Una venezolana, oriunda de Maracaibo, estado Zulia, viajó durante 13 días en compañía de su hija de 4 años de edad para migrar a Chile en procura de mejores oportunidades. Carmen Pérez, identificada así para proteger su identidad, cruzó cinco trochas que separan Venezuela de Chile. Solo llevó dos morrales, el pasaporte y el miedo ante lo desconocido.
Foco Informativo señaló que Carmen, de 40 años de edad, decidió dejar Venezuela y reencontrarse con su hija mayor de 15 años, radicada en Chile desde hace tiempo.
Desde 2019 Pérez tenía intención de migrar, pero la pandemia del covid-19 se lo impidió. A su juicio, reveló Foco Informativo, lo más difícil fue dejar a sus padres en Zulia, uno de los estados más golpeados por la crisis que atraviesa el país. Sin embargo, sus ganas de darle un mejor futuro a su hija menor la motivó a seguir adelante.
“Necesitaba irme. No hay futuro en mi país y cada vez las opciones para migrar disminuían. Yo necesitaba reunirme con mi hija”, dijo la mujer al medio.
Un tour ilegal
Migrar no le salió gratis. Carmen, que es maestra, tuvo que reunir 950 dólares para pagar por un servicio que prometía llevarla desde el estado Zulia hasta Chile de manera ilegal. Era lo que ella misma calificó como un “tour ilegal para inmigrantes”.
“Con mucho sacrificio logré reunir los 950 dólares por el paquete que incluía 2 comidas y hospedaje para cuando no es posible cruzar las trochas por diversos inconvenientes”, explicó.
Salir de Venezuela no fue complicado. Aunque lo primero que se encontró al pasar la frontera fue a la guerrilla.
“Me impactó el momento cuando crucé el puente internacional Simón Bolívar, que conecta a San Antonio del Táchira con Cúcuta y vi a la guerrilla. Pasamos un río por un puentecito muy estrecho que cuando cruzábamos se tambaleaba por la gran cantidad de personas que querían pasar de lado y lado. Muchos se tiraban al cauce sin importar que se mojaran y había mujeres desesperadas por pasar con bebés en los brazos gritando”, relató.
Al llegar a la frontera de Colombia con Ecuador pasó en moto. “Calculo que más de 200 personas estaban a la espera para cruzar el trecho entre Ipiales-Tulcán. Llegamos 12 personas más que soñábamos con atravesar Ecuador”, indicó.
Luego tuvo que enfrentar el tramo entre Perú y Bolivia. “Pasamos la trocha en la noche. Había que atravesar el lago Titicaca en balsas pequeñas, sin salvavidas”, detalló mientras describió el momento como lo más traumático de la travesía.
Como eran inmigrantes, debían moverse rápido por entre las trochas. Estaba lloviendo, era de noche y el lago le pareció el más hondo del mundo.
“La embarcación donde iba mi hija arrancó, todas se empezaron a mover. Mi pequeña viajó esos 15 minutos lejos de mí. No paré de llorar por todo el camino. Se me cruzaban muchas ideas por la cabeza”, contó.
Recibidas por un desierto y condiciones extremas
Cuando finalmente llegaron a Chile tuvieron que enfrentarse con el desierto Atacama, por el cual caminaron durante cinco horas.
“Mi hija me pedía que la cargara en ciertos tramos, pero yo no podía más. La inocencia de mi hija hacía que yo secara mis lágrimas y continuara el camino. Ella cantaba canciones, y en medio del desierto se sentó en la árida explanada para hacer un huequito y sembrar una plantica”, manifestó.
Su hija sobrevivió el trayecto. Pero no todos lo logran. Pérez dijo que mientras caminaban vieron a un niño de 8 años de edad descompensado, con vómitos y diarrea. “Se desmayaba, estaba muy débil, no podía caminar y su papá lo cargaba y le colocaba alcohol en la nariz”, narró.
Familias enteras con niños, adultos mayores, personas deshidratadas, todas escapaban de Venezuela.
Tras superar la dura caminata por el desierto llegaron a Huara, una ciudad chilena a 160 kilómetros de la frontera Colchane-Pisiga, en el límite con Bolivia. Allí había un punto de control, y quien los trasladaba no podía pasar en carro. así que la dejaron en el sitio. Continuó el trayecto caminando y pudo eludir los controles migratorios para llegar a la capital chilena.
Al caer la noche caminó en busca de un refugio. Encontró una plaza que había sido habilitada para varios coterráneos. En ese lugar se recostó con su pequeña hija.
“El frío era insoportable, yo había dejado mi chaqueta en el desierto y algunas cosas con las que me podría arropar. Fueron momentos muy duros”, expresó.
Finalmente llegó a Santiago, donde recordó todo lo que había vivido en 13 días que concluyó en tener la posibilidad de volver a abrazar a su hija mayor. “Valió todo el esfuerzo y el peligro”, aseguró.
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