Por DANIEL LOZANO
María Fernanda dejó de cantar la semana pasada en las calles de Guayaquil aquello de «Soy desierto, selva, nieve y volcán», del tema “Venezuela”, que tanto eriza la piel de los criollos al recordar a su país. Con 27 años recién cumplidos, se ha lanzado de nuevo a la aventura del emigrante. Un reto más porque sabe que el éxodo de sus paisanos, la mayor huida en la historia de América Latina, la huida desesperada, es un desafío sin fecha final.
La joven llanera lleva años en esta vida, aunque era apenas una adolescente cuando hace más de una década un grupo de universitarios escandalizó al país con un video, Caracas, ciudad de despedidas, en el que contaban sus razones para largarse de su país. «Me iría demasiado», fue la frase que se popularizó en una sociedad que ni imaginaba lo que estaba por venir.
Hasta Hugo Chávez se mofó y criticó a esos jovencitos sifrinos en su Venezuela invencible del socialismo del siglo XXI, ejemplo para el mundo. «De lo que pase en Venezuela, del éxito de nuestra revolución puede depender la salvación de este planeta», acuñó entonces.
Como si tuvieran una bola de cristal, Paul Ruiz y sus panas predijeron el gran drama del siglo, el mismo que les ha convertido a todos ellos en los parias de las Américas. Entre ellos la madre coraje María Fernanda, cuya primera huida le condujo desde su Barinas natal, la cuna del comandante supremo, hasta Colombia. Después llegó el segundo salto a Ecuador. Ahora va por el tercero, con destino final en Santiago de Chile, donde la abuela espera a sus nietas, de seis y tres años, con unas ricas arepas. Un paradigma de cómo se mueven hoy los venezolanos en busca de la tierra prometida porque la suya dejó de serlo.
Con sus dos chiquillas, María Fernanda ha recorrido durante una semana los 4.700 kilómetros que separan la ciudad costeña de la capital chilena. Siete días de travesía y mucho miedo en la frontera entre Perú y Chile, dos países que han extremado sus medidas hacia los migrantes venezolanos. «Fue horrible, horrible. El primer día nos agarraron (la policía chilena) en la frontera y nos devolvieron. Duramos toda la noche, siete horas, en el desierto, con miedo, con frío. Lo más increíble es que las niñas no tuvieron miedo, no dijeron ni una palabra porque no podíamos hacer nada de ruido. Los policías estaban cerca. Éramos un grupo de 15 personas. Al final, pudimos pasar por la trocha, nos tocó correr, tirarnos al suelo, escondernos otra vez y caminar, caminar muy rápido durante varias horas. Como si fuera una película», detalla a El Mundo, todavía impactada por la aventura vivida, la más fuerte en sus años de emigración.
La madre y las dos niñas son hijas de la descomunal diáspora venezolana, que ha pulverizado otro récord inimaginable para un país que nunca emigró hasta que la revolución bolivariana dinamitó todo lo que parecía sólido en la nación más rica de América. Los criollos ya suman más de 8 millones de emigrantes, camino de 8,5 millones, según ha corroborado Tomás Páez, presidente del Observatorio de la Diáspora Venezolana.
Y lo que falta. «La emigración no va a parar hasta que el venezolano sienta que tiene un futuro en su país», resume la líder opositora María Corina Machado.
Una cifra que supera con creces los 7,7 millones que publicó hace meses la Agencia de Refugiados de Naciones Unidas (Acnur), demonizada por Nicolás Maduro: «Son estúpidas esas cifras».
La escala Páez, como se la conoce en círculos académicos, es imbatible, no entiende ni de propaganda y va más allá de las instituciones. «La diferencia está en que esas cifras no consideran todos los países en los que se han instalado los venezolanos, más de 90», confirma Páez a este periódico.
«Estamos ante una recomposición del proceso migratorio en América Latina. Mucha gente se mueve entre países por la situación cambiante: es muy difícil conseguir una familia con miembros que no se hayan ido del país. En nuestros barrios estamos viendo procesos de despoblación, con emigración más tardía», añade Pérez desde su observatorio en los barrios más populares.
«Han estado pasando por aquí hasta 70 personas todos los días, más de 80% con el sueño de llegar a Estados Unidos. Van a Medellín y desde allí se dirigen a Necoclí para comenzar la travesía de la selva del Darién. Están cada vez más delgados y con mucha desnutrición, con un desgaste muy notable. Más pobres y en condiciones deplorables», revela a El Mundo Ronald Vergara, el ángel que cuida de los emigrantes en el albergue Hermanos Caminantes, a 50 kilómetros de la frontera entre Venezuela y Colombia.
El “sueño americano” que lleva a Estados Unidos
EE UU, pese a todo, vuelve a ser la tierra prometida de los más desesperados. Por primera vez en la historia, los venezolanos superaron a mexicanos y centroamericanos al otro lado de la frontera del río Bravo: 54.833 ilegales cayeron en manos de la Patrulla Fronteriza estadounidense en un solo mes, septiembre.
«El venezolano que está llegando en las últimas oleadas migratorias no tiene familia ni amigos cercanos. Pasan meses en los hoteles y shelters que han dispuesto las ciudades (Nueva York, Chicago…), pero sin permiso de trabajo es prácticamente imposible que puedan conseguir un trabajo para poder establecerse y seguir adelante», explica Daelit González, activista en pro de los emigrantes. Las imágenes de sin techo venezolanos en calles estadounidenses han sorprendido a su sociedad hasta convertirse en objetivo de diatriba electoral a menos de un año de las presidenciales. Las autoridades han anunciado la concesión de miles de puestos de trabajo para paliar la crisis.
«La migración se ha convertido en un arma de la guerra híbrida», acuñó el influyente politólogo Georg Eickhoff. Lo sabe el chavismo pese a su propaganda, ya que se ha beneficiado de la extrema presión migratoria que sufre EE UU en su frontera con México. Los acuerdos de Barbados entre Maduro y la oposición habrían estallado por los aires sin los avances entre Caracas y Washington en materia migratoria: ya son varios los vuelos llenos de deportados venezolanos desde Texas y Florida hasta el aeropuerto caraqueño de Maiquetía.
Vuelos de deportación que incluso han llegado a Caracas desde Islandia, para dar fe a las investigaciones de Páez. Los venezolanos están repartidos por todo el mundo. Pese a los chistes y las mofas contra aquellos jóvenes que hace más de una década lo vieron venir, los venezolanos, como dicen ahora sus protagonistas, «nos fuimos demasiado».