Isabel Rodríguez es de hablar calmo y pausado, a pesar de la vida agitada en cuanto al tiempo que comparte entre la oficina, su trabajo comunitario en Tukupu, y su vida familiar.
Nació en Calabozo, estado Guárico, y a los dos años de edad salió de Cabruta, navegando en una chalana por el río Orinoco junto a su hermana y su madre, para establecerse en Caicara del Orinoco. Al poco tiempo su mamá volvió a casarse y la familia se agrandó con la llegada de cinco hermanos.
Su infancia y parte de la adolescencia transcurrieron entre la mina de Guaniamo, ubicada en el municipio Cedeño del estado Bolívar, la mina Las Cristinas, Caicara del Orinoco y Ciudad Bolívar. Su padre de crianza era minero artesanal, trabajó en la extracción de diamante y oro.
Isabel cuenta: “El entorno social en las zonas mineras con bares, prostíbulos, casas de apuesta, no era lo más adecuado para mis hermanos y para mí, por eso mis padres decidieron mudarse a Tumeremo, ciudad capital del municipio Sifontes. Al cabo de unos años, mi familia se va al sur de Bolívar, a Santa Elena de Uairén. Yo me quedé, me casé y formé familia; tengo cuatro hijos: tres varones y una niña”.
Todas las mudanzas de esos primeros años de vida quedaron atrás, se asentó en la casa familiar de Tumeremo donde ya lleva 34 de sus 51 años siendo testigo del paso del tiempo en su comunidad con la construcción de nuevas calles, viviendas, colegios y comercios.
18 años en el bosque de Imataca
Isabel estudió Gestión Ambiental en la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV) y fue a Imataca por primera vez en el año 2004, con su grupo de estudio y un profesor a realizar una visita de campo y desde entonces no ha dejado de ir: “Te encuentras con un bosque maravilloso, conoces comunidades indígenas y poco a poco se van haciendo tus amigos, ves el transitar de los mineros que atraviesan la reserva, escuchas su fauna variada y diversa. Si no fuese por los niños que los veo crecer, no me hubiese dado cuenta del paso del tiempo”.
En el año 2009 comenzó a trabajar en Enafor con las comunidades kariñas, siendo coordinadora del componente social.
Isabel toma una pausa y dice: “Por eso al comenzar el Proyecto de ordenación forestal sustentable y conservación de bosques con perspectiva ecosocial ya yo estaba integrada en la comunidad. Todos estos años se resumen en una relación en doble vía; hablar y escucharlos, aportar y aprender, compartir sin importar la edad o el género, atravesando el territorio a veces caminando, cruzando ríos, brincando sobre árboles caídos, otros momentos en moto o en camiones. Las situaciones son diferentes: desde visitar un vivero, sacar la cosecha y llevarla a Tumeremo para la venta o hasta trasladar a un enfermo. Como sea uno llega hasta donde tiene que ir”.
“Cuando duermo allá me siento en casa, me nutro, me hace feliz y, a pesar de los años de experiencia con ellos, siempre siento que hay algo nuevo que aprender”, dijo.
Al preguntarle a Isabel por una palabra que describa el impacto de este proyecto que lleva la FAO con el Minec y con recursos del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) no duda ni un momento y dice: “Una bendición, no solo por la mejora económica que incide en la calidad de vida, el mayor crecimiento y expansión ha sido desde el punto de vista personal, humano. Hay una comunidad que participa, que se involucra en el trabajo y en la toma de decisiones, yo, en todos los años anteriores trabajando y compartiendo con ellos no habían tenido esa actitud. Me he quedado sorprendida”.