Hace dos años, Yulennis Jiménez, de 22 años de edad, debió abandonar sus estudios de derecho. Se le hacía imposible seguir costeando la matrícula. La emergencia económica y las restricciones impuestas por la pandemia de covid-19 le cercaron las posibilidades. Entonces pensó que la solución era migrar para forjar un mejor futuro.
Junto a su esposo, Wilmer Ortíz, de 31 años de edad, contactaron a familiares en dos países latinoamericanos. Él se ganaba la vida como albañil rural y creían que ese oficio podría proveerles un sustento digno en otra nación. Pero, poco antes de partir “llegó la gente de la FAO a la comunidad”, relata.
Yulennis, su esposo y un hijo, son habitantes de la comunidad 5 de Octubre, asentamiento ubicado en el área periurbana del municipio Iribarren del estado Lara, al occidente de Venezuela, y que fue ocupado por 35 familias.
Es una comunidad calificada como vulnerable, desde el punto de visto alimentario y de su capacidad productiva. 5 de Octubre fue identificada por FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) e incluida dentro un grupo de 387 familias del estado Lara, que participan en un proyecto destinado a incrementar la producción de la agricultura familiar.
Una iniciativa financiada por la dirección general de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Unión Europea (ECHO) y que promueve la resiliencia en las familias que luchan por satisfacer sus necesidades. El proyecto proporciona insumos agrícolas, como semillas y herramientas, y asistencia técnica para mejorar los medios de vida y fortalecer así la seguridad alimentaria y nutricional.
Yulennis y Wilmer participaron en las capacitaciones ofrecidas por FAO. También recibieron semillas y herramientas livianas. Comenzaron a sembrar en el patio de su casa y con las primeras cosechas, florecieron también sus esperanzas de un nuevo futuro en su país.
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Cosechando porvenir
Como otras familias que integran la comunidad 5 de Octubre”, los esposos Ortíz Jiménez tienen un origen heterogéneo: ella proviene de un área urbana y él de una zona rural.
Antes de iniciar el proyecto de FAO, sólo había 35 familias en el sector. Hoy son 150. Se trata de personas que van desplazándose dentro del territorio buscando otras condiciones de vida.
Existen dos razones fundamentales para las formaciones de asentamientos periurbanos: una es el éxodo rural de los que ya no tienen acceso a servicios básicos en el campo y que esperan encontrar un trabajo remunerado en la ciudad. Otra, es el éxodo urbano de personas o familias que ya no pueden cubrir el costo de la vida en el centro de la ciudad y buscan un pedazo de tierra donde poder producir sus alimentos.
Entre esos dos grupos humanos se forma la zona periurbana. El periurbano es ahora un punto de encuentro de migración interna.
Somos como una nueva FAO
Crispín Hernández recuerda que solo ocho familias iniciaron con el proyecto de FAO. Recibieron capacitaciones en temas como: compost casero, biocontroladores, manejo de cultivos (germinación, siembra y cuidados básicos), nutrición e higiene de los alimentos, entre otros.
“Los vecinos fueron testigos la forma en la que empezamos a trabajar los patios productivos. Rápidamente vieron los resultados del apoyo de la FAO. Nos acompañaron con semillas, capacitación y equipamiento. Eso generó motivación”, explica Hernández.
Las primeras ocho familias se constituyeron en un núcleo generador. Y fue entonces cuando los vecinos comenzaron a preguntarse “qué podían hacer para sembrar en sus patios”, cuenta el líder de la comunidad: “Se nos ocurrió hacer asambleas para pasarles toda la información que nos dio la FAO y aprovechamos los talleres que nos dieron para hacer nuestro banco de semillas comunitario”.
La única condición que los nuevos formadores pedían a sus vecinos era seguir la misma metodología que habían aprendido en las capacitaciones. En los patios sembrados se alzan al sol plantas de cilantro, tomate, berenjena, ají, acelga, lechuga y árboles frutales de mango, guanábana y aguacate.
“Ahora pasamos de 8 a 47 familias que producimos alimentos en nuestros patios. Somos como una nueva FAO, porque estamos haciendo los que nos enseñaron. Apoyamos a nuestros vecinos para que se conviertan en productores”, dice orgulloso Hernández.
Con los patios productivos, la comunidad logra cubrir entre 10% y 25% de sus requerimientos alimentarios mensuales, lo que se traduce en un ahorro importante para las familias, además de un aporte de calidad a las dietas diarias.
Aspiran sumar a las 150 familias para la producción de alimentos, siguiendo los métodos aprendidos con FAO, aunque señalan que la falta de herramientas es una limitante para sus planes.
Alimentos por cash
La familia de Yulennis Jiménez cuenta con la mayor extensión de tierras productivas de la comunidad: 4,5 hectáreas. Ubicadas a poco menos de un kilómetro de sus casas. En esa extensión de tierra, por medio del trabajo colectivo y la solidaridad, integran a otras familias que no cuentan con espacio para la siembra en sus casas. La producción es la forma de retribución del trabajo.
Ellos aceptan a los vecinos que se acercan para trabajar y cultivar. La forma de pago no es dinero en efectivo, sino con frutas y hortalizas. Esta comunidad decidió además que una parte de los alimentos cosechados sean entregados a la Casa Alimentación (obra social del gobierno), o sean donadas a otras familias más necesitadas.
En la comunidad 5 de Octubre, en la región centroccicdental de Venezuela, se cultiva la esperanza de un futuro mejor y florece el sueño de un mundo con hambre cero.
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