Lorent Saleh, defensor de derechos humanos y ex preso político, envió una carta a propósito de la reciente medida de casa por cárcel del diputado a la Asamblea Nacional Juan Requesens.
En la misiva, Saleh relató cómo fue la odisea para poder ver en prisión al diputado luego de su detención el 7 de agosto de 2018.
«En el infierno llamado Helicoide, algo que pudiera parecer tan simple como caminar algunos metros, es algo prácticamente imposible para muchos, especialmente si eres un preso político», dijo.
Saleh hizo referencia a los códigos que existen dentro de una cárcel política: «Cuando un hermano llega a prisión es una misión urgente. Un asunto de vida o muerte. Saber en dónde lo tienen, cómo se encuentra y qué heridas tiene. Hacerle llegar algo de comer. De ser posible, un libro para que lo acompañe a enfrentar la brutal guerra contra la zozobra y la violencia del concreto y el metal».
Finalmente, Saleh manifestó los deseos que tiene para Requesens y su familia.
A continuación, la carta íntegra:
Juan ha sobrevivido al Helicoide y ayer durmió en su hogar. ¡Bendito sea Dios!
Hoy cabe preguntarse, ¿cuánto vale el abrazo de tu hijo luego de infinitas noches de zozobra lejos de él? ¿Cuánto vale abrazar a tu familia luego de meses de doloroso cautiverio y soledad? Esa sonrisa de amor y felicidad de un secuestrado que sobrevive al terror y regresa a su hogar es única, estremece el corazón, nos llena de emoción y nos hace llorar en un estallido de sentimientos que no terminamos de identificar.
La última vez que vi a Juan fue por medio de una reja oxidada que se interpuso entre nuestro abrazo fugaz. Juan había llegado al Helicoide y lo tenían en la zona norte, al lado de lo que una vez fue un gimnasio, a unas 15 rejas de mí.
Hay un código rejas adentro: cuando un hermano llega a prisión, es una misión urgente, un asunto de vida o muerte, saber en dónde lo tienen, cómo se encuentra y qué heridas tiene, hacerle llegar algo de comer y, de ser posible, un libro para que lo acompañe a enfrentar la brutal guerra contra la zozobra y la violencia del concreto y el metal. Rejas adentro debemos cuidarnos todos, sin miramientos.
Nunca fuimos muy cercanos, pero compartimos un país
La verdad es que Juan y yo nunca fuimos muy cercanos, pero compartimos un país y un tiempo, una dictadura que nos robaba el futuro y que amenazaba nuestra existencia; compartimos la fiel creencia en la universidad como fuente de libertad frente al militarismo que todo lo aplasta. Sin decidirlo, la circunstancia nos hermanaba más allá de algunas diferencias propias de la individualidad. Y los hermanos duelen y duelen mucho, duele saberlos en peligro y sufrimiento.
En el infierno llamado Helicoide, algo que pudiera parecer tan simple como caminar algunos metros, es algo prácticamente imposible para muchos, especialmente si eres un preso político. Requiere, o mucho dinero o mucho ingenio y astucia; mi opción claramente no era la primera. En una celda, dedicas la mayoría del tiempo a meditar y entender el funcionamiento del sistema, para lo cual, los 4 años en prisión y dos motines que llevaba en ese momento, me habían servido para acumular algo de conocimiento.
La excusa de cortarse el cabello
Con la excusa de tener que cortarme el cabello logré que me acercaran a la mitad. Era el momento, no otro. Tenía que lograr la otra mitad para poder llegar a Juan. Le rogué sin pena y me metí en la mente policial del custodio que me llevaba sujetado, tenía que convencerlo de forma tal que se arriesgara a ser castigado por dejarme ver a Juan. Cuando daba casi por perdida la misión, el custodio cedió y tembloroso me llevó rápido. Subimos el pasillo oscuro y estrecho, testigo de tantas historias, y con cada paso sentía algo fuerte en el pecho, no sabía con qué me encontraría. Quería llorar, sentí y reviví muchas cosas, pero debía ser fuerte y transmitir serenidad y tranquilidad a Juan – nunca supe si lo logré. Finalmente lo ví, vi a un hombre maltratado pero fuerte, un león aturdido en una jaula, pero, sobre todo, vi a un hermano de la vida injustamente tras los barrotes.
Fueron tan solo unos segundos. Logré llevarle un par de libros, quería romper esa reja y sacarlo de ahí, pero yo también estaba secuestrado. Sentí una indignación desmedida, un dolor profundo, describirlo es y será imposible. Y la pregunta ¿hasta cuándo? ¿Cuántos más, Dios?
Salir y dejar a los compañeros atrás
Una de las cosas más difíciles para un preso, aunque muchos no lo crean, es el momento de salir, tener que irse y dejar a compañeros ahí, es un sin sabor que no te permite disfrutar a plenitud regresar a tu hogar. Es algo que difícilmente alguien que no ha vivido esto lo podrá entender. Se que Juan es un hombre noble que ama Venezuela, por algo terminó ahí. Sé que para él fue difícil salir y dejar a compañeros en ese infierno.
Duele esto, pero hay quienes no perdonan a los presos políticos salir con vida de la celda, hay quienes solo quieren mártires, que si no salen en silla de ruedas o moribundos no es suficiente. Yo me alegro y celebro ver a Juan de pie, con una sonrisa, abrazando a su familia que tanto luchó por él. Hoy celebro saber que su hermana dormirá mejor esta noche. Hoy, que soy papá, le doy gracias infinitas a Dios por permitir que Juan regrese vivo a su hogar y abrace a sus bellos hijos.
Hermano Juan, si me lees, sé que ese encierro te hizo más grande, se que pondrás en práctica muchas cosas aprendidas en esta dura prueba. Solo tú, nadie más sabe lo que tienes que hacer y vivir de ahora en adelante, eres dueño de tu destino. Te abrazo en la distancia y le pido a Dios me dé la oportunidad de darte el abrazo pero en total libertad, sin una reja por delante. Dios te bendiga y bendiga tu hogar.
Lorent Saleh
Madrid, 29 de agosto de 2020