En medio de la bulliciosa Feria del Libro en Madrid, nos encontramos con Antonio Ecarri Bolívar. Quien es autor de la aclamada obra Historia contemporánea de Venezuela. En un cálido día de junio, el señor Ecarri Bolívar llega puntual al encuentro en el emblemático parque del Retiro, donde se celebra este evento literario anual.
A Ecarri Bolívar le caracteriza su puntualidad y la simpatía. Y con entusiasmo nos cuenta que estará presente en un stand, N140 el día domingo 11 de junio hora 6:00 pm dispuesto a firmar ejemplares de su libro y a conversar con los lectores sobre los acontecimientos históricos que han moldeado a Venezuela en tiempos recientes. Su obra, fruto de una larga experiencia como docente universitario y de una profunda preocupación por el desconocimiento y la tergiversación de la historia, aborda desde el General José Antonio Páez hasta el comandante Hugo Chávez Frías.
Antonio Ecarri Bolívar, un autor comprometido con la verdad histórica
La Historia contemporánea de Venezuela es un testimonio valioso que busca despertar el interés de los jóvenes por su pasado y enfrentar las distorsiones históricas que han permeado la sociedad venezolana. Con una mirada crítica y comprometida, Ecarri Bolívar analiza el papel del militarismo; la construcción del culto alrededor de la figura de Simón Bolívar y los desafíos que ha enfrentado Venezuela en su búsqueda de la democracia y la libertad a lo largo de los años.
Durante nuestra entrevista, exploraremos las motivaciones detrás de su obra, las contribuciones a la comprensión de la historia venezolana y latinoamericana, los desafíos presentes en el camino hacia la reconstrucción democrática, así como las aspiraciones y esperanzas para el futuro de Venezuela
Entrevista para El Nacional sobre «Historia contemporánea de Venezuela».
—¿Cuál fue tu motivación principal para escribir este libro y qué te llevó a abordar la historia contemporánea de Venezuela desde el General José Antonio Páez hasta el comandante Hugo Chávez Frías?
—Mi motivación para escribir este libro tiene que ver con dos temas que me han preocupado mucho siempre. El primero, la desafección de los jóvenes sobre su historia. Eso lo pude constatar en mi larga experiencia como docente universitario; en la medida que pasaban los años, percibía que en mis alumnos crecía la ignorancia sobre nuestro pasado y una indiferencia, casi total, por nuestros valores históricos. El segundo tema que me ha preocupado siempre es la tergiversación de nuestra historia en todas nuestras épocas. Primero, por el culto casi religioso de nuestra historiografía a los héroes militares, exaltado por las dictaduras, pero también por los gobiernos democráticos. Unos para justificar sus golpes militares; los otros, para hacer demagogia con la memoria de El Libertador. Durante el chavismo se llegó al paroxismo en materia de tergiversación histórica, al dividir nuestra historia en un parteaguas. Venezuela con Bolívar fue un paraíso y después un tremedal, hasta que llegó Hugo Chávez para volvernos a convertir en el paraíso perdido. Una locura, pero muy perversa si no le salimos al paso. Y abordo el período de Páez a Chávez, porque es la etapa republicana de Venezuela. Antes de Páez éramos Colombia, y antes de Colombia, una Capitanía General dependiente de España. Dejo el análisis hasta Chávez, porque el gobierno de Maduro y el interinato de Guaidó son hechos muy recientes para historiarlos. Tengo el compromiso, con historiadores y literatos amigos, de ponerme a trabajar las épocas anteriores: independencia y Colonia. Sobre todo para inmiscuirnos en el interesante debate actual, sobre las leyendas negras y doradas, de la intervención española en América.
—¿Cuál crees que es la principal contribución de tu libro a la comprensión de la historia de Venezuela y América Latina en general?
—Creo que contribuyo en algo al conocimiento de nuestro pasado; pero sin tener la pretensión de que sea el libro canónico de nuestra historia, porque es mi visión particular sobre un tramo de nuestra vida política. Aunque he hecho el esfuerzo de ser lo más objetivo posible, porque es una crítica a la permanencia del militarismo y su más perversa consecuencia que es el pretorianismo (copar el poder por el estamento militar). Pero no es una crítica irracional y demoledora contra los militares. Reconozco que durante el siglo XIX se hizo casi imprescindible su presencia al frente del estado, porque fue la época en que nuestros héroes de la independencia se disputaban el poder en el campo de batalla. Lo que critico y creo que es un aporte para las nuevas generaciones es el peligro de la permanencia de un gendarme, ahora, totalmente innecesario. Y hay que influir en nuestro pueblo para que entienda que solo a través de los civiles se puede gobernar un país. Nadie con un revólver al cinto puede decidir los destinos de toda una sociedad plural y libre. Si contribuyo en algo, a que los venezolanos entiendan esto, daré por satisfecho este aporte de buena fe.
—En tu opinión, ¿cuáles son los principales desafíos que ha enfrentado Venezuela en su camino hacia la democracia y la libertad a lo largo de su historia contemporánea?
—El principal desafío de siempre es la falta de institucionalidad, la ausencia de separación de poderes y la inseguridad jurídica. Nada de eso se puede alcanzar sin tolerancia y diálogo entre venezolanos. La polarización y la intolerancia han llegado a extremos muy peligrosos en los últimos tiempos, peor que en el siglo XX.
Desde el punto de vista de la historia como ciencia se supone que los cambios políticos ocurren por razones objetivas y subjetivas. Las objetivas: cuando una crisis social, económica y política generalizada, impone una transferencia del poder de parte de una determinada clase a otra; al cambiar la titularidad de los propietarios de los medios de producción, por cualquier vía. Al menos, esa es la óptica historiográfica marxista y, en buena parte de la historia ha ocurrido así, pero en Venezuela los cambios han ocurrido más por razones subjetivas y personalísimas, porque en el siglo XIX ocurrió una lucha cainita entre nuestros libertadores por el poder, con justificaciones teóricas; pero en el fondo era por el consabido “quítate tú para ponerme yo”.
Un ejemplo cínico, pero cierto, nos lo daba el siglo pasado Antonio Leocadio Guzmán, teórico del liberalismo y el federalismo cuando dijo: “No sé de dónde sacan que el pueblo venezolano es amante del federalismo. Eso de federal lo inventamos nosotros, porque los otros, en la Convención de Valencia, proclamaron el centralismo. Si ellos hubiesen dicho federación, nosotros hubiésemos dicho centralismo”. Otro ejemplo: si Páez y Monagas hubiesen llegado al acuerdo que les proponía el general Juan José Flores, quizás se pudo haber evitado la guerra federal. Monagas frustró el encuentro y eso fue crucial en el incremento de las diferencias. Igual ocurrió cuando Páez, por complacer a sus amigos, destituyó a Antonio Leocadio Guzmán y lanzó a este a una oposición radical. También, cuando un grupete de malvivientes trató de asaltar una fiesta en casa de Antonio Guzmán Blanco, este se convenció que no se podía lograr el cambio por la vía democrática, sino por las armas y se fue a Curazao a preparar la invasión con Falcón.
Y en la etapa democrática, el acuerdo de Puntofijo nos obsequió cuarenta años de paz y progreso. Porque se consolidaron las instituciones, hubo separación de poderes y cierta seguridad jurídica; pero cuando sus principales sostenedores, los dos grandes partidos, comenzaron a combatirse sin tregua, con acusaciones mutuas de corrupción, surgió el descrédito por ellos. Y, en consecuencia, se afectó seriamente la credibilidad en la democracia. Por esa rendija se coleó Chávez, desinstitucionalizó al país; copando todos los poderes públicos. Y, obviamente, su intolerancia y polarización de la vida nacional hizo añicos la seguridad jurídica espantando a los inversionistas nacionales y extranjeros.
Nuestro desafío, entonces, de cara a este siglo XXI es empinarnos por encima de nuestras diferencias. Pensando en Venezuela y llegando a acuerdos a través del reconocimiento de los contrarios, con tolerancia y diálogo; para crear instituciones serias y permanentes y, al crear confianza, regresen los capitales que se necesitan para reconstruir a Venezuela. Con una sociedad de mercado y estímulo a la inversión privada con justicia social.
—Mencionaste que los gobernantes venezolanos, con excepción de los 40 años de democracia liberal representativa, convirtieron la memoria del Libertador en un culto exagerado. ¿Podrías explicar cómo este culto afectó la historia y la política de Venezuela?
—Bueno, en la etapa democrática también hubo culto a Bolívar, a través de una historiografía muy elemental, epopéyica y apologética. Pero lo perverso, de la tergiversación históricas de las dictaduras o de los regímenes con pretensiones totalitarias, es que no solo prodigan loas al Libertador, sino que desfiguran su pensamiento y lo devalúan al pretender que el pensamiento de Bolívar justifique tiranías. O peor aún que, siendo una especie de eterno profeta, adivinara el futuro, sus proclamas y dictámenes se hicieran indiscutibles e irreversibles y que los gobernantes, hasta en el siglo XXI, estén obligados a seguirlos al pie de la letra y, cualquier desobediencia a ese “manual” bolivariano, se convierta en traición a la patria. Toda una maniobra dialéctica torcida, de la peor especie, abusando de la ignorancia de nuestros pueblos y creyéndolos tan ingenuos que se van a dejar pasar ese contrabando, en pleno siglo XXI.
Es lo que hizo Fidel Castro en Cuba con el pensamiento de José Martí; y los hermanos Ortega, en Nicaragua, con el pensamiento de César Augusto Sandino. Una vulgar manipulación, como ideología de reemplazo de las viejas teorías comunistas, desacreditadas e insostenibles al haber sido derrotadas por la realidad.
—¿Cuáles son los aspectos más destacados de tu libro que diferencia tu enfoque con otras historias especializadas sobre Venezuela?
—Respeto mucho a nuestros historiadores y no me comparo con los grandes maestros que han creado doctrina y cátedra en nuestra historia, como Vallenilla, Gil Fortoul, González Guinán, Siso Martínez, Caballero, Carrera Damas, Morón, Salcedo Bastardo, Elías Pino o Tomás Straka. Solo hice el esfuerzo, ojalá lo haya logrado, de ser lo más objetivo posible. Aunque fijando posición para que no se me vea como un acomodaticio neutral, con una narrativa asexuada e inocua.
—¿Cuál crees que es el papel de la diáspora venezolana y la sociedad civil en la búsqueda de la democracia y la libertad en Venezuela? ¿Cómo abordaste este tema en tu libro?
—Fuera de Venezuela andamos más de siete millones de compatriotas. Es como si fuéramos otro país. Flotante, deambulando por el mundo con su carga de dolor, angustia y desarraigo. Pero también estamos obteniendo una experiencia que puede serle muy útil a nuestra patria cuando todo se normalice y volvamos a ser la nación de las oportunidades. Digo, en mi libro, que nuestro papel, el de todos los venezolanos, es buscar acuerdos empinándonos sobre nuestras diferencias. Esto para producir el cambio que necesitamos, pero eso no lo pueden hacer los que se autoproclaman como puros, ni siquiera los dirigentes de las organizaciones políticas de nuestras preferencias.
Estamos obligados a producir un gran acuerdo nacional. Uno para poder sacar a Venezuela de este foso en que se encuentra. Y eso no se va a lograr sino con el concurso de toda la sociedad y a largo plazo. Como decía Pocaterra: la independencia no la hicieron santos sino una mezcla de todos los sectores, buenos, malos y regulares. ¡Eso fue lo que produjo esa aleación que hizo el molde donde se fraguó la libertad! ¡Dios no ha roto el molde!
Hay que seguir escribiendo y trabajando para lograrlo; con los que siguen en Venezuela y los que andamos deambulando por el mundo con el corazón y la mente en nuestra entrañable “terruca”. Que, como decía Rufino Blanco Fombona, hala muy duro y nunca se puede olvidar. Venezuela nunca se ha perdido, solo se extravía de vez en cuando, pero también se recompone cada cierto tiempo. Estamos en tiempos de regeneración democrática, porque la democracia es, con todos sus defectos, como decía Churchill con su fina ironía: “El peor de los sistemas… excepción hecha de todos los demás”.
—¿Qué mensaje esperas transmitir a los lectores de tu libro, tanto a aquellos familiarizados con la historia de Venezuela como a aquellos que buscan comprenderla mejor?
—El mensaje, dirigido a todos los lectores, es para que conozcan una historia venezolana de muchos contrastes, frustraciones, desvaríos y desgracias, pero también fascinante, de grandes logros. Quizás, como decía Bolívar, Venezuela es un cuartel, pero las armas nuestras nunca salieron a agredir a otros pueblos, sino a liberarlos y eso es un logro inconmensurable.
En nuestro trabajo no mitificamos a Bolívar, pero hay que reconocer como decía, no un venezolano, sino el gran historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna: “Bolívar emancipó cuatro veces más millones de colonos que Washington. Una sola de sus creaciones, Colombia, que tiene 112.000 leguas cuadradas, es más vasta que todas las conquistas de Napoleón. La historia no conoce guerrero cuyo caballo de batalla haya ido más lejos y cuyo teatro militar fuera tan extenso”. Y en ninguna parte se quedaron nuestros guerreros, sino que daban libertad as otros pueblos y se regresaban a Venezuela.
Luego, incluso en nuestras guerras intestinas, también se encontraron gestos sublimes como la cortesía del Mariscal Falcón cuando finaliza la guerra federal y le da todas las facilidades a Páez para su retiro. Los venezolanos, excepción de aquellos que se endiosan por virtud de los alabarderos o por su megalomanía, son de una nobleza ejemplar. Lo mismo ocurrió en la primera etapa de la democracia, en el gobierno de Rómulo Betancourt, siguiendo la doctrina del Pacto de Puntofijo; cuando se invitó a integrar gobierno a los perdedores de las elecciones, igual hizo el gobierno siguiente, de Leoni, con los partidos derrotados, cuando integraron el llamado gobierno de “ancha base”.
Por todo ello, nuestro mensaje es de optimismo de cara al futuro. Tenemos la materia prima para salir adelante: el espíritu noble, solidario y gregario de los venezolanos.
—¿Cómo ves el futuro de Venezuela en términos de reconstrucción democrática y recuperación de la libertad? ¿Cuáles son tus esperanzas y aspiraciones para el país?
—Mi esposa, Milagros, siempre dice que soy una especie de pozo insondable de optimismo. Y eso es cierto, pero no es una actitud irreflexiva o irracional, sino por conocer nuestra historia, no solo a través de los libros, sino por el contacto directo que siempre he tenido con nuestros compatriotas en barrios, pueblos y aldeas. Venezuela es un país con inmensos recursos inagotables aunque se han despilfarrado miles de millones de dólares en corrupción, malversación y pésimas políticas de gobernanza. Sin embargo, aún tenemos las reservas petroleras más grandes del mundo, tenemos oro, coltán; y muchos otros recursos forestales y de pesca, turismo, ganadería, pero sobre todo tenemos a nuestro pueblo y sus inagotables reservas morales.
Volviendo a la historia como ciencia, podemos decir que para el cambio en Venezuela están dadas las condiciones objetivas, nuestra falencia es en las subjetivas. Solo nos falta un gobierno de entendimiento y salvación nacional que utilice esos recursos en una política seria, centrada en la educación y la tecnología, para producir un salto cualitativo del atraso hacia la modernidad. Eso lo vamos a lograr los venezolanos que están dentro del país y los que estamos afuera preparándonos, con las mejores experiencias de los países desarrollados, todos los cuales se han conducido con esos criterios, pero siempre en libertad y democracia. No se conoce ningún país de la tierra que se haya desarrollada y salido de estadios de pobreza y atraso, dirigido por dictaduras y tiranías.
También señalo en mi trabajo que no hay gobiernos eternos, que puedan quedarse en el poder por siempre. Por conocer esto a cabalidad, es por lo que soy optimista. En mi libro narro lo que ocurrido durante el gobierno dictatorial de Pérez Jiménez. Cuando el 31 de diciembre del año 1957 la dictadura celebraba el haber ganado un plebiscito fraudulento que le iba permitir quedarse otros 5 años en el poder -y rodaba el champagne por los pasillos del Palacio Presidencial de Miraflores- no se daban cuenta que la procesión iba por dentro. No pasó un mes de esa celebración, pues el 23 de enero de 1958 se produjo el golpe cívico militar, que abrió las puertas a los 40 años de democracia.
Por eso y por la grandeza de nuestra gente, estoy convencido que sí hay futuro en Venezuela y mis esperanzas están más vivas que nunca. Espero que ese sea el mensaje que pueda trascender y hacerse realidad, más temprano que tarde, porque con Pocaterra debemos decir que: ¡Dios no ha roto el molde!
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