Se cuenta en minutos, pero son casi 6 los meses de zozobra que han vivido más de 180 venezolanos que se quedaron varados en República Dominicana. La pandemia de covid-19 y el cierre del espacio aéreo los obligó a quedarse sin muchos recursos económicos y en estado de vulnerabilidad en un país ajeno.
Durante todo este tiempo se dirigieron más de 15 veces a la Embajada de Venezuela en Santo Domingo para exigir vuelos humanitarios, señaló Maleyva Zambrano, una de las voceras del grupo, a El Nacional. Momentos de sol, lluvia, hambre y también de tristeza porque nunca antes habían pasado tanto tiempo lejos de sus familias.
Largas horas de espera que se convirtieron en una respuesta, finalmente: el 28 de agosto les informaron que debían hacerse las pruebas PCR para descartar el contagio de covid-19 y cumplir otros requisitos para que se comenzara a organizar el vuelo de repatriación. El test cuesta 4.300 pesos (más de 70 dólares).
El próximo paso
Los connacionales inmediatamente se movilizaron para averiguar los requisitos y tratar de conseguir todo lo necesario con el único fin de que no se retrase más el regreso a casa. En República Dominicana solo cuatro laboratorios están licenciados por el Ministerio de Salud Pública para hacer pruebas PCR.
«Esperamos que este sea el último requisito para montarnos en ese avión que finalmente acabe con esta pesadilla que ha sido estar lejos de casa. Mi hija cumplió 15 años estando yo afuera, no sabía si me estaba dando un infarto o era dolor, nunca había sentido algo así; mi hijo se graduó de bachiller y me pregunto siempre si a mí el gobierno me va a devolver eso. Creo que es algo absolutamente cruel», expresó.
Están contentos, aseguró Zambrano, de 43 años de edad. La próxima semana podría avanzar el proceso, aunque todavía quedarán venezolanos varados porque un solo vuelo no será suficiente para repatriarlos a todos. Censados hay 180 ciudadanos, pero cada día se suman más connacionales que se enteran a través de los medios de comunicación y las redes sociales.
El grupo se organizó a través de WhatsApp. Inicialmente solo eran cinco o seis los que iban hasta la embajada, pero después más personas se agregaron. Muchas están en situación de vulnerabilidad: hay pacientes crónicos, adultos mayores y niños; también varios están quedándose en refugios porque no tienen cómo sustentar su estadía o que están en riesgo de que los desalojen de los sitios en los que están alquilados.
El regreso, por lo tanto, es urgente.
Zambrano, docente de 32 años de edad, se encontraba en Estados Unidos cuando Nicolás Maduro ordenó el cierre del espacio aéreo. Viajó por compromisos familiares y mientras esperaba la restitución de los vuelos, con apoyo de familiares que tiene en ese país, dio clases virtuales a sus alumnos, hasta que decidió ir a República Dominicana a mediados de julio, junto con otros connacionales, en donde al menos hay una sede diplomática en la que podían gestionar su regreso.
«Me puse muy triste, me hacían falta mis hijos, primera vez que me separaba de ellos. Me sentía secuestrada fuera de mi casa, pero con el trabajo y caminar se me fue pasando, por supuesto, estando con mi familia, rodeada de cariño, de amor; mis hijos estaban con mi esposo. Pasaron los días hasta que ya no aguantamos más», contó.
«Nos inscribimos en el consulado para ponernos en el vuelo que nos debería llevar a casa, pensamos que iba a ser muy rápido. De hecho, cuando llegamos a República Dominicana nos hicimos la prueba del covid-19. Nos estamos quedando en una habitación, es un país muy caro, cada vez uno cuenta con menos recursos, y además hay que guardar porque sabemos que el vuelo que nos llevará de regreso a casa no será gratis, que hay que hacerse la PCR, que hay que cumplir una cuarentena en Caracas», agregó.
Pero las gestiones no solo han quedado en la embajada. Los varados también se han dirigido a la Cancillería de República Dominicana, a la Conferencia Episcopal y a la sede de las Naciones Unidas.
«Exponiéndonos en un país donde no tenemos acceso al sistema de salud. Estamos todo el día en la calle gestionando nuestra ida a casa, gastando un dineral en transporte. Pero ese ha sido nuestro trabajo desde que llegamos aquí», manifestó.
«Me dan deseos de llorar»
Emperatriz Disla de Reyes, una abuela de 70 años de edad, sufre de arritmia cardíaca, de hipotiroidismo, tiene un soplo en la vena carótida, un bloqueo en el corazón de primer grado y otras afecciones. De 11 medicamentos, solo está tomando losartán, que le cuesta 500 pesos (8,56 dólares), porque no puede costear los demás. Debe guardar dinero para comprar el boleto de regreso, comer y hacerse la prueba PCR cuando le corresponda.
«Mi esposo está en Venezuela, mis hijos, mi nietos. Cuando yo me levanto le doy gracias a Dios por un día más de vida. Son muchas cosas. No quiero ni siquiera hablar mucho porque me da tristeza y deseos de llorar. Pero gracias a Dios todo se va a solucionar y nos vamos a poder ir porque yo lo que quiero es estar con mi familia, porque es un apoyo. Para uno sobrevivir aquí necesita tener dinero y uno no está trabajando ni está haciendo nada», declaró a El Nacional.
Yasmira González, de 32 años de edad, migró a República Dominicana en 2018 junto con su hijo. Siendo enfermera, su intención era trabajar para regresar al país con dinero ahorrado. Envió de vuelta a su hijo en noviembre de 2019 y tenía entre sus planes volver en marzo de 2020 para trabajar un poco más en la clínica, de donde la despidieron por el recorte de personal que hubo debido a la crisis generada por el covid-19.
«Y no me dio tiempo de irme. Estaba esperando la liquidación y todo eso. Gracias a Dios no estoy tan mal, tengo donde quedarme y no me falta alimentación. Mi gran dolor es que mi hijo está en Venezuela. Lo extraño muchísimo y he sufrido. De verdad es demasiado difícil esta situación. Por eso es que me quiero regresar, además mi mamá no está bien de salud ahora y hacerse cargo del niño es difícil. Solo era por cuatro meses y tengo casi un año sin mi hijo», expuso.
Ana María de Davanzo y su esposo Pedro Davanzo llegaron a Punta Cana el 5 de marzo para celebrar sus 40 años de casados y tenían planificado regresar a Venezuela el 19 del mismo mes. En esa región, la pareja conoció a una familia que los apoyó con alojamiento en su vivienda y esperaron por dos meses con la esperanza de que abrieran nuevamente el espacio aéreo.
«Estando con ellos colaborábamos con los gastos, pero en vista de que se nos acababa nuestro presupuesto, mi esposo y yo decidimos irnos a Santo Domingo y con la ayuda de amigos en Venezuela nos pusieron en contacto con una familia que nos aceptó en su casa, algo incómodo para nosotros ya que no estamos acostumbrados a esta situación, varados y sin dinero«, manifestó.
El esposo de Ana María trató de conseguir un trabajo, pero por la pandemia resultó difícil porque muchas empresas cerraron y en otras le exigieron los papeles legales.
«El hijo de la señora de la casa donde nos estamos quedando lo ayuda llevándolo a hacer trabajos cortos, lo cual nos da para poder sobrevivir. Aquí estamos sobreviviendo. Esto ha sido muy duro y nos ha afectado emocionalmente porque somos personas de la tercera edad y aquí no tenemos familia ni amigos, estamos solos con Dios y la Virgen; y con esta pandemia nos da miedo. El 5 de septiembre cumplimos seis meses sin ver a nuestros hijos y nietos y ya queremos estar en nuestra casa», añadió.
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