José Fructoso Vivas Viva, conocido como “Fruto” Vivas, fue un maestro irreverente de la arquitectura que materializó conceptos adelantados a su época. Su figura fue controversial: causaba admiración o rechazo por igual entre quienes lo conocían, petulante para algunos, un genio para otros. Nacido en La Grita, estado Táchira, el 21 de enero de 1928, tenía la capacidad de seducir a las personas con su manera de hablar sobre aquellas ideas originales que solo a él se le ocurrían y que dejaron un vasto legado en la arquitectura venezolana. Algunas emblemáticas construcciones en el país como la Flor de Venezuela en Barquisimeto, el Club Táchira en Caracas o la Iglesia del Santo Redentor en San Cristóbal llevan su firma y su estilo característico de ir más allá de lo convencional. A sus 94 años de edad, Vivas falleció el 23 de agosto de 2022 en Caracas.
Corría el año 1951 cuando Fruto Vivas, con 23 años, ingresó en la escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela (UCV) de donde se graduó en 1956. Incluso antes de titularse, Vivas ya había comenzado a dejar legado en la Arquitectura: en 1954, a petición de Marcos Pérez Jiménez, diseñó la Quinta el Palmar ubicada en la urbanización Playa Grande de Catia La Mar, una residencia que el expresidente utilizó para vacacionar. Ya para la época Vivas se había incorporado a la militancia del Partido Comunista de Venezuela (PCV), una inclinación política que estuvo presente a lo largo de toda su vida.
“Fruto tenía muchísimos detractores por su afiliación política, eso pesó mucho en una parte de la sociedad venezolana. Por eso, o lo amas o lo odias. También se acercó mucho a Hugo Chávez en su momento. Su discurso era de inclusión, de conseguir el fin último que era lograr que la arquitectura fuera un fin social. Eso no le gusta a mucha gente, pero no quita que Fruto fuera una persona valiosa dentro de la profesión”, explica el arquitecto e ingeniero de 47 años, Luis Marín, egresado de la UCV, quien conoció a Vivas en vida.
Vivas hizo grandes aportes incluso desde su época como estudiante: en 1955 colaboró con el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer en el diseño del Museo de Arte Moderno de Caracas. Ese mismo año participó en otros proyectos y en construcciones emblemáticas como la colaboración con el ingeniero español Eduardo Torroja para diseñar el Club Táchira en Caracas. Dos años después, ya arquitecto, en 1957 diseñó la casa del empresario Inocente Palacios, en Rio Chico. Ya para esta vivienda Fruto Vivas aplicó lo que implementaría en el resto de sus propuestas: utilizó materiales locales como el bahareque, el piso de madera de mora, el mangle, caoba, cedro y apamate. Ese mismo año se convirtió en miembro fundador del Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la UCV.
Pragmático e irreverente
Si el arquitecto e ingeniero Luis Marín tuviera que definir a Fruto Vivas con una palabra esa sería pragmático. Como arquitecto, a Vivas no le interesaba la teoría. Incluso le preguntó a Marín, quien tiene una maestría y un doctorado en Estados Unidos, por qué se enfocaba tanto en estudiarla. “No sé por qué lo haces, me dijo Fruto en una ocasión”, cuenta el ingeniero. El experto se enfocaba más en experimentar, desde el punto de vista espacial, cómo las estructuras de los edificios podían cambiar y comportarse. Un interés que le surgió al conocer la obra de otros grandes arquitectos e ingenieros como el italiano Pier Luigi Nervi o el español Santiago Calatrava.
“Al tener el dominio y la pericia para trabajar la forma, además de saber cómo estructuralmente se puede comportar, se puede llevar al límite los comportamientos estructurales desde el punto de vista espacial. Eso mismo que hace Calatrava, que hacía Nervi, a Fruto le interesó muchísimo”, explica Gustavo Izaguirre, decano de la Facultad de Arquitectura de la UCV.
Esa curiosidad por explorar cómo las estructuras pueden variar desde el punto de vista espacial fue una inquietud desde el inicio de su carrera. En 1957 Fruto Vivas diseñó otra de sus grandes construcciones: la Iglesia del Santo Redentor, en San Cristóbal. La obra, hecha principalmente de ladrillo, articula sus espacios a partir de un muro continuo, que va paulatinamente aumentando en altura. A partir de ese muro se genera el vacío para la nave central y en su extremo más alto está el campanario. Una de sus obras más conocidas.
A juicio de Izaguirre, Vivas tenía mucho interés en que la arquitectura y la estructura pudieran funcionar lo mejor posible, donde la riqueza espacial no estuviese limitada por la estructura. “El arquitecto tiene que saber cómo era el comportamiento estructural de una edificación para poder aprovecharla”, explica el decano. Para poder conocer el comportamiento estructural de las edificaciones, Vivas dejó, sobre todo, que su curiosidad lo guiara en la experimentación.
Al año siguiente, en 1958 Vivas estuvo a cargo de otros diseños reconocidos como el Hotel La Cumbre, en Ciudad Bolívar, y la Plaza Mayor de San Cristóbal. También estuvo a cargo del Hotel La Montaña, en La Grita, un diseño que hizo en 1967. Mientras seguía diseñando, realizó muchas investigaciones sobre varios temas de interés como el equipamiento modular, los sistemas de portación y tecnologías populares de uso, el diseño del Plan de Vaquerías prefabricadas, entre otros.
Sus aportes e investigaciones lo llevaron en 1987 a ganarse el Premio Nacional de Arquitectura. “El mayor aporte de Fruto fue su experimentación, no importaba si se equivocaba, le daba la vuelta hasta que conseguía algo que pegaba. Toda la experimentación que hizo fue desde un punto de vista espacial, constructivo y aunque a mucha gente no le guste escucharlo, también fue desde un punto de vista social. Le interesaba la arquitectura desde un punto de vista de acción social. Ese era el mayor legado de su trabajo”, reflexiona, por su parte, Luis Marín.
Con todas sus obras tempranas, Vivas sentó las bases de lo que, años después, lograría materializar con su serie de Árboles para la vida.
Árbol para vivir
Corría el año 1992 cuando Vivas diseñó la Casa Riccio, en Barquisimeto: una plataforma elevada sobre un único soporte de hormigón. Con el diseño reinterpretaba los palafitos y ensayaba para lo que realmente quería lograr que alcanzó año después: no una casa, sino muchas separadas del suelo, “El Árbol de la vida”. La obra es tan significativa que Pedro Torrijos León, escritor, crítico cultural y arquitecto español habló sobre ella en sus redes sociales. En Twitter, Torrijos explicó que para los años noventa Vivas ya estaba buscando una interpretación distinta de la arquitectura moderna que funcionara mejor con el clima del trópico. Así fue como concibió su serie árboles para vivir.
La estructura nació de su genuina preocupación por la optimización y el ahorro de materiales en la construcción de los edificios. No es un diseño convencional: se trata de una estructura metálica realizada en marcos que contienen tres pisos de bloques. No es un edificio vertical sino horizontal con un corredor intermedio que se cruzan entre sí a distintas alturas conectadas con los sistemas de circulación vertical.
Es un edificio de ventilación cruzada que se terminó de construir, por encargo de la cooperativa de trabajadores de Pequiven, en 1994 en Lechería, Anzoátegui. “Es una edificación psicológica, fue una propuesta bien interesante. Trabajaba al límite, así hacía ese alarde de manejar como arquitecto muy bien la estructura para que esta trabajara en sus límites”, explica Izaguirre.
Con la obra, Fruto Vivas demostró estar adelantado a su época. Así lo considera el arquitecto español Pablo Farfán, de 49 años de edad, graduado de la Universidad Politécnica de Madrid. El experto, quien conoció la obra de Vivas gracias a su esposa venezolana, se sintió atraído por las grandes construcciones de Vivas.
“El Árbol para vivir te cuenta en su estructura cómo el edificio te tiene que recoger y proteger. Te tiene que aportar todo lo que necesitas en el aspecto climático, de salubridad, energético, gracias a la eficiencia del edificio con los mínimos costes posibles”, explica.
Con la obra, asegura Farfán, Vivas ya estaba hablando de conceptos como la bioarquitectura, biotermia, la ventilación natural, términos que apenas se conocían en la época. “Haberlos descrito y hecho realidad como en el árbol de la vida lo hace un precursor, un pionero. Encontré en él un pionero caribeño de todas las teorías que yo ahora hago en España: arquitectura de muy baja energía incorporada, con materiales locales y de poco requerimiento energético. Fruto vivas lo aplicó desde el principio en Venezuela”.
“Yo hablo de árboles para vivir como un sueño posible. Coexistir con la naturaleza sin que seamos más importantes que la flor del mastranto o una mariposa”, dijo Vivas sobre su obra.
La flor de Venezuela
Años después, el reconocido arquitecto continuaría sentando bases con sus ideas poco convencionales. En el año 2000 diseñó el Pabellón de Venezuela, conocido también como La Flor de Venezuela o La Flor de Hannover. La estructura representó al país en la Exposición Universal de Hannover, Alemania.
“Fue una maravilla. Además de que la estructura se pudo hacer gracias a que utiliza las aplicaciones para dibujo de arquitectura e ingeniería AutoCAD. Eso permitió que la empresa pudiera cortar los tubos a la medida exacta. Por eso la flor se abría y se cerraba dependiendo de las condiciones climáticas que había. Después se trajo y se construyó aquí en Barquisimeto”, comenta Izaguirre.
El diseño cuenta con un sistema de 16 pétalos que se abren y se inspira en los Tepuyes de la Gran Sabana y en la orquídea, la flor nacional. Su traslado comenzó en 2006. Posteriormente, en 2008, se estrenó como propiedad del Estado venezolano, quien se la otorgó en comodato a la gobernación del estado Lara. Actualmente, tiene numerosos jardines y bosques representativos de Venezuela, peceras, una biblioteca y un anfiteatro.
Tras esa obra, Vivas estuvo a cargo de otras grandes construcciones como el Proyecto para la sede de la ONG Vidas Recicladas en Santos, Brasil en 2011; y La Flor de los Cuatro Elementos, Caracas, en 2013, un diseño que decora el sarcófago que guarda los restos de Hugo Chávez y que representa el fuego, al viento, la tierra y el agua. Un año después, en 2014, Vivas recibió el Premio Iberoamericano de Arquitectura por sus múltiples aportes a la profesión.
Su legado: la enseñanza
En esos años, Fruto Vivas ya se había consolidado como un reconocido arquitecto que, además, daba clases en las diferentes universidades del país. Recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Facultad de Arquitectura de la UCV en 2009; y Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET) en 2011. En 2013, Universidad Bolivariana de Venezuela también le otorgó el título de Doctor Honoris Causa. Así como le dedicó tiempo a la experimentación y el diseño, Vivas se concentró también en la divulgación de sus conocimientos.
“Pienso que la mayor obra de Fruto es el tiempo que le dedicó a enseñar, a transmitir ese conocimiento, ese deseo por la experimentación. Esa es su gran obra. La formación de las personas que lo conocieron”, asegura Luis Marín. Un legado que prevalecerá tanto por sus obras como por sus libros: Reflexiones para un mundo mejor o Del barro al metal, dos obras que, en el caso de Farfán, considera piezas de referencia en la arquitectura contemporánea.
El arquitecto español resaltó también los programas que hacía Vivas para enseñar a la gente a vivir de una manera eficiente con los mínimos recursos. El programa, llamado Tecnologías de la necesidad, está disponible por YouTube. “Allí Fruto Vivas explicaba una serie de conceptos estructurales, biotérmicos, que cualquiera podía aplicar. Esa influencia yo la he podido ver en Venezuela en los lugares más recónditos. De la selva hasta los Andes la arquitectura de bloque de tierra comprimida de Vivas influye en la arquitectura para que sea más eficiente, barata y mejor. Ejerció influencia en la gente por medio de su movimiento de arquitectura ecológica con mínimos recursos y máxima eficiencia. Eso es lo que quizás a mí me ha influido y he podido apreciar. Esa labor de difusión que hacía tan bien y que a mí también me ha enseñado”, reflexiona Farfán.
Una arquitectura que además de ser sostenible y ecológica, el decano de la facultad de arquitectura, Gustavo Izaguirre, define como sincera. “Era un arquitecto con una sensibilidad humana muy interesante que trabajó para toda la sociedad. Su arquitectura era un hecho social, como decía Carlos Raúl Villanueva. Siempre intentó que su arquitectura fuera sincera y personal. Siempre trataba de reafirmar que podíamos tener buena arquitectura en el trópico basada en el hombre y a la vez resolver los problemas de una familia”, considera.
Además, inculcó la curiosidad en sus estudiantes. Izaguirre señala: “Ellos aprendieron de Vivas lo mismo que enseñaba Villanueva: todo lo que hagamos en arquitectura tiene que ver con el ser humano, su desarrollo y con un respeto cultural. Nunca dejemos el interés en investigar eso que nos da curiosidad, eso era algo que Fruto siempre le transmitía a sus estudiantes”.
Una curiosidad y un interés por ir más allá que marcó la vida de quienes lo conocieron. Entre ellos, Luis Marín, a quien convenció de estudiar arquitectura cuando era un estudiante de ingeniería civil. “Él me dijo: usted debería estudiar arquitectura. Luego, salió de la casa y buscó un libro Del barro al metal. Allí me escribió en la primera página: El que intenta lo absurdo conquista lo imposible. Ese libro detonó en mí la curiosidad de estudiar Arquitectura. Ese fue uno de los grandes consejos de Fruto Vivas que me cambió la vida”, concluye.