VENEZUELA

«El día que conocí a mi mamá dije que no quería ser madre»

por Avatar Karla Pérez Castilla

Carolina nunca fue una niña feliz. Pero su plan de vida era formar una familia. Quería ser madre. Aunque la de ella la había abandonado, junto con sus dos hermanos, en una casa hogar. No tenía ningún referente afectivo, pero en su imaginario estaba la ilusión de cariño que nunca le dieron, y la idea de tener cinco hijos.

A los 8 años, cuando sus compañeros de hogar le preguntaron ¿qué quieres ser cuando seas grande?, respondió con velocidad, sin pensarlo: Quiero ser mamá. Y todos se rieron.

—¡Nooo! De eso no te estamos preguntando, te estamos preguntando es de los estudios
—¡Aaah!, quiero ser administradora, rectificó.

Nelby Carolina Crespo Crespo es su nombre completo. Y es de las pocas cosas que conoce sobre ella. Es consciente de quién eligió ser y que ha hecho todo por no parecerse a su mamá, o como la llama ella, la mujer que le dio la vida, Vilma Josefina Crespo, por quien siente odio y desprecio. Rencor. Sobre todo eso: rencor. Decepción. Y no tiene problema en reconocerlo.

Su vida ha sido un mar de sufrimiento y heridas que no dejan de sangrar. Y entre esas heridas abiertas, las que más duelen son producto del abandono y el rechazo del que fue víctima desde que nació.

Un repaso de su vida dirá que tiene 30 años y que desde los 3, junto con sus hermanos José Alberto Crespo, quien para ese entonces tenía 5, y Armando José Crespo, que tenía 7, vivió en Hogar Bambi Venezuela. Dirá también que, de grande, Vilma le mató la ilusión de ser mamá.

Carolina

Hogar Bambi Venezuela | Foto Jesús Navas

De sus primeros años de vida no tiene recuerdos. Apenas sabe que la casa donde vivía con sus padres quedaba en Fila de Mariches, estado Miranda, y que fue una hermana de su mamá quien denunció las circunstancias en las que los niños vivían. Cuando ya estaba grande supo que llegaron a Bambi por maltrato, desnutrición y abandono.

—Yo desde que tenía uso de razón le pedí mucho a Dios que quería conocer a mi mamá, la que me dio la vida, porque son muchas preguntas las que te haces… cuando vas al colegio, cuando llega el día de las madres o cuando hay una actividad en la que hay que ir con los representantes. En cierta parte sientes un rechazo de la sociedad porque tú no tienes mamá y papá, cuenta Carolina, una mujer delgada, de estatura media, serena aunque tenga el alma rota, que intentó construir su vida como la soñó.

Vilma, la mujer que le dio la vida, nunca los reclamó. En dos ocasiones fue a visitarlos, aún siendo pequeños, pero no fue más. La vida de Carolina era un rosario de preguntas a las que no les encontraba respuestas. Tenía un lugar donde vivir, vestido, comida, pero también era caldo de cultivo de secuelas que la marcarían para toda la vida; las del síndrome del niño institucionalizado.

Carolina crecía en circunstancias que dejan como resultado problemas de desarrollo emocional, físico, cognitivo, psicológico y social. Pero el precio que tenía que pagar iba más allá, porque los niños institucionalizados, como ella, al igual que los adolescentes y los adultos que crecieron en casas hogar, son personas a las que probablemente se les hace muy difícil generar un vínculo afectivo con alguien porque no tienen o no tuvieron el apego seguro, y, probablemente, no quieren tener familia o repitan el patrón del abandono. Además, quienes crecen en ellas están más expuestos a sufrir abuso emocional, físico y sexual que quienes viven en entornos familiares.

En el caso de los niños menores de 3 años, por cada cuatro meses que esté institucionalizado, pierde un mes en su desarrollo. En su vida adulta son mucho más propensos a tener dificultades para vivir en comunidad y esto los hace más vulnerables a la pobreza, la exclusión, la trata de personas, la explotación y el crimen.

En Hogar Bambi saben que el impacto de la internación sobre el desarrollo cognitivo y emocional de los niños es inmenso y que la institucionalización debería ser utilizada únicamente como medida excepcional y por períodos muy breves, por lo que tienen programas de fortalecimiento familiar y colocación familiar, con los que tratan de que el niño pase el menor tiempo dentro de la casa, y que pueda crecer en familia para que tenga atención individualizada, amorosa. Pero no en todos los casos se dan las condiciones para que el niño regrese a su núcleo familiar. Muchos de ellos ni siquiera tienen familia y tampoco son todos los que logran ser puestos en colocación familiar, por esto, su única opción es crecer en Bambi.

Carolina

Foto Jesús Navas

Las condiciones para la reinserción de Carolina con su familia no se dieron; ella y sus hermanos pasaron a ser adoptables. Carolina quería su familia. Quería cualquier familia. Quería que alguien la quisiera. Vivía con el mayor temor de los niños institucionalizados, que en todos existe: el miedo a quedarse solos.

—En cierta ocasión hubo proyecto de adopciones, pero como éramos 3, siempre nos rechazaban, y no podían separarnos. Si querían adoptar a uno, se tenían que llevar a los otros dos, y ya mis dos hermanos estaban más grandes.

Desde muy temprano puso sus esperanzas en desconocidos. Su mayor sueño era que la adoptaran. Pero solamente se convirtió en testigo de los niños que se llevaban.

—Me daba mucha tristeza. En una oportunidad le pregunté a una de las tías (cuidadoras), ¿tía, yo soy fea? y me dijo ‘no, mami’ ¿Tía, yo caigo mal?, ¿tía, yo huelo feo?, eso era lo que yo le preguntaba. Yo decía que eran racistas porque se llevaban a los otros niños y a uno no, pero nunca supe por qué. Dios sabe por qué.

Recuerda su estadía en Bambi como una época divertida y dura. Dura porque el amor de padres no lo obtuvo.

—Pero Bambi, a pesar de todo, trataba de tapar un poco ese espacio, aunque nunca lo logró.

«Cuando uno iba al colegio veía a los niños con su mamá, con su papá. A nosotros nos iban a buscar las tías cuidadoras, y empezaba el bullying. A veces yo le decía a mis tías que no quería ir al colegio, pero ellas buscaban las herramientas para que no siguieran sucediendo ese tipo de cosas. Cuando venía una visita, uno se quería ir con esa persona. Salir, explorar. Las navidades eran felices y tristes, nos hacían unos festines cuando se podía, pero igual uno se ponía a pensar en sus seres queridos, ¿por qué no estaban en esas fechas?, ¿qué les pasó que nunca llegaron? O si era que nunca se acordaban de la fecha de nuestro cumpleaños», recuerda.

Su mente no paraba: ¿qué pasó?, ¿por qué llegaron allí?, ¿quién los llevó?, ¿por qué sus padres no los quisieron?, ¿fue que ellos les hicieron daño en algún momento y por eso los desecharon?, ¿qué estudiarían?, ¿cómo iban a tratar a sus hijos cuando crecieran?, ¿qué pecado estaban pagando para tener que estar ahí?

—Había uno que decía ‘Diosito como que nos está castigando porque nosotros como que en la otra vida fuimos malos’. Yo le decía que sí… que fuimos desafortunados.

—Pero después que pasaba el tiempo, nosotros nos reíamos de lo que estábamos hablando, porque ya no sentíamos el mismo dolor que cuando pequeños, porque el dolor se siente cuando se es niño. Porque uno va formando una coraza dura en el corazón, hasta que llega un momento que puede llegar quien sea, pero no la rompe, y eso fue lo que pasó con Vilma Josefina. Ella llegó y esa coraza no la rompió, al contrario, la puso más dura de lo que estaba.

Vilma Josefina apareció en su vida nuevamente cuando tenía 17 años y se puso a la orden en caso de que en algún momento la necesitara. Un poco tarde, tal vez, porque ya Carolina había crecido sin figuras paternas y había construido sus únicos recuerdos de infancia con su realidad: niños abandonados, igual que ella, trabajadoras sociales, tías cuidadoras y extraños que entraban y salían a diario de la casa.

—El encuentro fue de muchas emociones. Nos abrazamos y lloramos, pero a la vez fue como la misma decepción, porque no hubo esa entrega. Fue tanto de rechazo como de muchas preguntas que me invadían, porque si tú estas dando a tus hijos, porque no los puedes tener, ¿cómo tú le puedes dar prioridad a tus otros hijos? Es cuando tú te preguntas, ¿qué no tenemos nosotros? Ese momento no fue lo que tanto anhelaba. Sentí decepción… bastante grande. Y fue cuando dije que no quería ser mamá. Porque es cuando te llega la incertidumbre de cómo tú vas a actuar con tus hijos, tú te pones a analizar si vas a ser igual, si vas a tener las capacidades para tenerlo, para criarlo, para mantenerlo, para darle una buena educación. Son muchas preguntas para pocas respuestas. Fue cuando tomé la decisión de quedarme tranquila. No la busqué más, incluso, ella después no vino más. Y yo en ese momento dije que no quería ser mamá.

Vilma Josefina tuvo 18 hijos, de hombres diferentes, que fueron criados por terceros. Pensar en eso para Carolina, hoy en día, es motivo de agradecimiento con Dios porque si Vilma no la hubiese abandonado, habría seguido su ejemplo, que sí siguieron sus hermanas, quienes regalaron a los hijos que tuvieron.

Por Bambi, dice, marcó la diferencia gracias a la educación que recibió.

Tuvo una convivencia con sus compañeros de hogar como la de cualquier niño con sus hermanos. Tenían ocurrencias como las de todo niño de su edad y, cuando fueron creciendo, hacían travesuras que con frecuencia se cometen en la adolescencia. Lidió con la sobreprotección de ser niña. Y nuevamente le tocó enfrentar el dolor, esta vez, por la partida, primero, de Armando, y después, de José, que por ser mayores salieron de Bambi antes que ella. Los recuerda como los momentos más tristes que vivió dentro de la casa.

Carolina

Hogar Bambi Venezuela | Foto Jesús Navas

—Yo me crié con varones. Era la única niña en ese entonces en Bambi 2, sí hubo niñas, pero como ellas fueron creciendo, me quedé yo sola con ellos. Los varones tenían más privilegios que yo, no sé si porque yo era niña o qué, yo lo veía como machismo. Ellos pedían permiso para salir y les decían que sí, yo pedía permiso para salir y me decían que no. Y cuando salía me tenía que llevar a uno de los varones para ver qué hacía. Yo pedía permiso para ir al cine, a la playa con las amigas del liceo, y como no me daban el permiso, yo me escapaba cuando iba para el liceo.

En el bachillerato, recuerda, bajó el rendimiento, pero en la casa la animaron a recuperarse. Su privilegio era, si las subía, tener su televisor propio, su equipo de sonido y DVD en su cuarto. Así fue. Las subió y ahora se portaba bien con tal de tener sus cosas y no compartirlas con los varones.

Carolina

Foto Jesús Navas

Para ese entonces había llegado a Bambi una tía nueva, que cambió el orden de algunas cosas, entre ellas, el cuarto de Carolina; le sacó todas sus pertenencias y la reubicó, de nuevo, con los varones, porque ella no podía tener privilegios. No hubo manera, recuerda, de hacerla cambiar de opinión.

—Ella me dio una cachetada, yo se la regresé, y ya, porque no vi que me estaban apoyando, porque ellos vieron que yo me esforcé para tener mi espacio, pero ella no lo vio así. Ese mismo día agarré mis tres trapitos y me fui.

Carolina

Foto Jesús Nava

Carolina se fue de Bambi antes de tiempo, ya con 18 años, pero sin terminar el cuarto año de bachillerato, y sin contar con el respaldo de la casa hogar. Se fue sin avisar, llena de rabia, por una tontería, como recuerda hoy en día. Y sin saber que el mundo exterior se la comería nada más poner los pies en la calle.

Ese día buscó a Carmen Guerrero, una señora que trabajaba vendiendo café y chuchería cerca del liceo donde ella estudiaba, el Bolívar y Palacio de San Bernardino, quien la aceptó y se comprometió a darle techo y comida y le aseguró que la ayudaría a continuar con sus estudios. Se fue a vivir con ella a Caucagua, estado Miranda.

—Yo llegué allá y me cansé de decirle que quería seguir estudiando, porque yo quería ser alguien en la vida, tener una carrera. Pero no. Terminé siendo la cachifa de ella y de sus hijas. Me decía que me iba ayudar, entonces yo me quedaba tranquila. Ella venía a Caracas a trabajar y bajaba solo los viernes. Cuando llegaba, eso era una pelea entre ella y yo porque ella no quería hablar del tema, lo evadía.

Carolina era la responsable de la casa y de las tres hijas de Carmen, tenía que atenderlas y cuidarlas. Recibía malos tratos. Duró ahí dos años, hasta que decidió vivir con Luis Pacheco, un hombre al que conoció por la zona y de quien se enamoró.

—Y por salir de un infierno, me metí en otro peor.

Él con 31 era 11 años mayor que ella. Y solo el primer año la trató bien. La sana convivencia se transformó en peleas, indiferencias y maltratos.

—El hombre cuando te alza la mano por primera vez, eso es mentira que no lo va a volver a hacer, él lo va seguir haciendo y cada día es peor. Él lo llegó a hacer en una oportunidad y fue cuando me fui.

La relación duró dos años. Carolina regresó a Caracas, trabajó como comerciante y vivía alquilada, hasta que un día una tía de su madre le dijo que le cuidara una casa en Petare, uno de los barrios más grandes de América Latina y el más peligroso de Venezuela. Dejó el comercio y comenzó como empleada de mantenimiento en una discoteca. Allí conoció a Simón. Con él empezó una relación. Lo veía cada 15 días. Meses después, salió embarazada. Tenía 23 años.

El día que se hizo la prueba de embarazo ya tenía cuatro meses. Simón se mostró feliz. Esa misma noche, en la casa de sus cuñadas, en Caucagua, sus hermanas se enteraron de que sería papá.

—Sus hermanas le preguntaron que cómo él estaba seguro de que esa barriga era suya si yo me la pasaba trabajando en Caracas y lo veía cada 15 días. Empezaron a sembrarle la incertidumbre, y ese hombre cambió del cielo a la tierra. No fue ni la cuarta parte del hombre que yo había conocido.

Ese viernes, después de esa conversación, Simón la invitó a tomar cervezas. Carolina no quería, le dijo que no, por su estado, pero después aceptó tomarse una. Más tarde, ella regresó a la casa, y a él no lo volvieron a ver si no hasta el lunes en la noche.

—Yo pensé que se había calmado. Yo estaba durmiendo. Él llegó, me agarró por el cabello, me empezó a golpear muy fuerte, me decía que yo era una cualquiera, que yo era una puta, que cómo era posible… que yo le había montado los cuernos. Me daba patadas en la barriga. Me mandó siete días al hospital, duré siete días inconsciente.

Cuando despertó, se enteró de que por causa de esa golpiza había tenido una pérdida. Estaba esperando dos bebés, pero solo uno había sobrevivido. Esa noticia la motivó aún más a poner la denuncia. Y fue lo que hizo cuando salió del hospital, no se dirigió a ningún lugar antes, fue directo a la estación de policía. Pero la oficial del comando, después de escucharla, le contestó que las mujeres son muy sinvergüenzas, porque meten al marido preso y después van allá, hasta la cárcel, a tener relaciones con él. Y no le tomó la denuncia.

Ya no tenía motivos para estar en el pueblo. Pero sí tenía, antes de alejarse de Simón, que regresar a la casa a recoger sus cosas. Para esa hora de la mañana, recuerda, ya no aguantaba el hambre, y como al llegar no había nadie en la casa, aprovechó para hacerse una arepa. Tenía el sartén prendido y estaba amasando la masa cuando Simón llegó.

—Me dice: perra, hazme una arepa. Yo lo ignoro y sigo amasando. Y me agarró otra vez. Pero yo me cegué de una manera que agarré ese sartén y se lo empecé a pegar por todo el cuerpo, no me importó en ese momento si lo iba a dejar vivo o lo iba a matar. No me importó. Le daba y le decía groserías y le decía ahora dime quién es esto, ahora dime quién es aquello. Y ese hombre pegaba gritos de auxilio. En una de esas, como pudo, me lanzó el sartén. Me lo quitó. Y se me montó encima. Pero como pude, me lo zafé y agarré un cuchillo de esos carniceros que estaba en la cocina y lo empecé a cortar por todo el cuerpo. Cuando yo me le monto encima, que se lo voy a clavar en el pecho, llegó el hermano, un hermano altísimo y fue quien me agarró y me llevó para que me tranquilizara.

Simón estuvo nueve días hospitalizado.

A ella la citaron para que declarara porque él la había denunciado, pero su denuncia no procedió y lo pusieron preso. También tenía una orden de alejamiento.

Solo le quedaba Vilma, su mamá, a quien llamó para contarle de su embarazo y pedirle ayuda, como le había dicho que hiciera seis años atrás, en caso de necesitarla. Vilma fue receptiva y le dijo que ella la recibía en su casa, en Temblador, estado Monagas, a ocho horas de Caracas.

—Pensé que iba a encontrar apoyo en mi mamá y no fue así, fue todo lo contrario. Cuando llegué allá no me quiso recibir. Me dijo que ese bastardo o esa bastarda no era familia de ella, porque para eso ella me abandonó. Yo llegué de noche y me regresé al Terminal de Oriente para Caracas esa misma noche. Se me salieron las lágrimas. Fue cuando tomé la decisión de no tener a mi hijo. Estaba dispuesta a abortar. Me sentía sola.

Y eso hizo: en Caracas, en casa de una comadre, con unas pastillas específicas para abortar. Era su última opción. Ella siguió las indicaciones al pie de la letra, pero el aborto no sucedió.

Pero su embarazo no llegó a los nueve meses. Donde su comadre estuvo apenas mes y medio porque los dolores de parto los tuvo a las 33 semanas. Parió de noche, a las 11:45 del 28 de enero de 2016 en el Hospital Domingo Luiciani, después de haber recorrido varios hospitales para que la atendieran, sin éxito, porque los médicos decían que esos dolores eran de aborto. Fue en su segundo intento de ingreso al Luciani que logró ser atendida.

—A raíz de esas malas decisiones yo digo que también se me adelantó el embarazo y mi hija hoy en día es como es, porque cada decisión que tú tomas trae una consecuencia.

A su hija le puso de nombre Kihara José, quien pasó cuatro meses en una incubadora y cuando la dieron de alta fue remitida al J. M. de los Ríos porque tenía que recibir diálisis peritoneal por haber nacido con enfermedad poliquística renal. Solo le funcionaba un riñón. Carolina cree que por su intento de aborto, Kihara hoy sufre de epilepsia y tiene problemas de lenguaje.

Seis meses más tarde, cuando le dieron de alta, Carolina no tenía dónde vivir, y la calle se convirtió en su casa. Pedía para comer y dormía donde la agarrara la noche, hasta que descubrió que en la estación del Metro La Hoyada, en el techo, podía dormir si subía sin ser vista. Se montaba a Khiara en el canguro y escalaba por la fachada, bien tarde en la noche, y bajaba antes de que abrieran. Allí arriba tenía una colchoneta y cartón que le ponía encima.

—A veces, cuando no me daban, yo le hacía favores a las muchachas que estaban en la misma situación que yo. Ellas se iban a prostituir y yo cuidaba a sus hijos. De ahí me daban para comer. Me dejaban a sus hijos de 8, 3 meses, 1 mes. En La Hoyada se prostituían y yo dormía ahí mismo en la estación. A veces los cuidaba toda la madrugada y a veces duraban conmigo hasta dos, tres días. Nunca me imaginé que iba a pasar por tanto.

Carolina salió de la calle cuando una señora le habló de su apartamento, del que la habían sacado, pero que estaba dispuesta a dárselo a ella.

—A ella la mataron unos niños para robarle su pensión en Sabana Grande, y yo fui a Caucagua a buscar a la persona que ella me dijo que buscara. Cuando llegué ahí, eso estaba totalmente desvalijado, no tiene ventana, no tiene poceta, no tiene nada, pero para uno estar en la calle, es mejor eso. Me ha costado infinidades porque me tocó pelear con todo el mundo por ese apartamento. La verdad no fue fácil meterme. Ahí viví cosas que pensé que no las iba a contar nunca.

Kihara cumplió su primer año en el apartamento, y a los meses Carolina conoció a Elvis González, con quien formalizó una relación y le dio el apellido a Kihara. Cuando tuvo estabilidad regresó a Caracas a trabajar en Nuevo Circo. Vendía café y cigarros, y dos años más tarde se fue con Elvis y su hija a Colombia.

—Duré 2 años y me regresé. Estábamos en Bucaramanga. Me estaba yendo bien, pero las vecinas que me cuidaban mi casa me dijeron que me viniera porque me iban a quitar el apartamento. Yo le dije a él que ese era el único patrimonio que le quedará a Kihara. Él lo entendió, nos despedimos. Él ahorita está en Perú, tenemos contacto a veces.

Kihara tenía 6 años cuando regresó. Antes de esos años, Carolina no buscó a Bambi, no sabía cómo. Tampoco quería que la criticaran y tenía miedo de ser rechazada.

—No había apoyo de mis seres queridos. Yo me alejé mucho porque soy muy cerrada con mi vida privada, y como sabía que si decía que estaba embarazada todo el mundo me lo iba a criticar, preferí callar. Cuando yo me retiré de Bambi pensé que a ellos ya no les podía interesar, y la verdad tampoco sabía cómo iban a reaccionar, porque siempre fui para ellos como la niña de sus ojos, pensé que los iba a decepcionar al decirles que estaba embarazada.

Pero ninguno de esos temores resultaron ser reales y Carolina ya cumplió un año trabajando en Bambi.

Entre sus planes no está perdonar a Vilma. Ni porque se encuentre en los momentos de peor agonía. Para ella, la mujer que le dio la vida, no significa nada.

—Lo único que quería era cariño, fue lo único que yo le pedí, su cariño, más nada, y ni para eso tuvo tiempo… o no quiso. Una vez le dije a ella ‘Dios quiso que nos diéramos una oportunidad, porque si Dios no hubiese querido que nos diésemos una oportunidad, nosotros no nos hubiésemos encontrado, pero tú no quisiste aprovecharla’. Yo por ella no siento nada. El día que intenté perdonarla me arrepentí de hacerlo cuando la fui a buscar.

Su pasado lo dejó atrás, menos a Bambi, donde están sus recuerdos de infancia y donde ve reflejado su rostro y su historia en los niños que allí viven. Sabe lo que están sintiendo. Es consciente de que llegaron allí porque les fueron vulnerados sus derechos o corrieron algún tipo de riesgo, que llegaron por distintas razones.

Carolina

Foto Jesús Nava

En el mundo se estima que entre 2 y 8 millones de niños, niñas y adolescentes viven bajo cuidado institucional, aunque algunas estadísticas sugieren cifras mayores.

La normativa internacional ha instado a los países de América Latina a reafirmar su compromiso de orientar sus políticas hacia la desinstitucionalización. Piden a los Estados promover un conjunto de prácticas dirigidas a asegurar la reintegración del niño a su medio familiar, siempre que ello sea posible y adecuado a su interés superior, o en su caso, procurar la colocación en formas de cuidado alternativo de tipo familiar o la adopción.

Buscan la desinstitucionalización como un fin en sí mismo, abogan por el cierre de las casas hogar en todo el mundo, pues el cuidado institucional viola los derechos de la niñez, por los efectos sumamente perjudiciales que deja el cuidado institucional. Puntualmente, el aspecto clave es la falta de cuidado personalizado o individualizado y la falta de un vínculo sano con una figura adulta.

Los organismos internacionales argumentan que el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, debe crecer en el seno de la familia, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión. Y ninguna institución —sin importar la calidad del cuidado que proporcione— puede ofrecer un verdadero entorno estable y lleno de amor.

En Venezuela, el cierre de casas hogar se ha dado no siguiendo las sugerencias de esos organismos, sino por falta de recursos.

En el país no existen cifras oficiales de niños en riesgo. Para este reportaje se hizo la solicitud de información en el Instituto Nacional de Estadísticas. No hubo respuestas. Sin embargo, por información publicada el año pasado en el medio Voz de América, se sabe que Venezuela pasó de tener 56 albergues infantiles en 2016 a solo 30 en 2022, según la Asamblea Nacional de Entidades y Programas de Protección a la Niñez y Adolescencia. Estos espacios han cerrado paradójicamente cuando más se necesita que funcionen, pues las solicitudes para ingresar a una casa hogar han aumentado porque el abandono, el abuso sexual y el maltrato infantil han aumentado.

Carolina

Foto Jesús Nava

«En un principio, el niño se nota asustado, triste, desorientado. El equipo de psicología hace una evaluación inicial para explorar sobre su dinámica y los eventos ocurridos previamente a su ingreso, pero también le brindamos contención y acompañamiento. Constantemente estamos monitoreando, estamos conversando con las tías cuidadoras, con el personal docente, para conocer cuál es su conducta dentro de la casa en estos primeros días, y cómo se desarrolla este proceso adaptativo», explica Anyoli Quevedo, coordinadora de psicología de Hogar Bambi Venezuela.

Los mayores miedos de quienes crecen en casas hogar, como fue el de Carolina, son no llegar a tener una familia y volver a ser abandonados. Diariamente lidian con la herida del abandono, que es la más difícil de sanar, dice Anyolí.

—Creo que la expresión que a mí me ha dado más dolor, que he tenido que guardar mi título universitario, ya no era yo la psicólogo, sino la humana, fue un evento en el que un niño desbordado en llanto nos dice: Yo no me quiero quedar solo. Tal vez no suene tan crudo, pero cuando nosotros nos ponemos a analizar un poco la realidad, el temor a quedarse solo es bastante fuerte. Entonces, él lloraba, y su llanto, que no tenía un origen, porque fue de un momento a otro, empezó a disminuir y decía: ya yo me quedé solo. Esa expresión desesperanzada, esa desesperanza que podíamos observar en el niño, fue lo que me hirió. Como humana lo sentí.

Pero la crianza de cada uno de ellos es cuesta arriba, es como una caja de pandora, cada uno con una personalidad diferente, y de familias diferentes. Cada uno con sus maltratos y sus traumas, dice Belkys Morillo, coordinadora de las casas.

—Ellos son tan nobles, que a pesar de que saben que están aquí por consecuencias que no fueron causadas por ellos, nos son rencorosos. Ellos anhelan volver con un papá, que quizás los defraudó y maltrató. Ellos anhelan estar con su familia, y se entiende, porque crecer en una institución o ser un niño institucionalizado no esta fácil, porque yo los puedo querer, el equipo los puede querer, uno puede hacer cosas muy buenas por ellos, pero no somos su familia, a pesar de que creamos ese vínculo bonito, desde el amor, no tenemos afinidad en sangre, no está.

Los niños en Bambi reciben educación, ayuda psicológica, salud, recreación y esparcimiento. Cumplen con actividades extracurriculares. Allí hacen lo posible para que lleven una vida normal.

Hogar Bambi Venezuela | Foto Jesús Navas

La escolaridad comienza con una evaluación inicial del preescolar interno de Bambi, para determinar en qué nivel académico se encuentran, y asisten al preescolar externo a partir de los 4 años. Los nivelan para que no sufran un cambio brusco, porque la mayoría nunca ha ido a un colegio regular.

Los colegios privados en los que estudian quedan todos en San Bernardino y el ingreso se da porque piden apoyo de donantes que puedan aportar becas, porque Bambi no tiene fondos directos para esto.

—Hay colegios que nos dan una media beca o nos dan una beca para algún niño, que aportan como parte de esa sensibilidad que tienen como institución. Al día de hoy nosotros tenemos 60 niños escolarizados. Necesitamos mucha ayuda para poder garantizar la educación de esos 60 niños, porque no es solamente la matrícula escolar, sino sus útiles; son sus zapatos, uniforme, son sus meriendas, porque todos ellos desayunan acá, pero se llevan su merienda como cualquier niño que está con su papá y su mamá en casa, explica Dayanys Sánchez, directora sociolegal de Hogar Bambi.

Foto Jesús Nava

A los 18 años, los adolescentes que han crecido en casas hogar ya deben abandonar la institución. Así lo dicta la ley. Pero Bambi desarrolló un programa con el cual ellos se puedan emancipar: Adolescentes Procura. A través de él, a partir de los 15 años, los jóvenes aprenden un oficio, que llevan en paralelo con sus actividades académicas.

En aquel entonces Bambi también formaba a los adolescentes en el oficio de su preferencia y Carolina pudo prepararse. Ella hizo un curso de contabilidad, otro de secretariado; de peluquería y otro más de depilación.

«Un equipo de psicología les hace una evaluación de capacidad, de destrezas, de gustos, y vamos armando ese perfil de esos intereses que ese adolescente tiene, para irles ubicando aquellos cursos y aquellas áreas donde ellos efectivamente tienen interés. Cuando llegan a sus 18 años, ya deben tener el bachillerato cubierto. Hay algunos que no quieren estudiar una carrera formal y se quieren seguir fortaleciendo en el área de cocina, carpintería, en el área de peluquería. Nosotros buscamos alianzas con instituciones que nos puedan aportar para su formación. También tenemos otros muchachos que quieren estudiar una carrera técnica o una carrera universitaria y se buscan padrinos que puedan asumir a ese adolescente, para que le puedan cubrir el tema de la escolaridad en la etapa universitaria o técnica. También buscamos el apoyo de padrinos para el tema de manutención», dice Sánchez.

El programa Apadrina a un Niño consiste en contribuir de manera económica bajo la figura de padrino o madrina para que pueda recibir atención integral. Es un acto de solidaridad, un apoyo constante para el desarrollo físico, mental y social del ahijado.

Foto Jesús Nava

Sus vínculos con los espacios normales para el desarrollo les permiten llevar una vida como la de cualquier otro. Cuando son adolescentes van solos a sus liceos y piden permiso para salir.

—Nos dicen que quieren salir al cine con unos compañeros, y unos les preguntan ¿quién es la mamá o el papá responsable? Se les llama —cuenta Sánchez.

Les permiten esas oportunidades para que puedan insertarse de manera progresiva en la sociedad, porque son sujetos plenos de derechos. «La idea del paradigma de protección integral es que ellos puedan crecer como cualquier ciudadano normal que está inserto en la sociedad, que hace una vida cotidiana de recrearse, ir a la iglesia, ir a una obra de teatro, salir a hacer ejecicio, ir a sus colegios», dice.

—En Hogar Bambi —agrega Quevedo— existe un programa de colocación familiar, en el que hay niños que son candidatos. Cuando les presentamos a estas familias que quieren recibirlos en colocación, a veces, podemos ver cómo los niños se inhiben. Tal vez en el primer encuentro les dan un beso, un abrazo, juegan, pero cuando ya ven que es recurrente, que vienen dos, tres veces, cuatro veces, ellos empiezan a inhibirse, a sentirse inseguros, a tener miedo a volver ser abandonados, porque la verdad es que les va gustando esa visita particular, ese momento especial y no lo quieren perder, entonces, el mecanismo de defensa es retraerse, por el propio temor.

Ella lo explica desde varios escenarios. Todo va a depender de las circunstancias de vida que haya tenido el niño antes de llegar a Bambi, que pueden ser diferentes a la de los niños institucionalizados, por lo que su modo de vincularse con su entorno varía. Quienes tienen su familia y saben que en cualquier momento regresarán con ellos, poco a poco van aprendiendo a vivir en una dinámica diferente. En el caso de quienes no tienen una relación con algún familiar, elaboran la fantasía de salir con una familia.

—Podemos observar en los niños institucionalizados la tendencia a ser más irritables, a tener poca tolerancia ante la frustración, a desbordarse en berrinches, pataleta, pero mayormente logran adaptarse, nos damos cuenta porque nosotros tenemos un programa de adolescentes. Ellos han crecido con nosotros, y en su mayoría, están bastante adaptados a la dinámica, a la rutina, son chamos que cumplen con sus responsabilidades académicas. Yo creo que ellos a medida que vayan trabajando su duelo, su dolor en terapia, y a medida que van madurando emocionalmente, van logrando estabilizarse un poco. Sin embargo, la herida va a estar.

Hogar Bambi son cinco casas ubicadas en San Bernardino, Caracas. Bambi enlace es para niños y niñas de 3 a 11 años de edad. Bambi 2 para los adolescentes de 12 a 18 años. Bambi 4 para las adolescentes de 12 a 18 años. Bambi 5 para los bebés de 0 a 3 años, y en Bambi 3 están las oficinas administrativas y salones de clases. Tienen capacidad para 130 niños de entre 0 meses hasta los 18 años.

Foto Jesús Nava

El programa de colocación familiar evalúa la idoneidad de aquellas personas que están interesadas en ser familia de corazón. Bambi presenta el caso al tribunal y el juez es quien decide si ese niño y esa familia pueden ser emparentados para que se dé una colocación familiar. Esa colocación es provisional y por ley tiene una duración de dos años, después se inicia un proceso de adopción: la familia de corazón que tuvo a ese niño durante ese tiempo es la primera persona y primera familia en optar por la adopción plena.

Pero no todo es tan sencillo, porque antes de llegar a la colocación familiar, cuando inicia la vinculación de la familia con el niño, tiene que haber química entre las partes. Y si esto no ocurre, si el niño no se sintió cómodo, identificado, o la familia, hasta ahí llega el proceso.

—Esto ha ocurrido. Hemos tenido casos que legalmente tienen las condiciones para iniciar una colocación familiar, pero emocionalmente el niño no está preparado para decir adiós a esa familia de origen e iniciar un nuevo camino en colocación familiar.

La colocación familiar de hermanos es más compleja, dice Kenia Amorer, directora ejecutiva de Hogar Bambi, y hace mucho tiempo que no sucede debido a la crisis económica del país, pues esta no permite que una pareja o una persona se lleve dos o tres hermanos. «Cuando son hermanitos y tienen la posibilidad de colocación, se procura que mantengan el vínculo fuera de la organización, si salen todos en colocación. Si no salen todos, se propone que el que salió venga a visitar a sus hermanos. Aquí hay hermanos que están en sedes diferentes, y hay un día a la semana donde hay unificación en la sede de Bambi 4, y comparten, porque en la semana pueden verse en el transporte, pero no comparten. Lo que ocurre con este tema es que tú no le puedes negar la posibilidad a uno porque tiene tres hermanos…. A veces uno en este trabajo se convierte en la mano de Dios, porque tú decides sobre la vida de otra persona».

Sánchez, por su parte, ve con preocupación la situación de abandono en el país, y el cierre de casas hogar que no han podido mantenerse. Las causas de riesgo social han aumentado, explica, y esto implica diversos factores, desde temas de pobreza, de desnutrición, que influyen en la vulneración de derechos. «Obviamente hay un tema allí de factores económicos. Hay familias que aunque quieran a sus hijos y tienen ese instinto de proteger, lamentablemente caen en la vulneración de derechos, porque no cuentan con unos ingresos lo suficientemente estables para brindar una calidad de vida a ese niño. También se ha incrementado de manera importante el tema del abuso sexual, el tema del trato cruel y el tema del maltrato, y hay otro elemento importante a mencionar y es que por temas migratorios, los niños han quedado en manos de terceras personas que los abandonan, y esos niños en riesgo de abandono terminan ingresando a Hogar Bambi Venezuela».

El promedio de atención mensual en Bambi es de entre 95 y 100 niños y entre 147 y 150 niños que se atienden durante todo el año, porque hay un sistema de rotación. Hay quienes ingresan y egresan en un corto plazo, y hay quienes lo hacen en un tiempo más prolongado. Y no todos los niños tienen familia.

—Las casas hogar —dice Sánchez— debemos ser la última opción y así lo establece la ley. Nosotros somos la última opción para dar respuesta a una situación de riesgo social. Si nos ponemos a revisar las estadísticas nuestras y analizamos los motivos por los que los niños nos están llegando, no podemos ocultar que hay un mayor deterioro en la atención de ellos, mayor deterioro en la política preventiva, en lo que es abordaje a la familia. El deber es que ningún niño tenga que estar en una casa hogar. Tendría que estar en familia y para esto debe haber políticas públicas de atención y prevención a la familia, que haya un trabajo en las propias comunidades, que aborden a esas familias y que las acompañen en estrategias de crianza, en parentalidad positiva, en disciplina con amor, que haya programas que aborden a las familias de manera integral, y desafortunadamente eso no existe, entonces hay una realidad y es que los niños tienen que llegar a estas entidades para ser protegidos.

La llegada de los niños a Bambi es el reflejo de todo lo que ha pasado, no se trata solamente de un niño que ha sido separado de su familia, se trata —explica Sánchéz— de que vivía en una familia descompuesta, desconfigurada. Desfragmentada. De una familia —continúa— que ya se perdió en un caos y en una crisis, y la respuesta es que el niño es la figura más vulnerable dentro de todo esto, porque él no se sabe proteger.

«Realmente yo creo que Bambi es una gran contribución a la sociedad en ese sentido. Necesitamos mucho apoyo de todo el mundo. Yo siempre he dicho que los niños abandonados son responsabilidad de todos. A mí la gente a veces me dice que eso es culpa de ellos… Eso no es verdad, este es un trabajo donde todos deberíamos poner un granito de arena, unos más que otros, los que más quieran, pero es una responsabilidad de toda la población. A mí me preguntan que si no estoy triste cuando los niños se van; yo estoy triste cuando los niños llegan, cuando ves la realidad que vivieron, lo que les hizo llegar a Hogar Bambi, esa es la gran tristeza de los que trabajamos aquí», dice Erika Spillmann, fundadora de Hogar Bambi Venezuela.

Spillmann describe las casas hogar como un mal necesario. «Lamentablemente tienen que existir, porque si no esos niños estarían en la calle, abusados, en indigencia, pero realmente no deberían existir. En los países desarrollados esto no existe, los niños van directo a familias sustitutas, lo que pasa es que aquí en este momento tenemos otra realidad».

—Que exista una casa hogar —dice Amorer— es una segunda oportunidad que se le da a los niños. Hogar Bambi Venezuela es el hogar de las segundas oportunidades. Hay momentos en los que quisiera que este trabajo no existiera, que no hubiese niños abandonados, pero el hecho de que existan casas hogar, es la opción, es la posibilidad.

Bambi recibe donaciones materiales y económicas y también tiene como programa el voluntariado. Quienes se ofrecen como voluntarios ayudan desde lo operativo, lo administrativo, ayudan a llevar inventarios, ayudan en el cuidado diario de los niños y jóvenes. A los profesionales o estudiantes universitarios de cualquier área también se les permite el desempeño de actividades relacionadas con su área profesional como voluntariado.

Hogar Bambi Venezuela | Foto Jesús Navas

—Yo siempre invito a la gente a hacer el mismo ejercicio y les pongo el mismo ejemplo: si usted tiene un hijo, nosotros tenemos 100, o sea, lo que usted invierte en un hijo, nosotros lo invertimos en 100. Es ropa, es colegio, es salud, es medicamento, desde algo tan sencillo como la colita para el cabello o la gelatina. Cosas tan sencillas como esas aquí hacen falta, por eso es una gran columna vertebral que sostiene toda la organización.

Las tías cuidadoras cumplen un horario. Hacen guardias de trabajo de 24 horas continuas por 3 días de descanso y hay 4 grupos de trabajo que cambian cada 24 horas.

Foto Jesús Nava

—Uno se encariña mucho con todas las tías que pasan —recuerda con nostalgia Carolina—porque como uno no tiene ese cariño, uno se encariña con todos; con la tía de la mañana, con la de la tarde, con la de la noche. Uno no tiene un cariño fijo. La crianza no fue mala, porque Bambi te da muchas oportunidades, lo que pasa es que hay saberlas aprovechar, y portarse al 100% con ellos.

—Yo le digo a mis adolescentes —dice Amorer— que el pasado no se usa como sofá sino como trampolín, entonces, tú vas cultivando una cultura distinta en estos muchachos.

Carolina aún no conoce su pasado, el que vivió antes de llegar a Bambi, y no quiere averiguarlo. Se ligó para no traer a este mundo a más niños a sufrir. Y está convencida de que la coraza que se creó para poder resistir al sufrimiento y a la vida, para ella no fue bueno. «Ahorita estoy probando un poco lo que es la felicidad. Tengo una estabilidad, tengo a mi hija, el día a día con ella es increíble», dice.

@Kzcastilla