Oswaldo, de 26 años de edad, trabaja vendiendo chucherías y otros productos frente al terminal del Nuevo Circo, en La Hoyada. Últimamente lo que más vende son chocolates, pues tiene un amigo en una empresa que los fabrica y le vende más barata la mercancía que está por vencerse. Así, dijo, logra sacar algo de ganancia.
Mientras buscaba sombra para refugiarse del solazo que ha pegado durante los días de marzo, contó que alguna vez soñó con ser contador porque es bueno con los números. Se imaginaba en una oficina con aire acondicionado, hora de almuerzo y sueldo fijo.
De hecho, intentó cumplir su meta en los estudios. Cuando se graduó del bachillerato se inscribió en el Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (Inces) para estudiar contaduría. La institución capacita a estudiantes en distintas áreas mientras les paga un sueldo quincenal.
Jóvenes intercambian estudios superiores por el trabajo informal
Pero con ese dinero Oswaldo solo cubría el pasaje diario entre Caracas y Santa Teresa del Tuy, en el estado Miranda, donde reside. “No me alcanzaba para colaborar en casa y yo necesitaba hacer plata rápido”, relató. Por eso terminó abandonando los estudios.
La situación económica obligó a Oswaldo a buscar en el comercio informal los ingresos para su hogar. Comenzó en un puesto de perros calientes y desde entonces trabaja por su cuenta. Ahora prefiere ser su propio jefe.
Los resultados de la última Encuesta sobre condiciones de vida de la población universitaria de Venezuela, publicados en febrero, arrojaron que 59% de los estudiantes consultados dijo que había pensado en dejar la carrera, indicó el sociólogo Carlos Meléndez.
Argumentó que desde que comenzó la emergencia humanitaria compleja, la deserción universitaria aumentó y no ha parado. Entre las causas, el sociólogo mencionó la necesidad que tienen los jóvenes de generar ingresos inmediatos para mantenerse, y el deseo de migrar en busca de una mejor calidad de vida.
El índice de deserción estudiantil es parte de las estadísticas que el gobierno mantiene ocultas, afirmó Meléndez. La última memoria y cuenta del Ministerio de Educación Universitaria se publicó en 2015. La OBU, sin embargo, estimó que entre 50% y 60% de jóvenes se han retirado de sus carreras para dedicarse a trabajar.
El experto expresó preocupación por las consecuencias de este fenómeno: “La educación es un trampolín para tener una mejor calidad de vida. Entre mayor sea el nivel académico de la sociedad, mayores serán las oportunidades”. Agregó que si la universidad no forma personal capacitado, para competir en la economía global, se está destinado al subdesarrollo.
La más reciente Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), que se publicó en marzo, destacó la necesidad de diseñar políticas públicas que logren incentivar el acceso y permanencia en la educación superior en el país.
La calidad del empleo
El sociólogo indicó que 56% de los jóvenes venezolanos estudia y trabaja simultáneamente. Trabajan para costear sus estudios y aportar ingresos a la familia.
“De esos jóvenes, al menos 58% trabaja de manera independiente o en el comercio informal bajo la figura de ‘emprendedores’, que es una forma de enfrentar la pobreza vendiendo tortas, ropa, etc. También muchos forman parte de la informalidad digital, un área que últimamente se ha ampliado bastante en el país”, detalló.
Entre dos intentos fallidos por estudiar -primero costura en el Inces y luego publicidad en la Universidad Antonio José de Sucre-, Natasha siempre buscó trabajar. Fue cajera, vendedora, y luego la contrataron como ejecutiva de cuentas en una agencia de publicidad. No obstante, contó que en la agencia la discriminaban y explotaban laboralmente por no tener un título universitario.
La joven, de 25 años de edad, ahora se describe como emprendedora. Elabora y vende joyería. Dijo que todavía desea estudiar diseños de modas, pero se trata de una carrera costosa. Aun así no pierde las esperanzas de hacerlo: ahora para respaldar su faceta como trabajadora independiente.