El lunes 11 de marzo de 2013 recibí la llamada que cambió mi vida.
—Hola, Achi, soy yo.
Era la voz de mi hermana pequeña. Se oía entrecortada y triste.
—Hola, tesoro. ¿Qué pasa? ¿Estás llorando?
Junto a otros miembros de la familia, estaba en la consulta de la nefróloga, ultimando los detalles del trasplante renal planificado para una semana después. Seguía llorando cuando me dijo:
—Descartaron los riñones de Tina cuando la doctora vio el resultado de la urografía de eliminación.
Tina es mi hermana mayor. Los cirujanos de trasplantes renales prefieren que los potenciales donadores del órgano posean un riñón izquierdo con arteria renal única. De allí que nuestra hermana fuera descartada como donante porque el estudio mostró que no contaba con una anatomía vascular convencional, sino que presentaba múltiples y delgadas arterias renales, lo que la invalidaba como candidata.
—¿Y cuál es el problema, mi niña?
Ya habíamos hablado de ese posible escenario: si no podía ser mi hermana mayor, sería yo la donante.
Cuando el nefrólogo le notificó a mi hermana que sus riñones no estaban funcionando y que en poco tiempo debía ser trasplantada o, en su defecto, dializada, investigamos las posibilidades de trasplante. Descartamos someterla a diálisis, porque es un proceso cruento y complicado, más aún en un país que ya avanzaba hacia una emergencia humanitaria compleja y el sistema de salud comenzaba a colapsar.
En ese entonces fuimos al Hospital Pérez Carreño, uno de los centros públicos de Caracas donde se podía hacer el trasplante, dado que el otro que ofrecía ese servicio era el Hospital Militar Doctor Carlos Arvelo, pero atendían mayormente a personal militar.
Al llegar a la institución para solicitar la información, la lista de pacientes esperando trasplantes de cadáveres superaba las 200 personas, y para los trasplantes de donantes vivos tenían prioridad aquellos pacientes que estuvieran ya cinco o seis años siendo dializados. Ergo, no cumplíamos los requisitos.
Las evidencias demuestran que más de 50 por ciento de los pacientes que recibe diálisis es susceptible de recibir trasplante. En nuestro país, según las cifras que se manejan desde el Ministerio de Salud, unos 12 mil venezolanos sufren insuficiencia renal y deben realizarse diálisis entre dos y tres veces por semana por el resto de su vida, lo que genera un impacto económico, social y psicológico enorme por múltiples factores como la falta de medicamentos, la escasez de unidades de diálisis (muchas de ellas paralizadas por falta de mantenimiento y escasez de repuestos), además del costo en insumos para practicar el procedimiento, entre otros problemas. Es por ello que la mejor alternativa de tratamiento sería el trasplante de riñón: le ahorra al paciente todo ese calvario.
En 1992 en Venezuela se derogó la Ley de Trasplante de Órganos y Materiales Anatómicos en Seres Humanos, vigente desde el año 1972 y se modificó nuevamente en el año 2011, con el objeto de regular los procedimientos de donación y trasplante de órganos, tejidos y células en seres humanos con fines terapéuticos, de investigación o docencia.
Gracias a la red de apoyo y amigos que tenemos, conseguimos una cita con la doctora Candelaria Rodríguez, la mejor nefróloga venezolana en el área, quien trabaja en la Clínica Santa Sofía. Luego de examinar a la paciente, aceptó el caso y nos dio las pautas para determinar cuál de las dos hermanas era la mejor candidata para ceder su riñón.
Así comenzó todo.
Las tres hermanas fuimos a la Unidad de Trasplante e Inmunogenética de la Universidad Central de Venezuela, para establecer el grado de compatibilidad HLA (el human leukocyte antigens, que determina la compatibilidad de los tejidos del donante y los del receptor del órgano), prueba indispensable para precisar las posibilidades de rechazo del injerto.
El resultado de las pruebas genéticas dio un empate. Las tres hermanitas Picott Rangel presentábamos muchas concordancias.
Continuamos haciéndonos los exámenes de rigor. Sentía que mi cuerpo estaba preparado; deseaba fervorosamente ser quien compartiera una parte de su ser para garantizarle una vida digna a nuestra hermana.
Sin embargo, una tarde en que conversábamos, Tina decidió ser la donante. Argumentaba que era la mayor y que yo tenía un hijo pequeño (Guille, mi bebé, tenía 3 años de edad), así que, de suceder algún imponderable, no estaría para él. Claro, mi hermana mayor no es médico, como yo; y desconfiaba del procedimiento quirúrgico y sus implicaciones, así que su valentía y generosidad nos conmovieron mucho.
Al día siguiente de la llamada de mi hermana, fui a renunciar al trabajo que como asesor médico en una empresa de seguros había aceptado días atrás. No me parecía justo ni honesto introducir un permiso argumentando la operación en ciernes, pero para mi sorpresa, no solo rechazaron mi carta de renuncia, sino que el director de la organización ordenó que me pagaran el sueldo y beneficios de forma ininterrumpida a partir de ese momento y durante el tiempo destinado a mi convalecencia. “Para esta empresa es un honor tener a una empleada tan admirable y generosa como usted”, dijo.
Terminé de realizarme los estudios serológicos, que permitirían conocer la respuesta inmunitaria de mi organismo contra agentes infecciosos, y la depuración de creatinina, un examen especialmente relevante porque permitiría conocer qué tan bien estaban funcionando mis riñones, para finalmente practicarme la urografía de eliminación, la cual arrojó que mi arteria renal izquierda era gruesa como una guaya.
Con todos los exámenes aprobados, estaba lista para la operación, al igual que mi hermana pequeña.
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Los riñones son un par de órganos ubicados en la parte posterior de la cavidad abdominal, y son los encargados de depurar la sangre; es decir, a través de ellos eliminamos desechos y el exceso de agua en forma de orina, lo cual es imprescindible para mantener el equilibrio del organismo. Además, segregan sustancias reguladoras, como la renina, la eritropoyetina y la forma activa de la vitamina D. Si los riñones dejan de funcionar, no se puede filtrar la sangre y comienzan a acumularse sustancias de desecho, electrolitos y líquido, lo que, de no ser corregido, mediante diálisis o trasplante, llevaría a la muerte del paciente.
Antes de la operación el rostro de mi hermana lucía hinchado, pálido y cetrino, lo cual es sintomático en los pacientes con enfermedad renal crónica. Sin embargo, puedo jurar que nunca la escuché quejarse, renegar de su condición o utilizar su estado de salud para manipular a las personas. En realidad, era difícil imaginar cómo se sentía, porque era discreta y ensimismada en lo referente a su enfermedad. Fuera de la familia inmediata, pocas personas conocían de su padecimiento.
El lunes 18 de marzo de 2013, muy temprano en la mañana, la enfermera me entregó la bata, el gorrito y las botas con las que subiría a quirófano. Luego de vestirme, entró un camillero y me llevó por el largo pasillo hasta el ascensor. Ya adentro, una de las personas que se dirigía a algún piso, al verme sobre la camilla con esa indumentaria, me dijo:
—Disculpe la pregunta, señora, pero de qué la van a operar, porque se ve muy saludable.
Me causó mucha risa el comentario y le contesté:
—Voy a donarle un riñón a mi hermana que está en insuficiencia renal crónica.
Lo siguiente que pasó fue inesperado, pero muy grato. Todos dentro del ascensor comenzaron a aplaudir y no dejaron de hacerlo hasta que llegué al piso donde debía bajarme. Fue muy emocionante porque lo sentí como un buen augurio de lo que vendría horas después.
La nefrectomía radical es un procedimiento donde el cirujano urólogo extirpa todo el riñón y con frecuencia algunas estructuras adicionales, como el uréter. En mi caso, el abordaje fue mediante una sola incisión de aproximadamente 18 centímetros. El procedimiento es llamado lumbotomía posterolateral, el cual si bien pudiera ser agresivo si se compara con la extracción laparoscópica, fue la vía que preferí para minimizar el riesgo de lesionar el órgano.
Mi operación fue breve. Abrir, sacar y cerrar. En el caso de mi hermanita, el cirujano debió poner el nuevo riñón dentro de la parte baja de su abdomen para luego conectar la arteria y la vena del nuevo riñón a la arteria y la vena en su pelvis.
Luego de eso ocurrió el milagro.
De inmediato comenzó a circular la sangre a través del nuevo órgano y mi hermana comenzó a expulsar litros y litros de toxinas a través de la orina. La intervención del doctor Gennarino Rosito y su equipo fue un rotundo éxito.
A la mañana siguiente, Mariale me vino a visitar a la habitación empujando ella misma el paral del cual colgaba una bolsa recolectora llena de orina oscura. Su rostro estaba rosado y sonreía, plena y feliz, pero al verme, con mi cara hinchada y un poco pálida, se puso a llorar.
Lucía preocupada y yo estaba demasiado adolorida para decirle que todo estaba bien, así que me tuve que conformar con esbozar una media sonrisa mientras levantaba mi pulgar en señal de triunfo.
Luego de ese día, nuestras vidas cambiaron.
Mientras yo convalecía, mi adorada hermana se recuperó en un santiamén y se fue de vacaciones para Europa con mi papá y una amiga.
No se imaginan lo feliz que me sentí al verla libre, plena, aventurera y sin otra preocupación que recuperar el tiempo perdido y tampoco puedo explicar la satisfacción que conlleva dar vida en vida.
El 29 de agosto de 2017, mi hermana falleció debido a una infección generalizada cuyo punto de partida fue una neumonía a focos múltiples. El hecho ocurrió cinco años después de haber recibido la donación. Durante ese tiempo, no necesitó ser dializada y pudo vivir dignamente con mi órgano dentro de su cuerpo.
Si bien es obligación del Estado garantizar un sistema de salud que abarque a toda la población y que cubra de manera satisfactoria y oportuna las implicaciones en el trasplante de órganos en humanos, paradójicamente, el 1ro de junio de ese mismo año, tres meses antes de su deceso, la Fundación Venezolana de Donaciones y Trasplantes de Órganos, Tejidos y Células (Fundavene), adscrita al Ministerio de Salud, suspendió el programa de trasplante y procura de órganos en Venezuela de cadáveres a vivos, decisión que se mantiene a la fecha, privando a decenas de niños, jóvenes y adultos, de la posibilidad de experimentar la dicha de la vida a través del órgano de un donante.
Esta historia fue producida en el curso Medicina narrativa: los cuerpos también cuentan historias, dictado a profesionales de la salud en nuestra plataforma formativa El Aula e-nos.
Por Elsie Picott
Soy médico cirujano, especialista en anatomía patológica, y docente universitaria. Mi trabajo es ver células y tejidos a través de un microscopio. Leo poesía y escribo prosa. Mis amigos me describen como una “literata” prestada a la ciencia.
ILUSTRACIONES: CARLOS LEOPOLDO MACHADO
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