A menos de 10 días de la Nochebuena, José Gregorio Machado no sabe si podrá ese día servir la cena navideña y dar regalos a sus tres hijos y esposa, que le acompañan cada día en una precaria vivienda de tablones y techo agujereado en un refugio improvisado en el extremo este de Caracas. EFE/RAYNER PEÑA R

A menos de 10 días de la Nochebuena, José Gregorio Machado no sabe si ese día podrá servir la cena navideña, y dar regalos a sus tres hijos y a su esposa que le acompañan cada día en una precaria vivienda de tablones y techo agujereado, en un refugio improvisado en el extremo este de Caracas.

«El año pasado fue fabuloso, la mesa estuvo repleta de todo, gracias a Dios no falló nada», dijo a EFE con brillo en los ojos este obrero de 29 años de edad, al recordar sus últimas festividades.

«Este año veremos. Se quemó el rancho y ahorita estoy solventando», añadió antes de asegurar que sería demasiado triste no disfrutar finalmente de una cena y de regalos en Navidad y Año Nuevo.

Afortunados, a pesar de todo

Pese a todo, Machado y su familia son casi privilegiados en su refugio: los niños asisten con regularidad a la escuela y casi siempre hay comida en la mesa desde que, al igual que hizo con su hogar, improvisó un lavadero de autos en la calle que le reporta, si la jornada es buena, aproximadamente 10 dólares por día.

Pero aún así, los Machado forman parte de más de los 7 millones de venezolanos que, de acuerdo con cifras de Naciones Unidas, precisan de ayuda humanitaria urgente.

Ellos son los más golpeados por la acuciante crisis económica que atraviesa Venezuela, y para quienes las tradiciones de fin de año son cada vez más difíciles de experimentar.

Así dejan de ser venezolanos, reflexiona Machado en su ranchito al ligar estas costumbres con el gentilicio.

Adaptarse a las circunstancias

A varios kilómetros del refugio de Machado, en el municipio caraqueño de Chacao, la comerciante Marly Arias abandona el supermercado con una pequeña compra que no incluye pernil, el tradicional jamón que se come horneado cada fin de año en Venezuela.

«Tratamos de hacer lo que se puede porque no alcanza el presupuesto familiar, las expectativas son bastante cortas», dijo la mujer a EFE.

Calcula que prepararán las hallacas con mucho sacrificio, base de la cena de Nochebuena y Nochevieja en Venezuela.

Pero aunque reside en una zona con mayoría de familias de clase media o acaudaladas, donde se espera que la crisis no golpee con intensidad, la mujer de 35 años de edad no destinará ninguna inversión a la decoración o a la pintura del hogar, otra costumbre de los venezolanos por estas fechas.

Tampoco a regalos, un lujo inaccesible en medio de la crisis. Hacer regalos «pasó a la historia», dijo esta madre, al tiempo que agradeció que sus hijos sean ya mayores y no esperen presentes de San Nicolás o los Reyes Magos. «En la familia vamos a intercambiar arroz, de repente comida», añadió con una sonrisa.

Ventas debajo de mínimos

Apoyado sobre el mostrador, John Ávila mira hacia la puerta aguardando con impaciencia por los clientes que no terminan de llegar. En años pasados, a mediados de diciembre ya había vendido miles de galones de pintura, pero ahora la crisis que atraviesa Venezuela espantó a sus compradores.

«Están muy flojas las ventas, han disminuido demasiado. Es impresionante», dijo a EFE el hombre de 40 años de edad, que administra una enorme tienda de pinturas en Chacao.

Dar una nueva mano de pintura al hogar, y hasta a sus alrededores, era una de las tradiciones de Navidad más extendidas en Venezuela.

Pero desde que se agudizó la crisis económica hace ya un lustro, los ingresos de los venezolanos están destinados en su práctica totalidad a la compra de alimentos y medicinas.

En la tienda de Ávila el galón de pintura más económico se vende por poco más de 15 dólares. El más caro por aproximadamente 100 dólares. Una pequeña fortuna en un país donde más de 3 millones de trabajadores y otros 4 millones de pensionados -casi un cuarto de la población- perciben ingresos por debajo de los 7 dólares mensuales.

Otras alternativas

En uno de los mercados populares más importantes de Caracas, el jardinero Douglas Torrealba ofrece pinos locales podados desde cinco dólares para decorar las casas con el tradicional árbol de Navidad.

«Se han vendido», dijo a EFE con entusiasmo el hombre de 35 años de edad.

Pero si incluso estos precios fueran muy altos, la enfermera Belkis Guzmán, vecina de Machado, tiene una respuesta: reciclar para decorar.

La mujer de 50 años de edad confeccionó con vasos desechables un «hombre de nieve» que desafía con su cuerpo de plástico el calor de Caracas, y un pequeño pino de cartón, gracias a carpetas recicladas.

«Esto es lo más económico que podemos hacer; a mi familia le gusta mucho la Navidad», dijo a EFE esta madre y abuela, que vio a sus tres hijos emigrar para huir de la crisis y cree que la Nochebuena será en su hogar «un día normal».

¿Normalidad?

En Caracas flotan sobre el río Guaire, una cloaca a cielo abierto que recorre la ciudad de este a oeste, miles de luces que hacen las veces de decoración.

Otras miles de luces alumbran una larga calle peatonal en el oeste de la capital, donde cientos de personas se reúnen cada noche aprovechando la burbuja de seguridad que brindan la muchedumbre y la presencia policial.

En este punto, la publicista Anibeth Atencio se hace fotografías y disfruta de la frescura caraqueña de finales de año, mientras explica a EFE que eso es bonito, es un motivo de distracción y esparcimiento.

Pero muchos venezolanos están en contra de estas luminosas decoraciones en Caracas, mientras las regiones son golpeadas por severos racionamientos eléctricos.

El diputado opositor Ángel Alvarado se sumó en días pasados a las voces críticas y aseguró que el régimen de Nicolás Maduro pretende ofrecer una «sensación de normalidad» para acallar las molestias por la crisis, que deja a Venezuela como el país con peor desempeño económico de la región.


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