Su otra pasión era la comunicación. Poco a poco fue ganando experiencia hablando delante de las cámaras y en emisoras de radio: le tocaba asumir la vocería porque era la coordinadora de comunicaciones de su partido, y de la dirección de su seccional juvenil, la cual ayudó a fundar.
En diciembre de 2022 se mudó a Caracas. Le pesaba dejar atrás esa trayectoria política que había construido en su tierra, pero sentía que lograría mucho más estando en el epicentro, donde se toman las decisiones.
Al llegar a la capital, se topó con el lado oscuro de la política. Choques internos y decepciones hicieron que ese fuego de la adolescencia fuera perdiendo vigor. Con 21 años, estaba concentrada en sus clases de comunicación social en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y compartía una residencia con Isabella Noy, su mejor amiga. Aquella repentina convocatoria a elecciones presidenciales la sacó de su letargo. Aunque no sabía qué hacer, una voz en su interior le gritaba que debía moverse. Algo hizo clic y encendió de nuevo aquella llama.
Apenas recuperó el aliento, Norlymar tomó su teléfono y comenzó a escribir en la red social X llamando a la gente a inscribirse en el CNE y respondiendo las dudas que más se repetían entre los usuarios. ¿Cuáles eran los requisitos que solicitaban para registrarse? ¿A dónde debían acudir? Entendió que debía buscar una manera de orientarlos en un proceso que también era nuevo para ella, pues esta elección sería la primera vez en la que ella votaría.
Ella misma se había inscrito de forma tardía a los 20 años, aún escéptica sobre la utilidad del voto, tras ver el desenlace de comicios anteriores. Jamás ha visto un gobierno diferente, y sus nociones de “democracia”, “participación ciudadana” y “derechos civiles” las adquirió en talleres de formación a los que había asistido.
Por lo que había aprendido —en teorías u observando elecciones pasadas— tenía la certeza de que en las presidenciales serían necesarios votos, muchos muchos votos, para lograr el cambio que anhelaba. Así que se le ocurrió aprovechar su experiencia hablando en medios de comunicación, para alentar a los jóvenes a involucrarse en la política, pero no desde lo partidista, sino como un ejercicio pleno de ciudadanía.
Norlymar solía publicar storytimes en Instagram y TikTok, cargados de humor, contando su día a día. Cuando se trataba de abordar temas políticos, procuraba adoptar un tono más serio, un poco acartonado, como le habían enseñado que debía hacerse. Sin embargo, no se sentía ella misma siguiendo un guion. Prefería la espontaneidad.
Para conectar con la gente de su edad, debía empezar por hablarles con la misma cercanía que tenía con sus amigos. Su idea entonces fue mezclar la política con los trends y memes de moda para crear un formato entretenido, y que hiciera llegar el mensaje a los jóvenes: que se inscribieran en el CNE, que era importante.
Por ensayo y error, fue descifrando cómo funcionan los algoritmos para hacer su contenido viral. Su campaña comenzó a tener efecto, y no solo sus videos crecían en reproducciones, sino también en respuestas de gente cada vez más interesada en conocer cómo era el proceso.
Aunque había concebido su idea como un proyecto solitario, pronto armó un equipo con algunos amigos. Así se podían repartir tareas como crear flyers y material gráfico, administrar grupos de WhatsApp y Telegram o planificar actividades de calle. Ella decidió mantener su iniciativa como una cruzada personal, alejada de cualquier injerencia de los partidos.
Era la oportunidad perfecta para hacer las cosas a su manera.
El cronograma del CNE establecía que el 18 de marzo iniciaría una jornada especial de inscripción y actualización del Registro Electoral en todo el país y en el extranjero. Hasta entonces, se podía hacer esos trámites en las oficinas regionales del organismo, cuando el sistema o las trabas burocráticas lo permitían.
Una noche antes de ese 18 de marzo, Norlymar caminaba con Isabella al supermercado de su zona para comprar una torta. Andaba pensativa. De pronto, le hizo una pregunta a su amiga, que es programadora: “¿Qué tan difícil es crear un bot en Telegram?”. Ya había visto antes a otros dirigentes usar la inteligencia artificial de esa aplicación para indicarle a la gente cuáles eran sus centros de votación en las primarias opositoras de 2023, y un amigo le había dicho que era algo fácil de hacer.
Se le ocurrió entonces que podían desarrollar un programa que le dijera a la gente cuáles eran los puntos de registro más cercanos a su comunidad. La idea era cubrir el gran vacío de información oficial que existía, pues a pocas horas de iniciar la jornada, el CNE aún no hacía pública la lista oficial de estas estaciones.
Isabella le advirtió que programar un bot de ese tipo no era tan sencillo como creía, pero fue en vano. En el camino de regreso Norlymar ya la había convencido de hacerlo, y apenas llegaron a casa se pusieron a trabajar.
Mientras Isabella se encargaba de programar el bot, Norlymar debía anotar, uno por uno, los puntos y su ubicación para armar una base de datos. El detalle era que para ese entonces esa información solo se manejaba internamente en grupos de consejos comunales. Amigos de Norlymar consiguieron la lista, y se la enviaron esa misma noche. Para entonces ya había iniciado su plan B: contactar a las comunas de las 1 mil 136 parroquias de Venezuela para preguntarles.
En dos días lograron terminar el bot y ponerlo en funcionamiento.
Originalmente Norlymar quería llamarlo “Vamos a hacer la tarea”, una frase que se le había ocurrido tiempo atrás, pero Isabella le puso: “Hagamos la tarea”. Más corto y directo. Y funcionó: no solo tenían el bot, sino también un nombre para ese movimiento que ya había nacido.
Para los 30 días que duraría la jornada especial del Registro Electoral, el CNE solo había habilitado 315 puntos fijos en el país, además de algunos itinerantes. Una cifra lejana a los 1 mil 200 que organizaciones como Voto Joven solicitaban para atender a los más de 3 millones 500 mil nuevos electores que no estaban registrados.
Norlymar le preguntaba a sus amigos o a cualquier persona que se encontrara: “¿Ya te inscribiste en el Registro Electoral?”. En una ocasión, al salir temprano de una clase, organizó a sus compañeros y los llevó a la sede del CNE en Plaza Venezuela, cerca de la universidad.
A diferencia de otras organizaciones que habían asumido la labor de ayudar a la gente de comunidades remotas a trasladarse a los puntos de registro, Norlymar no tenía dinero para alquilar un autobús.
Apenas si había logrado pagar con Isabella los 50 dólares que cobraba Telegram por ampliar la capacidad de suscriptores del bot, y fue gracias a una colecta que hizo entre varios amigos y voluntarios en el grupo de WhatsApp de “Hagamos la tarea”.
Tampoco se sentía conforme solo llevando a las personas a inscribirse, sin explicarles para qué servía su voto o por qué era importante protegerlo el día de la elección. Por eso, decidió que, en lugar de ir a buscar a los jóvenes, usaría sus redes sociales para enseñarles que tenían derechos por los que debían luchar. Quería que fueran por sí mismos a registrarse, con plena consciencia de su deber.
Cada vez que recibía un mensaje con una foto del comprobante de inscripción, una sonrisa iluminaba su rostro. En un país en el que escaseaban las certezas, su misión se convirtió en la forma de canalizar la ansiedad que le oprimía el pecho.
No siempre conseguía que su mensaje calara. Solía recibir entre uno y cinco rechazos al día de personas que no querían saber nada sobre elecciones ni inscripciones. Incluso, tuvo amigos que se mantuvieron reacios. No podía juzgarlos. Era difícil vencer los años de apatía y desencanto de una parte de la población hacia la política. Y menos en momentos en los que la oposición navegaba en mares inciertos tras la inhabilitación de María Corina Machado. Ella misma lloró cuando supo que el CNE, sin dar ninguna explicación, bloqueó la postulación de la académica Corina Yoris, designada por Machado como candidata unitaria de la oposición.
El 9 de abril Norlymar volvió a llorar, pero esta vez de alegría.
El vicepresidente del CNE, Carlos Quintero, informó que hasta ese momento 428 mil nuevos electores se habían inscrito en el Registro Electoral. Aún estaba lejos de ser una cifra ideal, pero se emocionó al saber que la ciudadanía estaba atendiendo el llamado.
Ahora había que redoblar los esfuerzos para los siete días que restaban de operativo.
Durante su campaña, Norlymar conoció a jóvenes que luego se convirtieron en colaboradores. Algunos eran dirigentes juveniles de partidos, otros jamás se habían interesado en el activismo. Norlymar fue articulando con ellos una red de voluntarios que se extendió por estados como Zulia, Trujillo, Cojedes y Portuguesa. Incluso, algunos estaban en España.
Junto al movimiento estudiantil y Voto Joven, Norlymar organizó una actividad en la UCV en la que convergieron activistas de diferentes tendencias políticas, algunas incluso enfrentadas, bajo la tregua de una causa común: llamar a inscribirse a los jóvenes que aún faltaban por hacerlo. No contaban con permiso de las autoridades de la universidad, pero no les importó: instalaron su corneta en la cancha de la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos (EEPA) y comenzaron a pintar sus pancartas.
“Hacer la tarea significa simplemente hacer tu aporte, tu granito de arena desde tu espacio. Puede ser ir a inscribirte tú mismo hasta apoyar a alguien a que se inscriba y sepa dónde tiene que ir”, dijo frente a las cámaras, encabezando un grupo de estudiantes con pancartas.
Ese video circuló hasta en los grupos de WhatsApp de su familia, quienes a pesar de seguir preocupados por ella, ahora la apoyaban.
El lunes 15 de abril, a menos de 48 horas de terminar la jornada, Norlymar se sentía desbordada. Había dormido pocas horas el fin de semana. Mientras caminaba por uno de los pasillos techados de la UCV, su cabeza volaba pensando qué hacer el último día. ¿Una actividad de movilización masiva? Podía ser, aunque cuando llegó a la EEPA a reunirse con sus compañeros dejó de pensar en el asunto. O al menos ya no recordaba lo que pensaba pues, como en el cine, todo se fundió a negro.
Despertó en el Hospital Clínico Universitario.
Los amigos que la llevaron le contaron que apenas llegó a la escuela comenzó a hiperventilar y luego se desmayó. Pasó alrededor de 40 minutos inconsciente. “El cerebro se le desconectó”, bromeó el médico que la revisó, aunque explicó que lo le produjo el desmayo fue un ataque de ansiedad detonado por el estrés. El peor de todos los que había tenido hasta entonces.
Adiós a los planes para una “operación remate”.
Debía quedarse en casa a descansar.
Aunque estaba fuera de la acción, al día siguiente Norlymar no se despegó del teléfono. Uno de sus amigos que semanas atrás había estado renuente le pasó una foto en la cola del punto del CNE en Plaza Caracas. El lugar estaba lleno de gente, al igual que el de Plaza Venezuela y otros en el resto del país. Algunos debieron permanecer abiertos hasta la medianoche, ya que había personas esperando para inscribirse o actualizar sus datos.
Norlymar estaba conmovida. Los venezolanos estaban haciendo la tarea. El miércoles 17 de abril, el presidente del CNE, Elvis Amoroso, dio el balance: se habían inscrito 604 mil 964 nuevos votantes. Las cifras coincidían con el conteo de las organizaciones y los propios cálculos de Norlymar le indicaron que de esa cifra, al menos 9 mil 19 correspondían a personas que ella y sus amigos habían movilizado con las campañas y actividades de “Hagamos la tarea”. Eso era aproximadamente un 1,4 por ciento del total que la hacía sentir satisfecha.
Tras el anuncio, una pregunta comenzó a repetirse en el grupo de WhatsApp: “¿Y ahora qué sigue?”. Norlymar suspiró. Sabía que ahora habría que reformular a “Hagamos la tarea” para convertirlo en un movimiento de promoción y defensa del voto.
No será hasta después del 28 de julio, cuando entre todos entreguen su última gran tarea, que podrá pensar en tomarse unas vacaciones.
Jordan Flores
Como millennial, vengo de una generación marcada por las transiciones. Mis dos pasiones son aprender y narrar, por lo que intento conjugarlas escribiendo sobre todo lo que me atrape. Creo que los periodistas somos historiadores del presente.