VENEZUELA

Diez años sin Hugo Chávez: Maduro aguanta en un país devastado

por El Nacional El Nacional

Por El Independiente.

Como muchos líderes carismáticos, Hugo Chávez Frías, doctor en populismo y presidente de Venezuela durante 14 años (1999-2013), irradiaba un halo de eternidad. Sin embargo, el Comandante era mortal a su pesar. Y cayó víctima de un cáncer que dio sus primeras señales en una revisión en La Habana en junio de 2011. Oficialmente falleció en el Hospital Militar de Caracas el martes 5 de marzo de 2013. Tenía 58 años. Anunció el óbito el vicepresidente Nicolás Maduro Moros, rodeado de ministros del gabinete en una comparecencia retransmitida por radio y televisión. Entre gemidos, Maduro dijo: «Recibimos la información más dura y trágica que podamos transmitir a nuestro pueblo. A las cuatro y 25 de la tarde ha fallecido el comandante presidente Hugo Chávez Frías». ¿Sobreviviría el chavismo al Comandante? ¿Cuál es su legado?

Nicolás Maduro sería «el hijo de Chávez». Para sorpresa de muchos el Comandante lo anunció así: “Si algo ocurriera que me inhabilitara de alguna manera mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar elecciones presidenciales ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se lo pido desde mi corazón. Es uno de los líderes jóvenes de mayor capacidad para continuar si es que yo no pudiera”. Era el 8 de diciembre de 2012.

Desde ese anuncio no volvió a escucharse su voz. La entonces fiscal general Luisa Ortega Díaz dijo años más tarde que el 28 de diciembre Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, le dijo por teléfono que Chávez había fallecido, aunque luego Cabello se retractaría. Es uno de los misterios por resolver: la fecha real de su muerte. No es intrascendente. Habría muerto como presidente en funciones, sin jurar el cargo para el que había sido reelegido en octubre. Aunque tampoco lo hizo realmente.

Antes de morir, Hugo Chávez ganó por aclamación el 7 de octubre de 2012 las elecciones para un cuarto mandato. Tres días después designó como vicepresidente a Nicolás Maduro. Aún no se sabía que fuera el elegido pero había señales. El 10 de enero de 2013 Chávez, todavía en La Habana, ni siquiera pudo jurar pero el Tribunal Supremo le reconoció como «presidente ausente». Regresó el 18 de febrero, pero no llegó a cumplir con este trámite constitucional.

El régimen, debido a los rumores que ya circulaban entonces, difundió unas fotos del Comandante con sus hijas y como fe de vida un ejemplar del Granma del 16 de febrero, dos días antes de regresar a Caracas. En sus últimos mensajes en Twitter repetía su confianza en el equipo médico y concluía: “¡Hasta la victoria siempre! ¡Viviremos y venceremos!”.

El elegido por Cuba

Contra pronóstico el legado de Chávez quedaba a cargo de Maduro. La Constitución venezolana estipula que ha de ser el presidente de la Asamblea Nacional, quien ha de asumir de forma interina y convocar elecciones. Pero no fue Cabello el designado. Chávez lo dejó atado y bien atado, con ayuda de los cubanos. En Cuba fue donde se gestó la elección de Maduro, a quien conocían bien los Castro. Fidel y Raúl Castro inclinaron la balanza hacia el antiguo conductor de autobús, que gozaba de su plena confianza, en detrimento de Diosdado Cabello.

Nada más asumir como presidente interino Maduro se dedicó a fomentar el culto a Chávez, un pajarito con quien hablaba, y a insinuar que el cáncer se lo habían “inoculado”. Incluso anunció que habría en el futuro una investigación para demostrar cómo ha sido atacado. El Comandante no podía morir como millones de seres humanos. Había que crear una leyenda.

El primer desafío político de Maduro fueron las elecciones presidenciales del 14 de abril de 2013, que ganó por menos de un punto frente al candidato opositor, Henrique Capriles, que denunció que el régimen había cometido fraude. Fue entonces cuando Maduro se dio cuenta de que no le iba a resultar tan fácil como a Chávez ganar en las urnas. Y después de la oleada de represión que desencadenó en 2014 contra las revueltas estudiantiles aún atizó más los ánimos en su contra.

La confirmación la recibió el 6 de diciembre de 2015, cuando los partidos opositores, agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), ganaron la mayoría, 112 de los 167 escaños de la Asamblea Nacional. Desde entonces hizo lo imposible por inhabilitar el Legislativo, persiguió a los opositores, y recurrió al fraude sin tapujos, como en las elecciones presidenciales de 2018.

«Hugo Chávez utilizó el progreso económico para su proyecto político. Y tuvo la suerte de gobernar en un momento bueno con el petróleo al alza. Hizo políticas públicas con las misiones (programas de ayuda social) y mucha gente que se sentía abandonada se sintió empoderada. Luego degeneró. Queda el chavismo como referente en la región como esa idea del socialismo del siglo XXI, con el componente de resistencia o antiliberalismo. El régimen utiliza esa retórica», indica Anna Ayuso, investigadora senior para América Latina en el CIDOB.

«Chávez ganaba elecciones, cierto, aunque utilizaba el dinero público para sus campañas. Luego gobernaba por decreto, ni había equilibro de poderes ni debate parlamentario. Maduro, cuando vio que en las urnas corría riesgo su poder, recurrió a la persecución. Y más aún desde que realmente perdió en las legislativas de 2015. Pasó al ataque a la oposición», añade la investigadora. El sistema de represión con Maduro se ha ido extendiendo para conseguir amedrentar a la población. En el último informe del Instituto CASLA, se retrata un sistema delator que implica a toda la sociedad, como actuaba la Stasi y también refleja la película La vida de los otros. En la Venezuela de Maduro se practica la tortura física y la llamada tortura blanca (psicológica).

Para contentar a sus aliados internacionales de vez en cuando libera a unos cuantos presos políticos para volver a encerrar a otros al poco tiempo, lo que se llama la «cárcel de puerta giratoria». Según el último informe de Foro Penal, a 27 de febrero pasado, había 269 presos políticos en Venezuela, 150 de ellos militares. Algunos, como la hispanovenezolana María Auxiliadora Delgado, pagan por el hecho de que el régimen no pudo atrapar a su hermano, sospechoso de conspiración.

«Maduro ha utilizado todos los resortes del poder para acallar cualquier tipo de disensión, generando el terror. Solo tolera a los que le vienen bien para legitimarse. Hay una continua erosión de cualquier posible oponente, incluido en las Fuerza Armadas, que han sido purgadas a fondo», añade Ayuso.

La obsesión de Maduro era que «en sus manos no se perdiera la Revolución». En realidad, lo que teme desde el principio es perder el poder. Contaba con los cubanos de su parte, infiltrados en el servicio de inteligencia y contrainteligencia. Pero sabía que era fundamental que las Fuerzas Armadas se pusieran de su lado. Y él no era militar, como Hugo Chávez.

El papel de las Fuerzas Armadas

«Maduro aprendió mucho de Chávez sobre los militares. En la región siempre han sido clave. El golpe de 2002 acentuó la paranoia de Chávez y le llevó a hacer rotaciones constantes y purgas par que nadie tuviera demasiado poder. También les dio espacio para enriquecerse. Maduro entendió que tenía que ganarse su lealtad. Les dejó acceso a las economías ilícitas. Le apoyan porque les beneficia», indica John Polga-Hecimovich, profesor de Ciencia Política en la Academia Naval de EE UU, especializado en América Latina.

«Hay un momento clave con los militares en los últimos diez años. Empieza a cambiar el modelo gubernamental entre 2014 y 2018. Maduro ve que no puede ganar elecciones y tiene que hacerse con el apoyo de los militares. A partir de 2014, el gobierno de Maduro permite el acceso a figuras clave a rentas ilícitas en las Fuerzas Armadas y en su propio gobierno. Y crea una relación simbiótica con los grupos armados no estatales. Cede el control sobre ciertas partes del país. Venezuela vive así hoy en día. El gobierno no controla todo el territorio nacional. Ese modelo de Maduro de enriquecer a los militares y crear grupos armados ha fortalecido su supervivencia pero ha debilitado al Estado», añade el investigador. «En Venezuela no hay seguridad. No puedes ir a según qué zonas».

La tesis de John Polga-Hecimovich, que desarrolla en un libro de próxima publicación, es que bajo Nicolás Maduro se ha consolidado el autoritarismo, y que fue Chávez quien creó las múltiples crisis que vive Venezuela. En este sentido, «Maduro ha profundizado en el legado de Chávez». Ha seguido su senda y ha ido más allá.

El legado económico envenenado de Chávez

José Manuel Puente, economista y profesor venezolano en IESA, asociado en IE-Madrid y profesor invitado en Oxford y Salamanca, coincide con esta visión al considerar a Chávez como «el padre» de la catástrofe macroeconómica, social, política y demográfica. Según Puente, «Chávez en sus 14 años de mandato activó una serie de bombas macroeconómicas que le explotaron a Maduro. Y Maduro no tiene la competencia para poder desactivarlas. Creó controles de precios, de cambio, de tasas de interés, en el mercado laboral, y expropió y nacionalizó de forma caprichosa y de forma irracional más de 300 empresas. Tuvo un impacto devastador sobre las decisiones de inversión de actores nacionales e internacionales».

Por eso, y aunque los últimos diez años en manos de Maduro han sido «terribles por su incompetencia y la de su equipo», hay que explicar que es Chávez, que todavía conserva el aprecio de muchos venezolanos, «el responsable de una economía de siete años de hiperinflación y los peores sueldos de América Latina».

El legado económico envenenado de Chávez ha ido a peor con Maduro. Entre 2014 y 2020 la economía se contrajo el 75%. Y entre 2017 y 2021 se registró la segunda hiperinflación más elevada de América Latina. La población se ha empobrecido. Unido este deterioro económico a la falta de espacio político, se ha generado el mayor éxodo del continente: 7,5 millones de venezolanos, más de una cuarta parte de la población, han salido del país en busca de una vida digna. La mayoría han emigrado en los últimos diez años.

«Uno de los legados que dejará Maduro es esta diáspora. Es la muestra de su fracaso. Económicamente el país ha sufrido un deterioro brutal. Se ha instalado una cultura de la supervivencia y rentista, en favor de una clase privilegiada. Esa estructura se ha profundizado», señala Anna Ayuso.

Y lo más grave es que quienes se han ido son «los económicamente activos, los que tienen un mejor nivel educativo, y la gente que estaría en las calles si estuviera en Venezuela. Así se reduce la posibilidad de cambio», añade John Polga. Es lo que han visto que funciona dictaduras como la cubana y la nicaragüense: si no puedes con ellos, procura que se vayan del país.

Ese éxodo le conviene a corto plazo a Maduro, pero no al país. Los más dinámicos y los más incómodos están fuera de cobertura, ya que no tiene intención de que puedan votar. En cualquier ciudad española, escuchamos la voz de algún venezolano. Primero viene un miembro de la familia, el más joven quizá, al ver cómo se reprime al que piensa diferente, y luego se van sumando el resto. Van quedando los mayores, los que tienen negocios con el régimen, y los más fieles del régimen, que los hay. El apoyo a Maduro rondaría el 15-20%.

¿Cómo es posible que ese mal desempeño económico no se vea reflejado en una demanda de cambio? «A pesar de su debilidad, Maduro conserva su poder gracias a la atomización de la oposición, incapaz de una estrategia coherente y un solo liderazgo. La revolución tiene tres fortalezas que explican su supervivencia: el control absoluto de las Fuerzas Armadas; el control total del aparato clientelar (bonos, cajas CLAP; ayudas vitales para quien no tiene para comer tres veces al día) y el control absoluto de los medios de comunicación», afirma el economista José Manuel Puente.

Hay un agotamiento en la sociedad, que no ve salidas a corto plazo. Muchos han de ocuparse de la supervivencia. Otros han quedado desilusionados tras una etapa en la que la oposición parecía que tenía opciones con un presidente encargado, que llegó a ser reconocido por más de 50 países. Pero la coyuntura internacional ha favorecido a Maduro, que vuelve a ser un interlocutor de EE UU y de la UE. Pocos ven con esperanza las elecciones presidenciales de 2024, ya que la oposición difícilmente irá unida y sufre mucho desgaste. En el mejor de los casos, el objetivo serían las parlamentarias de 2025 y volver a intentarlo en 2030.

«Han sido 23 años de mucho sufrimiento. La gente está agotada de la política. Venezuela se ha cubanizado», señala José Manuel Puente. ¿Y cómo salen adelante los que quedan? «Los más humildes sobreviven porque hay solidaridad entre comunidades. Quizá yo no lo vea, pero sí mis hijos o nietos. Es lo que hace que no pierda la esperanza en la reconstrucción de Venezuela».