Francis Rodríguez llega con bolsas de tela llenas de piedras para que los muchachos las lancen a la policía en la línea de choque de una manifestación en Caracas.
El paso veloz con el que va y viene esconde bien sus 59 años. “Es que yo soy guerrera”, se justifica.
Forma parte de la llamada “Resistencia”, un improvisado ejército que representa al ala más radical de las protestas opositoras.
Muchos ni siquiera se conocen entre sí, no hay rangos entre ellos, ni uniformes. Solo tienen en común su posición radical contra el gobierno de Nicolás Maduro.
“¡Resistencia!”, gritan cada vez que salen a la carga.
La oposición realizó este sábado su cuarta manifestación contra el presidente Maduro en una semana, para exigir elecciones y que los magistrados del máximo tribunal sean destituidos.
Todas terminaron en enfrentamientos con la policía, que con bombas de gas y chorros impidieron el paso de los manifestantes al centro, bastión del chavismo y donde se concentran los poderes públicos.
Rodríguez recoge la carga en el medio de la extensa Avenida Libertador. “Llénenla bien”, dice a unos chicos que se encargan de estrellar peñascos contra el suelo para convertirlos en rocas menores.
Esa operación la dirige María Elena González, una mujer de 52 años que lleva una bandera venezolana amarrada al cuello como una capa y al saludar lo primero que hace es encomendarte a San Miguel Arcángel.
“Si ellos nos agreden, tenemos que defendernos”, asegura mientras apunta con el dedo los trozos de calzada o brocales sueltos, que sirven de materia prima para la munición.
Los principales dirigentes de la oposición llaman a la resistencia pacífica, sin provocar enfrentamientos.
Pero la batalla de piedras contra bombas de gas es un libreto que se repite.
La propia González está consciente del peligro que representa la operación, incluso sabe que puede quitarle la vida a un policía con una pedrada, pero igual no cesa.
“Es el odio inculcado por este gobierno y tiene que acabar”, aseguró.
– Escena bélica –
“Gracias señora”, le dijo uno de los muchachos a Rodríguez al recibir la carga. “Ya vengo con más”, respondió ella.
El combate encaja perfectamente en el guión de cualquier escena bélica: los diálogos –“¡Malditos!”, gritaba uno–; los llamados a los paramédicos para atender un herido, principalmente por asfixia; el ruido de las detonaciones; el helicóptero que sobrevuela el área; y el “soldado” rebelde que no se mueve de la primera fila firme con una bandera venezolana.
En un momento se asoma la “Ballena”, un camión antimotines que lanza chorros de agua. “No corran, solo es agua, tranquilos”, grita un muchacho en la línea de combate, con actitud de líder.
“No sigan lanzando piedras, están esperando que nos cansemos. Calma”, advierte poco después.
Los chorros comienzan acompañados con centenares de bombas y no hay orden que los detenga. En el camino se ven además de las rocas, botellas y hasta un lavamanos y un inodoro de cerámica hechos añicos.
“Uno no ha terminado de llegar y ya te reprimen con bombas, sin dialogar. Y los policías lanzan las piedras de vuelta”, aseguró un joven estudiante que pide reserva por temor a entrar en una lista de buscados que la policía divulgó por Twitter.
En la arremetida de la “Ballena”, Amparo Rodríguez va con el paso que le dan sus 67 años. También está armada con una piedra “por si acaso”. “Ay, volvimos a perder terreno”, lamenta, mientras muchos jóvenes la asisten en la retirada.
“Yo estoy en la lucha desde que tengo siete años y cayó Marcos Pérez Jiménez”, dictador de Venezuela entre 1952 y 1958. “Y seguiré luchando”, promete.
Los policías recorren en motos el feudo conquistado, recibiendo insultos desde los edificios, pero no responden. Algunos asisten a sus compañeros: también afectados por los gases, se colocan solución digestiva y paños con vinagre en la cara.
Más manifestaciones están previstas para la próxima semana. Y Rodríguez, González, los jóvenes tira piedras y el resto de este ejército volverán a la batalla, sin que necesariamente se reencuentren.
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