La imagen de José Gregorio Hernández, con bigote y expresión serena, vestido con impecable traje, corbata y sombrero, es común en los altares de Venezuela. «El médico de los pobres», más de 100 años después de su muerte es venerado como un santo.
Ya en la cultura popular está tatuada la imagen del milagroso doctor que atendía gratis a pacientes pobres y que, si hacía falta, les daba dinero para medicinas.
No importa que aún no sea santo formalmente. De hecho, será este viernes cuando la Iglesia católica lo hará beato, último paso previo a la canonización.
José Gregorio Hernández nació el 26 de octubre de 1864 entre las montañas de la pequeña población andina de Isnotú, estado Trujillo, en una Venezuela entonces rural. Viajó a Caracas cuando era adolescente para estudiar, una travesía en la época que le tomó tres semanas en mula, barco y tren.
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Tras graduarse de médico en 1888, se preparó en París y Berlín, siendo después fundador de la Academia Nacional de Medicina y combatiendo la mortífera epidemia de gripe española, que mató a una de cada 100 personas que vivían en este país.
Y en el camino se hizo símbolo. «La gente ve el sombrero y el bigote y ve a Venezuela. José Gregorio Hernández está tallado en el alma de los venezolanos», dijo a la AFP el padre Oswaldo Montilla, exrector del Instituto de Teología para Religiosos (ITER), asociado a la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
«Representa al hombre de a pie, echado para adelante, trabajador», indicó a su vez Néstor Briceño, director de postgrados de teología en la UCAB.
Se le reza también en países próximos como Colombia o República Dominicana.
José Gregorio Hernández, su vida como una vocación
«De un lado fue un gran científico, un gran médico, un gran profesor. Del otro lado, vivió su vida como una vocación. Él eligió a los pobres», declaró a la AFP el nuncio Aldo Giordano.
«La fe y la ciencia son dos dimensiones de la misma vida», continuó Giordano, quien presidirá la beatificación en Caracas.
Amante del piano y los bailes de antaño, José Gregorio Hernández fue el mayor de seis hermanos en una familia católica. Sus padres tuvieron una niña antes que él, pero falleció siendo bebé.
Graduado como médico con 24 años en la Universidad Central de Venezuela (UCV), recibió una beca para estudiar en París y, sediento de más conocimiento, también fue a Berlín.
Dio clases en la UCV al regresar a Venezuela, donde se convirtió en pionero en patología, bacteriología y fisiología experimental e introdujo el microscopio.
Pasó también por Nueva York y Madrid, pero «siempre volvió a casa», subrayó Briceño.
Hernández, quien nunca se casó y contempló ordenarse sacerdote, falleció el 29 de junio de 1919 en Caracas, a los 54 años de edad, atropellado por un automóvil cuando iba a atender a una paciente.
«En pos del féretro todos experimentamos el deseo de ser buenos», escribió sobre su multitudinario entierro Rómulo Gallegos (1884-1969), uno de los grandes literatos de Venezuela y presidente en 1948.
Su mito creció, desbordándose.
Más allá del rito católico, es un ícono para la santería junto a deidades de múltiples culturas y hasta próceres de la independencia como Simón Bolívar.
El milagro
La madre de Yaxury Solórzano le rezaba, como muchos venezolanos, cuando su niña era operada en 2017 tras recibir un balazo en la cabeza en un asalto. Sintió, relata una nota de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), una mano en el hombro y una voz: «¡Quédese tranquila, todo irá bien!».
Así fue. La beatificación fue aprobada el 19 de junio de 2020 al aceptarse como «un milagro» la salvación de Yaxury, que tenía 10 años de edad.
Otros miles de venezolanos, con fe, están convencidos de haber sido salvados por un milagro de José Gregorio Hernández. El de Yaxury fue el que mejor se documentó para iniciar el proceso.
Otros tres venezolanos han sido declarados beatos: las religiosas María de San José, Candelaria de San José y Carmen Rendiles, pero ninguno santo.
En un artículo de la desaparecida revista El Cojo Ilustrado, escrito cuando vivía, José Gregorio Hernández era elogiado por sus conocimientos médicos pero también por «una ciencia que no se aprende en ninguna academia. Sabe hacerse amar».
En la esquina en la que murió en el sector caraqueño La Pastora, sus fieles todavía se persignan ante un mural en el que se le ve con su traje y su sombrero.