«Prefiero despedirte en el aeropuerto que en el cementerio». Esa es la última frase que muchos jóvenes de la diáspora han escuchado antes de volar, abandonar su país y lanzarse a buscar un futuro mejor para ellos y sus familias.
Sus parientes que han quedado atrás, en un país que se debate entre la distopía y el caos, dependen de las remesas en una nación empobrecida de la que ha salido 20% de sus ciudadanos.
Y quienes la escucharon son los afortunados. Las lágrimas en los aeropuertos de Venezuela son solo para quienes pueden pagar un billete. El 2016 sorprendió a todo el continente americano con una oleada de ciudadanos del país -casi- ex petrolero que desde entonces ha recorrido sus carreteras a pie en busca de un futuro mejor.
Como si apelara a la mística de Simón Bolívar, edulcorada hasta la extenuación desde la escuela en los últimos dos siglos, el éxodo recorrió los mismos caminos que atraviesan Colombia, el principal receptor de la diáspora venezolana. Cruzó los mismos páramos que sus soldados descamisados hollaron y algunos de sus integrantes murieron en las mismas alturas en las que fallecieron de hipotermia los guerreros que se enfrentaron al Imperio español.
Una guerra sin guerra
«Venezuela no está en guerra. La guerra de Siria ha producido más o menos 500.000 personas muertas, asesinadas en una confrontación bélica (…). Venezuela, que aparentemente no tiene guerra, tiene un numero próximo a los 400.000 homicidios en 20 años«, afirma a Efe el sociólogo Tomás Páez, coordinador del Observatorio de la Diáspora Venezolana.
Por si fuera poco, indica que en este momento «90% de la población está en situación de escasez de todo». Ese todo abarca medicinas, alimentos, trabajo y esperanzas de mejora. Por eso concluye: «No estás en guerra pero hay dos frases letales que recogimos en el estudio con los venezolanos de la diáspora». La primera es la que escuchan los jóvenes en el aeropuerto antes de partir, la segunda es todavía más gráfica: «En Venezuela la única nevera llena es la de la morgue».
«Nadie despide a sus hijos con agrado pero frente al hecho de que es posible que se mueran por cualquier bala perdida, prefieren verlos fuera del país (…). Ese es un acto de vida, no hay que verlo desde el acto negativo», considera Páez. Todo ello genera unas condiciones que impulsan a los venezolanos al exterior, una situación que no ha cambiado y que continuará en 2020.
Cifras inciertas
Los datos de la ONU cifran en casi 5 millones los venezolanos que han salido del país. Sin embargo, el Observatorio de la Diáspora registra 5,7 millones de personas. Desde 1999 hasta 2015 salieron del país 120.000 personas por año. Pero a partir de 2016 se produjo el gran estallido y, frente al derrumbe de una economía de la que hoy apenas quedan rescoldos, el número se multiplicó.
Es difícil siquiera concebir un dato solo asimilable al de Siria y que ha mostrado al mundo imágenes que recuerdan a las de los españoles cruzando los Pirineos camino al exilio. Nadie se lanza a recorrer los caminos de América Latina, expuesto a la hipotermia o la insolación, si no fuera mejor que lo que deja atrás.
Por eso Páez se pregunta: «¿Qué futuro le habría quedado a este país si tiene a esos jóvenes comiendo en las basuras o de los desechos?»
Sin esperanzas de un futuro mejor
Los augurios no son mejores para el año entrante. El economista Asdrúbal Oliveros, director de Econalítica, prevé que en 2020 Venezuela va a vivir su séptimo año de contracción económica. Cree que 2019 cerrará con una caída de la economía que ronda el 39%, aunque la Cepal calcula que será de 25,5%.
Para 2020, Oliveros augura que el descenso será de 10%, un ritmo aminorado pero que muestra que Venezuela no ha tocado fondo. Por si fuera poco, este año la inflación cerrará en 15.000% y el próximo será de cerca de 3.000%.
Poca esperanza para quienes aún «le echan pichón», la expresión que más se escucha en las calles de Venezuela y que se puede traducir como trabajar a destajo para labrar un futuro.
Mucho pichón para poco resultado. El flujo migratorio continuará y seguirá inundando las calles y carreteras de Iberoamérica.
Una remesa, un alivio
Los jóvenes dejan atrás a sus familias con sueldos que ligeramente superan los 4 dólares en la mayoría de los casos. Del dinero que envían a casa viven sus parientes y son conscientes de ello. Solo este año, según datos de Ecoanalítica, han enviado 3.500 millones de dólares en remesas. Un alivio para quienes quedaron atrás, aunque valga indicar que se trata de una minoría aún la que hace estos envíos.
Para el año próximo y en previsión de que el éxodo aumente, se calcula que la cantidad se incrementará hasta los 4.000 millones de dólares lo que, explica Oliveros, supone algo menos de 5 puntos del PIB, un dato bajo pero que implica «un crecimiento muy importante».
Una nueva vida en España
Quienes se irán en 2020 ya han comenzado a preparar su viaje. Son aquellos que han aguantado todo lo posible pero ya no se imaginan un futuro, ni tan siquiera un presente, en su país. Son personas como Abraham Barrios, de 29 años de edad.
Él, que tiene la posibilidad de hacerlo, se marchará a España donde espera comenzar a construir una nueva vida. Allí aspira a «tener una vida normal».
«Después de un largo tiempo de seguir intentándolo, subsistir de varias maneras y conseguir varios trabajos, te das cuenta de que hagas lo que hagas no va a funcionar», comenta con un dejo de tristeza en su voz, convencido de la decisión que ya ha tomado.
Ni el esfuerzo ni el sacrificio han funcionado y este periodista ya se encamina a «la madre patria» después de optar por la migración porque «lastimosamente uno tiene que tomar decisiones; el tiempo es oro y la juventud es lo más rápido que se pierde».
Empezará entonces una nueva vida que implica quemar las naves en su sentido más literal. Se sumará a los casi 6 millones de compatriotas que casi han olvidado la posibilidad del regreso.