huido del régimen regresaran a su país y ejercieran su derecho cívico.
Sin embargo, la participación fue alta. Los informes en las redes sociales mostraban largas colas de votantes formándose incluso antes de que abrieran los colegios electorales. Algunos empezaron a hacer cola el sábado por la noche para aprovechar lo que consideraban la mejor oportunidad para derrotar el régimen represivo de Maduro.
La migración masiva de la última década dificulta la comparación con elecciones anteriores. Sin embargo, 9,3 millones de venezolanos –alrededor de 42% de los ciudadanos con derecho a voto– habían depositado su voto a la 1:00 de la tarde. Y a medida que se acercaba la hora de cierre de los colegios electorales, las colas seguían siendo largas, con estimaciones de hasta cuatro horas de espera.
En un país en el que la grave crisis económica y las innumerables violaciones de los derechos humanos han hecho caer en picado el apoyo al régimen en los últimos años, una participación tan alta habría beneficiado a la oposición. Así pues, el resultado anunciado por el consejo electoral de Maduro no convence.
Maduro y las sospechas de fraude
La oposición ha denunciado numerosas irregularidades. Algunos colegios electorales abrieron tarde, y los críticos con Maduro afirman que no se les permitió ver muchos de los recuentos de votos para confirmar los resultados.
La ley permite a los partidos enviar observadores al recuento de votos de cada colegio electoral para asegurarse de que los resultados coinciden con los anunciados por el organismo comicial. Pero la oposición afirma que a sus testigos solo se les permitió recoger recuentos en 30% de los centros de votación, y que estos resultados mostraban una clara victoria de la oposición.
Los centros de votación en Venezuela son electrónicos, lo que hace que el proceso electoral sea muy eficaz. Pero hubo un retraso de seis horas entre el cierre de las urnas y el anuncio oficial de los resultados.
El régimen achacó el retraso a un ciberataque destinado a «impedir la publicación de los resultados». Maduro declaró que «sufrimos un hackeo mayor del sistema electoral. Sabemos qué país está detrás, pero no lo voy a mencionar». No dio más información.
Pero su declaración ha servido de poco para convencer a la comunidad internacional. Los gobiernos de ocho países de la región, entre ellos Chile, Uruguay y Costa Rica, han rechazado el resultado oficial y exigen un recuento de votos justo y transparente.
Algunos jefes de Estado fueron más contundentes que otros. El presidente argentino, Javier Milei, escribió en X: «Maduro. Dictador. Fuera». Y este le respondió: «Le digo a Milei, no aguantas más de un round contra mí, insecto cobarde, traidor de la patria».
EE UU y la UE también han expresado sus dudas sobre la transparencia del proceso. El secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken, dijo que su país tiene «serias preocupaciones de que el resultado anunciado no refleje la voluntad ni los votos del pueblo venezolano».
Colombia, que comparte frontera con Venezuela, ha sido más discreta en su respuesta, y ha pedido un «recuento de todos los votos para despejar cualquier duda sobre el resultado».
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, está actuando con mucha cautela para no poner en peligro las negociaciones en curso con los grupos armados transnacionales, con las que espera lograr la «paz total» en el país tras décadas de conflicto.
Solo cinco países han felicitado a Maduro por su victoria, y todos ellos apoyan desde hace tiempo a su régimen. Entre ellos se encuentran el principal acreedor de Venezuela, China, Rusia y los Estados autoritarios de Nicaragua, Bolivia y Cuba.
Unida tras un único candidato, la oposición venezolana apostó por la fuerza del voto de protesta para reducir la probabilidad de que Maduro escenificara un encubrimiento. Pero ahora tendrá que considerar su estrategia, y animar a la comunidad internacional a mantener la presión sobre Maduro debe formar parte clave de esta.
Tras el anuncio de los resultados, González prometió continuar la lucha: «No descansaremos hasta que se respete la voluntad del pueblo venezolano».
Un nuevo amanecer en Caracas está a punto de comenzar, y con él otro día impredecible.
Nicolas Forsans, Professor of Management and Co-director of the Centre for Latin American & Caribbean Studies, University of Essex
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.