Los hombres que se han visto obligados a emigrar de Venezuela o que han tenido que ver partir a sus hijos a otras naciones en busca de un mejor futuro, tienen la misma percepción. Duele ser papá desde la distancia.
No es lo mismo compartir a diario con los hijos, que verlos y conversar un momento a través de un teléfono o computadora. El afecto se mantiene vivo pero lamentablemente queda eliminado por completo el contacto físico.
Estaba consciente del riesgo de atravesar la selva del Darién, por lo que se publicaba a diario en los medios. Pero no conseguía un trabajo que le permitiera mantener y costear los estudios de sus hijos. Tampoco ayudar a su madre que no la estaba pasando bien.
“Lo mejor que conseguí fue un empleo ganando cien dólares mensuales. Eso no alcanza para cubrir los gastos de una familia con cinco integrantes. Me tenía que ir”.
En octubre del año pasado comenzó la travesía junto a unos amigos. Después de esperar unos meses en México, finalmente llegó a Estados Unidos. La suerte lo acompañó siempre porque en tierras mexicanas logró conseguir un trabajo que lo ayudó a obtener recursos para continuar el viaje.
En Texas fue contratado por una empresa donde se desempeña en la actualidad. Esto le ha permitido mandar dinero para su casa y la de su madre.
“Es la primera vez que pasaré el Día del Padre sin mis hijos y duele, claro que duele. Pero me contenta saber que no están pasando necesidades, porque desde aquí los mantengo”.
Un año sin sus hijos
Jesús Adrián Solórzano no aguantó mucho estar apartado de sus hijos. Con una oferta de trabajo decidió viajar a Perú en el 2017. Venezuela pasaba en ese momento por una de las situaciones más críticas, pues no se conseguían productos alimenticios con facilidad, ni medicamentos.
A pesar de presentar una afección cardíaca, decidió irse para proveer de alimentos a su esposa y sus dos hijos, y adquirir los medicamentos que le controlaran su problema de salud.
Un año estuvo trabajando y ahorraba todo lo que podía, porque en su mente siempre estuvo latente la idea de llevarse a su familia. La nostalgia lo embargaba a diario, pero su tristeza terminó en julio de 2018, cuando llegó su mujer junto a sus dos hijos, luego de un largo viaje.
“Pasé un año sin ver a mis hijos personalmente y todavía recuerdo lo duro que eso fue para mí, y por supuesto para ellos que estaban pequeños. Gracias a Dios los veo crecer junto a mí”.
Solórzano comentó que mientras esté fuera de Venezuela su alegría nunca será completa. En el paìs quedaron sus padres y sus hermanos, con los que no puede compartir.
Cinco hijos se marcharon
A Javier López le pasó al contrario. Sus cinco hijos se fueron a otras naciones a buscar un mejor futuro. Tres están en Estados Unidos y dos en España.
Cuando se marcharon todos eran adultos. Afortunadamente ya tienen trabajo donde viven.
Para López, no es la primera vez que pasa el Día del Padre sin sus hijos, pero siente que todavía no se ha acostumbrado.
“Yo hablo con ellos con cierta regularidad. Seguro que este domingo me llaman, pero por supuesto me pega no poder abrazarlos. No es igual”.
Un papá educador que vende tabacos
Víctor Rumbos vive en el municipio Miranda. Decidió no irse del país para ver crecer a sus dos hijos de 10 y cuatro años, pero mantenerlos se le está haciendo difícil.
Es educador desde hace 13 años, pero lo que recibe por su trabajo no le alcanza para mucho. Según señala, con los bonos que le asigna el gobierno, solo logra comprar comida para una semana.
Dos días a la semana tiene obligación de ir a dar clases de educación física al colegio donde trabaja. El resto del tiempo lo usa para comprar tabacos en una fábrica artesanal y revenderlos.
La ganancia es de unos 70 dólares semanales, con lo cual está resolviendo su problema económico. En Miranda no hay fuentes de empleo desde que se perdieron las cosechas de naranjas y mandarinas. “Yo tengo que ingeniármelas para alimentar a mis hijos porque ellos cuentan conmigo”.
Rumbos sostiene que su situación no es exclusiva, porque muchos educadores están pasando por lo mismo.