Una pick-up blanca atraviesa rauda Caracas en medio del pesado tráfico de la tarde. Dentro, tres paramédicos alistan sus equipos para practicar un socorro de emergencia que, si ocurre a tiempo, podría salvar una vida. O varias. Es una jornada contrarreloj que tiene como telón de fondo la crisis que atraviesa Venezuela.
Pocos minutos después, los paramédicos llegan al sitio del suceso y un hombre yace sobre la basura y el agua sucia de una cuneta de la autopista que conecta Caracas con e estado Vargas, donde se ubican los balnearios favoritos de los capitalinos.
Decenas de residentes de un barrio deprimido que bordea la autopista aseguran que el hombre quedó allí después de que un camión que arrastraba una pieza de chatarra lo golpeara.
Temen que el hombre, inerte en el suelo, haya muerto.
«Fue la grúa, lo golpeó la grúa», dice con pena un testigo.
Pero nadie, salvo los paramédicos, parece entender bien qué pasa o cómo proceder.
Los miembros de esta brigada de socorristas, que se hace llamar los «Ángeles de la Autopista», consiguen que el hombre reaccione y los suben con rapidez a una ambulancia que lo traslada hasta un hospital de Caracas, donde finalmente recibe la atención que le salva la vida.
El tiempo entre el llamado de emergencia y la atención no superó los diez minutos, pese al largo trecho que recorrieron los socorristas y, aunque sucesos que revistan tal gravedad no ocurren siempre, la rapidez con la que deben actuar estos paramédicos es parte fundamental de su trabajo diario.
El socorrista Kenwin Rincones, quien conduce «La R», como llaman en la brigada al vehículo de rescate, dice a Efe que esos momentos están bañados de adrenalina, pero no de estrés o miedo.
«No me estreso para nada, siento que en esos momentos se activan mis sentidos y es cuando más seguro soy al volante», dice tras efectuar el rescate.
Como conductor de la unidad de rescate, el trabajo de Rincones es llegar lo antes posible a los sucesos. La mayoría de las veces, este socorrista de 35 años de edad debe manejar en medio del tráfico pesado de Caracas, pero esto no evita que tome la mayor velocidad posible a sus acciones.
«Cuando dominas el vehículo con seguridad sabes qué maniobras puedes realizar y cuál es tu límite», asevera.
Salvar vidas en medio de la crisis
Los «Ángeles de la Autopista» no son los únicos socorristas de Caracas, una ciudad con casi dos millones de residentes a los que cada día se suman varias decenas de miles de transeúntes de otras regiones.
Pero aunque haya varios grupos, siempre da la impresión de que hace falta más apoyo, más equipos o más vehículos de rescate, en palabras Ruth Echandia, la jefa de división de esta brigada de paramédicos.
«¿A quién no le gustaría tener más vehículos? Claro que sí, necesitamos equipos. Ahorita nosotros estamos trabajando con equipos básicos», dice Echandia a Efe.
Como ejemplo, la mujer señala que solo la picop de rescate que conduce Rincones está apta para efectuar recorridos a toda velocidad, en vista de las varias modificaciones con que cuenta tras el «apoyo» de un taller privado.
Otros equipos como palas, picos o tenazas también muestran un desgaste que podría complicar las labores del grupo.
Pero la mayor complicación surge cuando los socorristas han finalizado su trabajo y deben trasladar a los heridos a los centros asistenciales, donde la crisis que atraviesa el país caribeño se evidencia con fuerza.
Y es que, muchas veces, los hospitales no tienen médicos o equipos para tratar ciertas lesiones, por cuanto no los aceptan.
En esos casos, los paramédicos no pueden ofrecer soluciones salvo trasladar al herido a diferentes hospitales hasta que el paciente sea admitido, en una operación que en Venezuela es conocida como «ruleteo» y de la cual poco se habla.
El socorrista Jesús Pérez, uno de los jefes de guardia de los «Ángeles de la Autopista», evita hablar en profundidad de este tema con Efe, pero repasando algunos casos de los últimos meses señala que, varias veces, el paciente no fue admitido en algún hospital pese a su gravedad.
Control emocional
Pérez mira el horizonte cuando rememora algunos de los procedimientos de rescate en los que estuvo involucrado. Varios de ellos, dice, le marcaron por la cantidad de cuerpos sin vida sobre el asfalto o porque los afectados fueron niños.
«En procedimientos de envergadura donde se ve involucrado un saldo masivo de víctimas el control emocional del funcionario, en este caso del paramédico o rescatista, tiene que ser dominado perfectamente«, dice.
«Siempre hay un desgaste físico, emocional», agrega, al tiempo que apunta que el protocolo dicta que los socorristas sean evaluados por psicólogos de manera periódica.
Pero Echandia aclara que el grupo aún no cuenta con un psicólogo de planta que permita a los más de 100 paramédicos «conversar con alguien para drenar».
«Hay procedimientos que marcan a los mismos funcionarios (…), yo tengo procedimientos que todavía los recuerdo como si los estuviera viviendo hoy y son procedimientos de hace 5 años, 6 años. Atendí uno de 20 muertos y 15 heridos y eso todavía lo recuerdo como si hubiera pasado ayer«, dice.
Afortunadamente, estos casos de gravedad no son la norma en Venezuela, donde por la misma crisis y la cuarentena a la que obliga el nuevo coronavirus cada vez hay menos vehículos en las calles.
Ahora, son los accidentes en motocicletas los que ocupan las jornadas de los socorristas. Al menos 7 de cada 10 casos son derrapes de motociclistas.
Pero no siempre son fáciles de atender, y más allá de las complicaciones, a cada suceso llegarán los «Ángeles de la Autopista», una brigada de hombres y mujeres que arriesgan sus vidas para salvar las de desconocidos.