«Compro tu dólar feo, roto, manchado y deteriorado», pregona Miguel Urrutia, un estudiante de contaduría que recurre a la compra y venta de divisas para sobrevivir.
«La cosa está bandera [difícil], oíste», añade, al lado de varios jóvenes caraqueños en una plaza ruidosa, vibrante, multitudinaria. «Ya nadie quiere estudiar ni trabajar porque lo único que da reales es esto», dice. Muchos comercios y personas no aceptan los billetes de dólares deteriorados, pero Miguel hace negocio con ellos.
En una esquina de la Plaza Bonalde, en el barrio popular de Catia en Caracas, Venezuela, Urrutia comparte la zona con vendedores de tornillos, cables para celular y comida china, entre otras cosas.
Esta siempre fue una zona de vendedores ambulantes, conocidos en Venezuela como «buhoneros». Se paraban en dos o tres calles peatonales. Pero durante los últimos años el mercado popular se ha desbordado por más calles, la plaza misma y en otros barrios aledaños.
«La gente cambió con la llegada del dólar», dice Ana Cermeño, una vendedora de bolsas de costal de 61 años, también en Catia. «Antes esto te lo regalaban en la panadería, pero ahora la gente está vendiendo todo, lo que se encuentra y si no lo encuentra, se lo inventa».
Tras una crisis económica que redujo la economía 80% entre 2013 y 2021, la llegada del dólar de manera informal a las calles venezolanas ha sido un sacudón para las lógicas del empleo.
Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, de la Universidad Católica, entre 2014 y 2021 el empleo formal se redujo en 4,4 millones de puestos, casi un tercio de la población económicamente activa.
Y solo en 2021, se cerraron 1,3 millones de empleos formales.
Apenas 40% del empleo hoy es formal, según Encovi, pero si se tienen en cuenta otros estudios, como aquellos que miden la informalidad por la cantidad de gente inscrita en el seguro social, la formalidad se reduce a 20%, de lejos la cifra más baja en América Latina.
Difícil no buscar un «tigrito»
La crisis de la formalidad no solo ha tenido un impacto en la calle.
BBC Mundo entrevistó a un escolta que repara microondas, a un ingeniero que hace plomería y a una profesora que fabrica mermeladas y salsas para pasta y otro educador que labora en una pizzería. Muchos tienen hasta una tercera actividad; algunos trabajan siete días a la semana; la mayoría están dedicados a conseguir un dólar adicional 12 horas al día.
Oscar, quien pidió no revelar su nombre porque su actividad puede ser interpretada como ilegal, está estudiando para ser chef y tuvo un emprendimiento de banca por internet.
Hoy, sin embargo, encuentra sus ingresos en los videojuegos: «Si haces un sondeo, ves que la mayoría de la gente logra ganar hasta unos US$50 al mes, lo que es bastante más que el salario mínimo o la pensión (entre US$5 y US$10), pero sigue sin ser suficiente».
Oscar pasa sus días en Axie Infinity, un videojuego de computador o celular que tiene el objetivo de crear personajes con poderes que luego se comercializan a través de NFT (o token no fungible).
«Cuando uno ve que la gente acá se gana esos US$50 en una o dos horas de trabajo, esto se convierte en un salvavidas o en un auxilio», explica. Quienes se dedican a monetizar Axie Infinity suelen ganarse unos US$800 al mes en promedio.
Según SimilarWeb, un medidor el tráfico en internet, Venezuela es el segundo país después de Filipinas con más usuarios de Axie Infinity.
«Hay varias maneras de monetizar y la inversión no tiene que ser tan grande», dice Oscar. «El sistema tiene algo de cooperativa, porque para ganar se necesitan otros jugadores (…) Mis becados (en Venezuela) son un odontólogo que juega mientras espera pacientes, y otro que cuida a su mamá y trabaja en un supermercado y juega en sus ratos libres».
El ocaso del empleo formal
La expresión «matar un tigre» en Venezuela se usa para hacer un trabajo ajeno a la especialidad, pero que permite sobrevivir. Surgió en la escena del entretenimiento de los años 30, cuando muchos músicos no eran profesionales.
Desde entonces, y sobre todo ahora, después de una de las crisis económicas más duras registradas en la historia de América, los venezolanos hablan de sus «tigritos».
«Como trabajar en la informalidad da más plata, muchos, sobre todo en el sector público, o han renunciado o simplemente no van y se dedican a otras cosas», explica Demetrio Moratta, economista y consultor empresarial. «El Estado colapsó y la seguridad social dejó de ser un mecanismo de tener una vida estable».
Asdrúbal Oliveros, también economista venezolano, añade: «La hiperinflación no solo destruyó la moneda, sino la mayoría de los empleos y acabó con la estabilidad laboral; esa precarización hace que la gente priorice trabajos que resuelven el día a otros que en teoría les dan estabilidad».
Pero además, explica, «la dolarización se dio más rápido en la estructura informal que en la formal, donde muchas empresas siguen pagando en bolívares».
Por eso es que Yulimar Aldana, de 26 años, decidió dejar su empleo como auxiliar de laboratorio y armó una mesa de venta de productos básicos en el barrio San Martín, en Caracas.
«Es que gano más vendiendo arroz, harina, aceite aquí en la calle que en el laboratorio (…) Pero además ya no me tengo que gastar la plata del transporte o durar cuatro horas al día llegando hasta allá».
La crisis económica venezolana ha tenido un fuerte efecto sobre los servicios públicos, entre ellos el transporte, que, con escasez de repuestos y complicaciones en la adquisición de gasolina, ha perdido la eficiencia que alguna vez tuvo.
«Yo en el laboratorio tenía un bono anual y descuentos para consultas médicas y en algunos comercios —dice Aldana—, pero gano más haciendo esto, que no es para lo que me preparé, pero bueno, me permite estar tranquila».