«Pataruco». Así suena el vocablo que los chavistas han convertido en su bandera de campaña y con el que se refieren a los candidatos opositores para las presidenciales del 28 de julio. Según el diccionario de la Real Academia Española, significa «gallo que no es de raza pura ni bueno para la pelea» o «persona cobarde». Y aclara: «despectivo, coloquial».
De esta forma, el chavismo centra sus actos proselitistas en el insulto y la desacreditación de sus oponentes, frente a las muestras incesantes de complacencia en torno al candidato oficialista, Nicolás Maduro, quien se define como el «gallo fino» que lucha contra los «patarucos», calificativo que su séquito repite una y otra vez con férrea disciplina.
«Soy el único candidato presidencial entre los 10 que hay, soy el gallo fino entre los nueve ‘patarucos’, el único que tiene experiencia, el apoyo del pueblo, de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y un programa de país. Somos los únicos que garantizamos la paz y la estabilidad», dijo Maduro a voz en grito en un acto en el estado insular Nueva Esparta, y repitió en innumerables ocasiones en otros lugares.
Pero, pese a su insistencia en alzarse como única opción y en reiterar que «nadie quiere a los ‘patarucos'», la tozuda realidad lo desmiente a diario, con multitudinarios actos opositores a lo largo y ancho de geografía nacional, especialmente en aquellos en los que se pide el voto para el candidato de la Plataforma Unitaria Democrática, Edmundo González Urrutia.
Así lo corroboró Efe en entidades del país, como Zulia, Aragua, Carabobo o el Distrito Capital, entre otros, donde la líder María Corina Machado promociona la candidatura de González Urrutia, quien ha hecho acto de presencia en contados mítines, aunque sí se prodiga en actividades con diversos sectores de la sociedad civil, así como con aliados políticos.
Insulto vs. diplomacia
La estrategia del insulto no logra provocar a la mayoría de contrincantes, que siguen su campaña haciendo caso omiso a las palabras del chavismo, y tiran de diplomacia, e incluso de ironía, frente a los intentos de descrédito, para pedir el voto.
Hasta el momento parece que esta fórmula convence a una ciudadanía que expresa en redes sociales y en actos de la oposición su hartazgo de exabruptos, insultos, gritos y provocaciones.
Pero en ese universo de candidatos opositores, no falta quien, como animal herido, entra en el juego y se mete en el gallinero, donde -asegura- el «gallo fino» es él, y no Maduro. Se trata de Antonio Ecarri, quien llama al aspirante oficialista «correlón», es decir, «gallo de pelea que riñe corriendo delante de su enemigo en una aparente fuga, para detenerse de pronto y lanzar algún tiro».
Ecarri, candidato de la formación Alianza Lápiz, como nuevo gallo del corral que se desmarca de los «patarucos», hace el paralelismo de dicha fuga con la que -asegura- aplica Maduro para evitar debatir con sus oponentes, e insiste en la necesidad de verse cara a cara y mostrar a los ciudadanos quién es quién en el tablero electoral, algo que -considera- solo se logra con un debate.
El resto de contrincantes -todos «patarucos», según Maduro- continúa su campaña de manera más o menos activa, y abogan por criterios más ortodoxos, centrados en propuestas y promesas para una eventual presidencia, en algunos casos poco realistas, pero puramente políticas.
Y así avanza Venezuela en su camino a las elecciones del 28 de julio, con cientos de dudas y una certeza: el próximo inquilino del palacio presidencial de Miraflores será un gallo, porque entre gallos anda el juego.