La publicidad empieza con la pareja Maduro-Flores solos en una esquina. El cuadro es cerrado, se diría claustrofóbico: los protagonistas habitan un espacio muy limitado, en un ámbito urbano y la vez desértico. Fingen esperar un taxi y hablan de ello con voz apagada. La cámara los deja para hacer un paneo por una calle por donde no transita nadie, donde no se mueve nada, no se escucha ninguna voz. Llega un carro iraní, de los importados por el régimen. Vemos que se trata de una unidad de la empresa Ridery. El conductor, que resulta ser Gerson David Gómez, el dueño de la empresa en persona, le habla al cliente aludiéndolo como “presidente”; y entonces la voz de este se oye mejor, está claro que el vehículo viene con micrófonos. Constatan el destino (un espacio civil, joya de la democracia venezolana). Maduro, en alarde de trato igualitario de género, entra por la puerta más expedita, con lo que obliga a la “primera dama” a dar la vuelta para ingresar por la otra. Corte. Vemos el carro entrando al complejo cultural.
En Twitter, el aspirante a la reelección incluye el video y agrega: “Estaba con #Cilita esperando un #Ridery para irnos al #TeresaCarreño. ¡Adivinen qué, el primer viaje me salió gratis!”.
Y nos preguntamos: un gobierno que, en los hechos, tiene un cuarto de siglo en el poder, ¿lo lógico no sería que basara su campaña en logros, en las mejoras que ha aportado, en los beneficios que ha traído? Pero, en vez de eso, el solitario aspirante lo que enfatiza en este anuncio es que ha recibido un servicio sin tener que pagarlo. Hacia el fin del aviso, vemos al empresario/chofer, quien se ha bajado del carro para, no sé, ¿despedir a los pasajeros, estrechándoles la mano? ¿Para condolerse de dejarlos en manos de Delcy Rodríguez?…
El punto es que la propaganda electoral del dictador usa una empresa privada para su proselitismo. ¿Por qué lo hace? Quizá porque, aún golpeado y avasallado, este sector está menos maltrecho que el público, y goza de mejor reputación. De hecho, los escasos empleos de calidad vienen del disminuido ámbito privado y ya no digamos los beneficios y soluciones a la población, que no encuentran sino destrozo y extorsión en lo estatal. ¿Será porque la palabra Ridery viene del verbo en inglés ride (conducir), que es lo que hacía Maduro antes de empuñar la mandarria conque ha demolido el país y moverse por las tinieblas donde persigue, tortura y mata, además de orientar a sus cuentas corrientes las fortunas para él y sus allegados? Palabra, por cierto, que viene a sustituir en Venezuela la marca de Uber, como se conoce en el mundo este servicio y que es, por cierto, la gran fuente de trabajo para millones de venezolanos en el exilio, incluidos muchos con diplomas universitarios.
Estaba con #Cilita esperando un #Ridery para irnos al #TeresaCarreño. ¡Adivinen qué, el primer viaje me salió gratis! pic.twitter.com/FjXRcap4ww
— Nicolás Maduro (@NicolasMaduro) July 18, 2024
¿Por qué usar la antipatía que despierta Maduro para atraer la atención?
El guion revela que ahora quieren proyectar una imagen popular, cuando el país entero sabe que los jerarcas del chavismo se pasean en Ferrari y camionetones blindados; y se distingue porque nadie más se atreve a circular en vehículos de ultralujo.
Da la impresión de que sus asesores han optado por usar la antipatía que despierta el tirano, con mensajes cada vez más odiosos, con el fin de distraer la atención concentrada en la gesta de María Corina Machado y la creciente proyección de Edmundo González Urrutia. El caso es que, de inmediato, la publicidad atrajo una atención que hacía mucho Maduro no convocaba; y que se divide en dos grandes perspectivas, la de quienes afean la participación del empresario y la que sostiene que al joven Gerson no le quedaba más que prestarse al triste papel impuesto por el dictador.
“Estos emprendedores enchufados no aguantan dos minutos de competencia en un mercado de verdad, uno donde no estén amparados por la oligarquía chavista”, observa alguien que prefiere no atraer interés represivo.
“Esos empresarios que salen apoyando a la dictadura no tienen una pistola en la nuca, como tampoco la tienen quienes aplauden a Maduro y a Delcy. La verdad es que hay un sector del empresariado que desea la protección del Estado, enchufarse a la renta petrolera (y humanitaria); que quiere limitar importaciones y, si pueden, porque también lo hacen, perjudicar a la competencia. Esa gente existe; y debe diferenciarse de los que insisten en una conducta digna”, agrega.
Control estatal sobre todos los sectores
Otros resaltan el control autoritario que afecta a todos los sectores de la sociedad, incluyendo la economía y el mundo empresarial. Y en Venezuela, el poder se concentra en un grupo reducido, empeñado, por cierto, en cancelar la alternancia democrática. Maduro ha consolidado su control sobre todas las instituciones del Estado, incluyendo los poderes legislativo, judicial y electoral, y eliminado cualquier forma de oposición y control democrático. Por ese camino, el chavismo impuso políticas económicas centralizadas, (expropiación, control de precios, uso del Seniat como brazo de represión y extorsión); y quienes se oponen son percibidos como amenaza, intimidados y forzados a exiliarse. La falta de independencia judicial y la manipulación de las leyes le han permitido a la tiranía actuar con arbitrariedad y aplicar castigos o premios a empresarios, según su lealtad política. Esto nadie lo negará.
El control estatal sobre las divisas y recursos esenciales fuerza a los empresarios a someterse a los dictámenes del régimen. Lo otro es cerrar, echar un candado e irse del país. En otras palabras: abonar a la falta de inversión, la fuga de talentos y la destrucción del tejido empresarial, que son los que, atizados por Chávez, produjeron el colapso económico, con hiperinflación, escasez de bienes básicos, desempleo… Ya la destrucción de la economía formal llevó al atroz empobrecimiento de la población, cada vez más dependiente de la informalidad y las pésimas —para no decir, humillantes— falsas dádivas del régimen.
La consolidación del poder en la dictadura chavista tuvo consecuencias devastadoras para el desarrollo económico y social del país, y puso en marcha un ciclo de pobreza y dependencia del Estado; y convirtió a los empresarios en blanco del acoso y la voracidad del régimen. Baste recordar que, según datos de Ecoanalítica, Venezuela es el país con mayor carga tributaria de América Latina. “La recaudación promedio mensual de impuestos en Venezuela ha subido 206,7% en cuatro años, al pasar de 150 millones a 460 millones de dólares en 2023, lo que implica una tasa de imposición de 50% de los ingresos netos de las empresas formales que cotizan. En este sentido, Venezuela lidera en Latinoamérica en carga de impuestos, con 14 puntos porcentuales sobre Brasil cuya tasa efectiva es de 34%; 16 puntos sobre Colombia; 20 puntos sobre Perú, México y Argentina; y 25 puntos sobre Uruguay y Chile”.
Estamos, pues, ante impuestos que en la práctica constituyen medidas confiscatorias. A esto debe añadirse la corrupción, el pago de “vacunas”, cotidiano y cuadra por cuadra en el interior del país, así como las multas arbitrarias y desmesuradas.
“Hay quienes atacan a los empresarios por todo y, cuando aparecen imágenes de un encuentro de estos con un miembro del gobierno, los acusan de ser cómplices del régimen. Y no es así. No todo empresario que aparece en fotos con Maduro es un enchufado ni mucho menos que apoye la dictadura. Detrás de eso hay una presión. Sutil. No les ponen una pistola en la frente. Ni es necesario. Es una coacción de un régimen que ha demostrado ser capaz de todo. Los empresarios e industriales son convocados a eventos y a los presidentes de los gremios empresariales los obligan a sentarse en primera fila (donde tienen asientos asignados) para mostrarlos y hacerlos blanco del rechazo general. Y las cámaras gremiales tienen que estar presentes, porque todas tienen centenares de problemas que les dificultan la operación. Muchas veces, les prometen que les darán derecho de palabra… a una gente a la que le complican cada mínima cosa y que carece de canales para interactuar con un sector público que concentra todo. ¿No van a ir? ¿Pueden no ir?”, explica alguien relacionado con este ámbito.
Esto lo saben -o deberían saberlo- los venezolanos. Pero no ha sido obstáculo para que muchos eliminen de sus teléfonos la aplicación de Ridery, con lo que ponen en un brete a una empresa que emplea mucha gente y que presta un servicio muy necesario en un país sin transporte público. Más aún, las empresas de “delivery”, entre las que tiene una participación Ridery, aportan 800 millones de dólares al año a la economía venezolana y emplean 180.000 trabajadores.
¿Podía el dueño de Ridery decir no?
Dos preguntas perentorias: ¿Ha calado la demonización del empresariado instada por el chavismo? Y, ¿podía el dueño de Ridery decirle que no al tirano, cuando este lo llamó para que le hiciera de chofer?
Fuentes autorizadas afirman que Gerson Gómez no tiene vinculación con la dictadura: “No es ningún enchufado. Es un muchacho pilas, emprendedor, a quien le ha ido bien. Para la propaganda de Maduro lo llamaron de sopetón, de ya para ya, porque el acto del Teresa Carreño era con ‘emprendedores’; entonces, a los asesores se les ocurrió buscar el mejor emprendimiento del país en este momento; consideraron que era Ridery y le echaron esa vaina al muchacho”.
Algunos lo han atacado por haber ido él mismo (y no haber delegado el vergonzoso encargo en un empleado), pero hay quien interpreta esto como un gesto valiente, dar la cara y no echarle el muerto a otro.
La consultora en comunicaciones, imagen y manejo de crisis, María Eugenia Fuenmayor, señala que: “Estas startups no tienen mentalidad corporativa. Creen que se trata solo de hacer dinero y que, como todo el mundo está pelando, lo entenderán. No hay pensamiento corporativo. No valoran la reputación de marca. Esa es la gran diferencia con las empresas consolidadas en democracia, para quienes la reputación de marca cuenta y mucho”. Fuenmayor no niega, sin embargo, que la capacidad de un empresario venezolano para resistirse a los caprichos de Maduro es muy limitada.
El ambiente de coerción y miedo no es una mera sensación. Cada dictadura dispone de una parte del cuerpo social. Rafael Trujillo, en la República Dominicana, como expuso Mario Vargas Llosa en “La fiesta del chivo” (2000), utilizaba la violencia sexual como herramienta de sojuzgamiento de la sociedad. Hitler apuntaba a la mente, a las creencias de la ciudadanía a través de la propaganda. Kim Jong-un, el de Corea del Norte, condiciona la prestación de servicios a la lealtad al régimen. Maduro tiene en un puño el estómago de los venezolanos, sometidos al hambre y las penurias en todos los frentes imaginables. El asedio al empresariado es una forma de exprimirle hasta el último centavo que produzca y tener a, distancia de una llamada, un enemigo a quien satanizar.