Ni los intentos de negociación en República Dominicana, Noruega o Barbados, ni ninguno otro de los que se han acometido entre el régimen de Nicolás Maduro y la oposición venezolana, tuvo las posibilidades de llegar a un acuerdo como el que alberga, desde el 13 de agosto pasado, el México de Andrés Manuel López Obrador y que impulsa el Reino de Noruega. Y la personalización en este caso es ha lugar. Si bien el peso específico de México en América Latina es un activo indudable, lo mismo que la casi centenaria Doctrina Estrada de no pronunciarse sobre la legitimidad de gobiernos de otros países, el factor López Obrador resulta determinante. Curiosamente con una sola salida al extranjero, desde el inicio de su Gobierno teje con habilidad una política exterior que amplifica su liderazgo populista de izquierda y con el que ha buscado posicionarse como árbitro confiable para Venezuela.
Bajo la premisa de que la mejor política exterior es la interior, el presidente López Obrador ha ganado adeptos que apoyan su esfuerzo de facilitación y ha atraído el acompañamiento de grandes potencias y de tamaño medio a las conversaciones.
¿Normalizar el autoritarismo en Venezuela?
Pero la perspectiva de un acuerdo en México excluye, hasta ahora, elementos fundamentales que afectan al país más golpeado por la crisis venezolana, como es Colombia, y corre el serio riesgo de transitar hacia una mera liberalización controlada que legitime o normalice el autoritarismo, como lo planteara en una de sus aprensiones Guillermo O’Donnell, uno de los precursores de la teoría de las transiciones a la democracia. Las exigencias formuladas al régimen de Maduro, a partir del Memorándum de entendimiento, son tan básicas que no se perfilan los elementos típicos de incertidumbre de los procesos de transición y tampoco se advierte la característica tensión entre los duros y blandos de un régimen autoritario.
En otras palabras, si hay alguien feliz con las negociaciones es Maduro. Después de haber sobrevivido siete años a una “guerra civil no declarada”, en condiciones casi tan precarias como las de Bashar al Asad en Siria, ahora tiene un reconocimiento, al menos de facto, a su gobierno. El afán por un triunfo internacional de López Obrador y su canciller Marcelo Ebrard, lo mismo que de Noruega y su diplomático Dag Nylander, puede postrar a la oposición a la categoría de mero satélite y decorativa de un régimen típicamente despótico. Negociar con Maduro, como si la mesa estuviera balanceada, no solo es desconocer la precariedad actual de la oposición, reventada por sus divisiones, golpeada por la diáspora de los venezolanos que se hastiaron de las penurias, sino que puede ser tan ingenuo como ignorar los elementos más sutiles de control del sistema. Si los quiebres o crisis de gobernabilidad, o de esplendor de la democracia venezolana contemporánea, han estado asociados inexorablemente al deterioro o auge de los precios del petróleo, cabría imaginarse la elasticidad del régimen en adelante con precios del petróleo en ascenso.
Afán de un triunfo diplomático
Un presunto afán por un triunfo diplomático puede, igualmente, reproducir errores como los de la negociación de paz en Colombia, también con el auspicio de Noruega y la figura clave de Nylander. Recuérdese que se pactó un capítulo de drogas en los acuerdos de La Habana entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC que terminó siendo un perverso incentivo a los cultivos ilícitos, el narcotráfico y, en últimas, a las disidencias guerrilleras que perpetúan la confrontación, y que en su momento anticipamos.
De igual forma, llama la atención que, a pesar de la bendición tras bambalinas de Estados Unidos a las conversaciones, no se exija a Venezuela cesar el apoyo y refugio que da a los grupos criminales y terroristas que atentan contra Colombia, un factor que ha apuntalado las propiedades represivas del régimen.
Sin duda que desde su posición el Gobierno de Iván Duque incurrió en errores de cálculo y política frente a Venezuela, al igual que Estados Unidos, pero contemplar el levantamiento de sanciones y la restauración del derecho a activos sin mayores exigencias al régimen de Maduro, y dejar por fuera reivindicaciones y garantías legítimas para Colombia, puede constituir errores crasos para la historia que, por afanes, México no merece cometer.
Análisis hecho para El Nacional por John Mario González, analista político, columnista de El Tiempo y miembro del Consejo Superior de la Universidad Central de Colombia.
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