Un hombre empuña teatralmente un fusil mientras una camioneta blindada parte a toda velocidad: escena habitual en Venezuela, donde tener escoltas se ha convertido en símbolo de estatus entre una élite emergente.
Por barrios acomodados de Caracas suelen verse circular, en fila, dos camionetas último modelo sin placas y con vidrios oscuros. Una moto de alta cilindrada puede sumarse al esquema. Se mueven a toda marcha, pocas veces respetan semáforos, y zigzaguean por las calles sonando una bocina similar a una sirena, con luces rojas y azules como las de una patrulla policial.
A bordo de una va «alguien importante», un «VIP» según el argot de este oficio, que puede ser un funcionario público, un empresario o un «enchufado», como coloquialmente se llama a una persona que hizo fortuna a través de negocios con el gobierno.
«Ya el escolta no es una necesidad de seguridad, es una necesidad más que todo de estatus», dice a la AFP Javier Gorriño, criminólogo y director de Seguridad Ciudadana de El Hatillo, uno de los cinco municipios de Caracas.
«En la medida que tienes más escoltas, tienes más nivel económico, más nivel político».
Venezuela es uno de los países más violentos del mundo con una tasa de muertes violentas siete veces mayor a la media mundial, aunque expertos coinciden en que los índices delictivos han bajado, incluidos los secuestros, principal causa del auge de escoltas y autos blindados hace unos ocho años.
En parte, la caída responde al refuerzo de operaciones policiales y militares contra megabandas en barriadas de Caracas, en las que se denuncian «ejecuciones extrajudiciales».
«A veces había en Caracas dos y tres secuestros diarios, de los cuales muy pocas denuncias había, por eso fue multiplicándose el delito», señala el experto, exfuncionario de la policía científica.
Oportunidad de negocio
Afuera de un restaurante o de un centro comercial, decenas de escoltas esperan junto a camionetas. Otros acompañan a su «protegido» por pasillos en tiendas o peluquerías, o cargan bolsas.
El porte de armas de fuego para civiles está prohibido desde 2019, lo que abrió una oportunidad de negocio para muchos policías y militares, que dedican parte de su tiempo libre a trabajar como guardaespaldas, utilizando su pistola de servicio.
«Gana seis, siete veces más que su sueldo», señala Gorriño. «Al ser funcionario policial tiene credencial, permiso de porte de arma».
Sarkis Sako, que lleva 14 años trabajando en el área de protección ejecutiva, dice que un escolta puede hacer entre 300 y 500 dólares mensuales, muy atractivo frente a salarios policiales que por mucho tiempo no llegaban a 30 dólares.
Hoy, tras un aumento de 1.700% decretado por el gobierno, un oficial recién graduado de la Policía Nacional gana el equivalente a 114 dólares.
Sako destaca, no obstante, que el trabajo policial es «totalmente distinto» al de un escolta, que «tiene que estar listo para dar la vida por su cliente». Por eso, insiste, la discreción y prevención son fundamentales, por lo que marca distancia de la pomposidad de algunos anillos de seguridad: «Si podemos evitar el conflicto es mucho mejor».
Cuestiona el escandaloso accionar de una escolta que entregó a su VIP una pistola durante un concierto del grupo colombiano Morat en Caracas, para que peleara por una baqueta que el baterista lanzó al público.
¿Mayordomo?
Angel Pinto, de 21 años, incursionó en el mundo de los escoltas después de trabajar en un festival de música como paramédico, su profesión.
«Vengo de familia de funcionarios» policiales, cuenta a la AFP. «Me sentía a gusto… No nada más porque uno va a ganar un ingreso mayor al de un puesto de (paramédico por) 24 horas. Vi que podía desempeñar las funciones».
Se formó y ya ha trabajado con diversas personalidades.
Un servicio de protección básico, con dos escoltas, ronda 3.000 dólares mensuales, estima Sako. Hay empresas de seguridad que ofrecen paquetes de escoltas entrenados, así como vehículos blindados conectados a centros de atención de emergencia.
«Los operadores de protección ejecutiva se basan principalmente en el análisis y la prevención constante, no es (asunto de) recoger bolsas del mercado, lavar la ropa ni mucho menos hacer diligencias familiares», insiste Sako. «Si quieres un mayordomo, busca uno».
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