Las cosas van de mal en peor para los adversarios de Nicolás Maduro. A las desavenencias que ya se habían hecho públicas la semana pasada entre la oposición mayoritaria y el ala más radical, ante la imposibilidad de unir criterios en cuanto a la ruta para concretar el cambio de gobierno, se sumó la aparición del exgobernador Henrique Capriles, con un tercer camino que apuesta por el diálogo y la vía electoral.
El retorno de Capriles fue aún más polémico. Esto en comparación a la discusión en Twitter entre la coordinadora nacional de Vente Venezuela, María Corina Machado, y el presidente encargado, Juan Guaidó.
Primero se rumoró. Luego se confirmó. Capriles había trabajado en silencio para conseguir el indulto concedido el lunes a 110 perseguidos y presos políticos. Para ello incluso había conversado con el canciller de Turquía, Mevlut Cavusoglu, aliado clave en el apoyo internacional al régimen.
Las redes volvieron a servir de tribuna, esta vez para el enfrentamiento entre el bando de Guaidó, que acusó a Capriles de llevar adelante negociaciones inconsultas y a título personal. El exgobernador manifestó estar satisfecho por el nada minúsculo logro que había alcanzado con sus gestiones personales para el indulto.
Machado no se quedó callada: “Capriles está con el régimen de Maduro”, le dijo a El Tiempo.
Así, no parece descabellado que el politólogo Benigno Alarcón considere que este podría ser “la peor cisma de la oposición venezolana en los últimos 20 años”, y que los adversarios de Maduro, como grupo, atraviesan el que podría ser uno de sus “peores momentos”.
“(La fragmentación) venía de desacuerdos previos, pero se acentúa ante la inminencia del acto electoral y de una serie de condiciones que, de alguna manera, algunos calculan como la oportunidad para el resurgimiento de algunos liderazgos”, acotó Alarcón.
Y no es casualidad que suceda a tres meses de que se celebren las polémicas elecciones parlamentarias, que los bandos de Machado y Guaidó desconocen.
¿Intervención militar?
Machado ha propuesto, en cambio, una polémica “Operación de Paz y Estabilización”, con apoyo del exterior, algo que se interpreta como una intervención militar en la que estarían involucrados lo que la líder de Vente Venezuela llamó los “aliados”, incluyendo, por supuesto, a Estados Unidos, una apuesta que ya ha sido descartada por el Grupo de Lima y que no parece tener muy en cuenta la cercanía de las elecciones en el país norteamericano y la posibilidad de que Trump sea derrotado, lo que significaría un revolcón en las relaciones entre Washington y la región y, por supuesto, un muy posible cambio de postura en el tema venezolano.
La propuesta de Guaidó sigue aún en discusión, pero podría contemplar movilizaciones y la realización de un plebiscito para consultarle a la ciudadanía cómo salir del régimen.
Pero lo de Capriles va más allá. Su idea, señala un informe de la agencia Bloomberg, es llevar al régimen a aceptar el aplazamiento de las elecciones para que no se realicen el 6 de diciembre sino en 2021, y así darle tiempo a una misión electoral seria para que se encargue de la observación de los comicios con mínimo seis meses de anticipación.
Maduro necesita que la comunidad internacional legitime esas elecciones, y en ese sentido ya ha cedido en lo de la observación internacional e invitó a la Unión Europea y a la ONU. Pero es difícil que ceda en lo de la fecha.
De momento, reporta Bloomberg, las conversaciones están estancadas, de acuerdo con cinco fuentes consultadas en Caracas, porque Maduro cree que hacerlas el año entrante violaría la Constitución, pero en el fondo se sabe que una misión de observación no se improvisa en tres meses y que cuestionaría muchos de los movimientos previos del régimen, como la conformación del árbitro electoral y la intervención en las directivas de los partidos opositores.
Esa tercera vía que propone Capriles parece, en principio, tener el apoyo de la UE, que aunque no reconoce a Maduro y apoya las sanciones, ha impulsado la ruta del diálogo, diferente a la del Grupo de Lima y Washington, que se han ido por el ‘cerco diplomático’ y el aislamiento.
El alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, dijo esta semana que la liberación de los prisioneros fue un paso hacia “elecciones libres, inclusivas y transparentes”, lo que se interpretó en Caracas como un espaldarazo tácito a Capriles, lo cual para algunos confirma que en Bruselas ven la vía de Guaidó agotada o, al menos, empantanada: “La Unión Europea y Capriles creen que la estrategia de Guaidó y EE UU para un cambio de gobierno repentino no ha funcionado”, dijo el analista Mariano de Alba, residente en Washington.
Sin un aplazamiento, los observadores de la UE no tendrían el mínimo de seis meses que necesitan para prepararse para el evento. Por esto, los negociadores de la oposición quieren hacer todo lo posible para involucrar a la UE con el fin de garantizar que la votación sea justa.
En particular el grupo liderado por Capriles se está acercando a los Estados miembros de la UE para preguntarles si supervisarían la votación por separado, dijeron las fuentes a Bloomberg.
Y mientras la oposición se tambalea y exhibe sus fracturas, el régimen da pasos firmes. Todo esto hacia unos comicios para los que, indica el analista Félix Seijas, ganará el chavismo con las intervenciones de los partidos. Además, dice que ahora que sabe que es “un juego ganado” empieza a “ceder en condiciones”. Todo esto para conseguir el reconocimiento de la comunidad internacional.
Especialistas y opositores consultados por El Tiempo consideran que el régimen puede seguir cediendo en algunas de las reivindicaciones de la oposición, así como en garantías electorales, en aras de lograr el anhelado reconocimiento.
Las suyas son prácticas que, de acuerdo con Alarcón, son comunes en el repertorio de las autocracias electorales, como el clientelismo competitivo electoral. Dicho mecanismo consiste en generar incentivos para que actores distintos al PSUV terminen compitiendo por unos espacios para seguir desafiando al régimen.
“Estos mecanismos lo que logran, como lo logró Chávez en sus primeros años, es mantener a la oposición muy dividida”, insistió Alarcón.
Refirió que quienes harán el rol de oposición en esta elección serán partidos minoritarios que no irán bajo una fórmula unitaria. Por ello competirán unos contra otros.
“Permite al gobierno garantizarse el éxito electoral (…) porque en cualquier circuito habrá 5 o 10 candidatos (opositores) disputándose una curul, mientras el gobierno estará llevando a uno solo”, acotó el especialista.
¿Abstención de 60%?
Tras el anuncio conjunto de que la oposición mayoritaria no participaría, Delphos estimó que la abstención estaría por el orden de 60%.
Para Alarcón, la movida de figuras como Capriles podría disminuir esa abstención en máximo cuatro puntos.
Seijas explicó que, efectivamente, podría aumentar la participación, pero que va a depender de las garantías que logren rescatarse, así como del plan comunicacional que se haga para promover la participación y de la ruta alternativa que anuncie el bando de Guaidó.
“Dependiendo de qué tanta pegada tenga esa propuesta también afectaría a la contraparte, que es la participación en elecciones. Porque no son compatibles. Al debilitarse una, se fortalece la otra. Ahí va a haber una pugna”, acotó Seijas, quien destacó que, sin embargo, aún se trata de especulaciones.
En cualquier caso, sin embargo, se espera que el oficialismo gane el Parlamento. Organizaciones como Súmate prevén, en distintos escenarios, que el régimen conseguirá dos tercios de los curules, con lo que tendría mayoría calificada. Así el régimen recuperará el control sobre todos los poderes, y lo haría, posiblemente, con el reconocimiento de parte de la comunidad internacional.
Con ello, según su plan, no solo eliminaría a Guaidó y su gobierno interino, que, de acuerdo con la interpretación de un artículo constitucional, depende de su cargo como presidente del Parlamento.
Una encrucijada que deja claro que Venezuela está, hoy, muy lejos de un proceso de transición democrática.