En 1943, cuando la sociedad da pasos trascendentales para alejarse de las vicisitudes de una historia pesada y oscura, nace El Nacional. Ha llegado la hora de lanzar las últimas paletadas de tierra en la tumba del gomecismo y corresponde abrir senderos más firmes para las ansias de libertad que se habían contenido, movimiento que implica la aparición de un vocero atractivo y confiable que pueda entusiasmar a la sociedad todavía vacilante ante los desafíos del cambio.
El impulso de líderes desconocidos e inexpertos requiere entonces una tribuna, a través de la cual se divulguen las propuestas de mudanza en términos estables y razonables, es decir, sin saltos de mata ni argumentos que lleven a la alarma. Los muchachos que curtieron la piel en la lucha contra una tiranía larga e inclemente, los que se hacen hombres en las cárceles y en las aulas del extranjero para regresar como adelantados de nuevas profesiones liberales y como creadores de novedades en el ámbito de la cultura, necesitan una plataforma que les permita proyección, un camino que les abra las puertas de Venezuela.
El pueblo que se ha distanciado del gomecismo, pero que no sabe con propiedad cómo profundizar el divorcio, también requiere de un puente que lo relacione con el futuro próximo. Está ansioso de renovación, pero continúa acorralado por los temores que habitualmente producen las sorpresas que pueden ser excesivamente rotundas. No quiere ser como antes, ni vivir la experiencia oscura de los antecesores, pero desconfía de unos voceros nuevos en la plaza que les muestran senderos inéditos. Quiere ensayar un capítulo diverso de su existencia, pero no le viene mal la luz de una linterna.
El contorno se siente conmovido por el establecimiento de nuevas organizaciones políticas sin relación con las banderías del siglo XIX, que lanzan explicaciones unilaterales y a veces demasiad sectarias, susceptibles de producir una mezcla de entusiasmo y vacilación por tratarse de novedades en sentido absoluto. Quieren ser y serán los fundadores de una sociedad diversa, pero solo cuentan con una parte de sus seguidores y con rivales de sobra. Si se agregan al panorama las incitaciones llegadas del extranjero, las nuevas sobre una guerra devastadora y la influencia de unas ideologías que pretenden cambios drásticos de la vida, Venezuela experimenta los tirones de una encrucijada primordial.
Entonces nace El Nacional. Para evitar búsquedas espinosas y susceptibles de crear desconfianza, para que la gente se acerque sin sobresaltos a un porvenir prometedor, para que los venezolanos, convertidos en lectores de una portentoso instrumento de comunicación, pasen de la experiencia aldeana a las rutinas cosmopolitas, de la lobreguez de los rincones a la familiaridad con la literatura y con las creaciones de las artes plásticas, de la dictadura a la democracia, del vasallaje a la ciudadanía, del pasado al futuro. Sucedió hace setenta y seis años. Con un grupo de lectores que en breve se volvieron masivos, se concretó entonces el inicio de un compromiso que el periódico ratifica hoy sin vacilación.