El naufragio de una treintena de migrantes venezolanos ha dejado dudas pero, sobre todo, un duelo colectivo enorme.
Nieves Patínez cree que a sus familiares los devolvieron a Venezuela desde Trinidad y Tobago y que se ahogaron en el regreso. Domingo Rodríguez está convencido que su hermana nunca llegó y que la lancha donde iba zozobró en el naufragio por sobrepeso.
En Güiria no se habla de Navidad. Ataúdes de madera en la plataforma trasera de camiones son la imagen recurrente de diciembre en esta población costera del estado Sucre, que por décadas tuvo un fuerte nexo con Trinidad y Tobago por su cercanía. Se respira duelo.
No es la primera vez que a Nieves, de 54 años de edad, el mar le quita un ser querido. En menos de dos años ha perdido a 7 en esa peligrosa travesía que muchos venezolanos hacen buscando otra vida.
«En el primer bote que desapareció (en 2019 entre Venezuela y Trinidad y Tobago), perdí tres familiares. En este perdí a cuatro, ya son siete personas», lamenta mientras aguarda noticias a las afueras de un muelle pesquero desde donde han zarpado varias embarcaciones para las labores de búsqueda.
La Fiscalía del régimen sostiene que estos zarpes ilegales están relacionados con mafias de tráfico humano, un delito que llevan años denunciando diputados del Parlamento y familiares de desaparecidos en naufragios anteriores.
La menor de las dos hijas de Nieves se fue a escondidas poco después del naufragio donde perdió a sus primeros familiares. Llegó ilesa a Trinidad y Tobago y hablan con frecuencia, pero solo de pensar que pudo haber corrido la misma suerte, la hace llorar.
«Cuando mi hija se fue su situación estaba mal, mal, mal, tomó ese riesgo para trabajar y mantener a sus 3 hijos: uno tiene 15, otro tiene 14 y la hembrita tiene 12», dice Nieves a la AFP.
El hambre, afirma, es la razón principal que lleva a muchos a retar los peligros de olas de varios metros y violentas corrientes, algo propio del mar Caribe.
Venezuela es el país con la inflación más alta del mundo y el ingreso mínimo equivale a unos dos dólares.
«Medio muerto»
Irse al país insular de 1,3 millones de habitantes termina siendo la mayoría de las veces una utopía, señala el sacerdote Luis Izaguirre, vicario de Güiria.
«Cruzar el golfo ya es arriesgar la vida, literalmente«, dice el cura de 45 años de edad y 17 de servicio. «El que pone el pie en una embarcación de este tipo para ir a Trinidad está medio muerto, esa es una verdad».
Sabe por experiencia que esa idea de prosperidad que infunde el coraje para adentrarse al mar -la mayoría de las veces en precarias embarcaciones que zarpan clandestinamente- no es tal.
Por su confesionario escucha la realidad que a muchos les ha tocado vivir.
«Te cuentan esas historias que no le cuentan a la familia, esas vejaciones, esos trabajos esclavos donde se les anula la dignidad solo por ser extranjeros y necesitados. Se abusa de esa condición con un sueldo de miseria», señala.
La hija de Nieves trabaja en construcción, pero es tan duro que quiere regresar. Su madre le recomienda que espere a que se calmen las aguas para volver.
Izaguirre no ha dejado de celebrar las tradicionales misas de aguinaldos, aunque muchos de los asistentes no aplaudan las alegres canciones características de esta celebración católica, sino que las acompañen en llanto.
La fachada del templo está empapelada con los nombres de los cuerpos del naufragio que han ido apareciendo: Xiomaris Jaime, Rudiangelis Rausseo, Edwin Patinez, etc
Esta tragedia es el único tema del que se habla en este pueblo de unos 40.000 habitantes. Izaguirre siente que esta vez ha sido diferente a anteriores naufragios, en los que se cuentan cientos de desaparecidos.
«Hemos comulgado todos en el sufrimiento, en el dolor», señala y destaca un lucernario al que asistieron varios cientos de güireños con sus velas para orar por las víctimas.
Los primeros cuerpos
Luis, como pidió llamarse, fue uno de los pescadores que divisó los primeros cuerpos flotando a unos 13 kilómetros de las costas de Güiria tras el zarpe del 6 de diciembre.
«El bote mío consiguió uno, era un niñito ahogado, yo llamé a la Guardia Costera«, comenta mientras repara el motor de su lancha.
Otro pescador vio el cuerpo de un hombre, señala. «Después que vimos esos 2 primeros cuerpos empezó la búsqueda» de las autoridades en la que un patrullero halló otros 11 cadáveres en el mar.
Los rastreos para encontrar más desaparecidos del naufragio continúan con apoyo de un helicóptero oficial.
Para Nieves, el barco naufragó regresando de Trinidad a Venezuela, pero Domingo Rodríguez, de 58 años de edad, cree que la menor de sus seis hermanos se ahogó mucho antes de que la embarcación Mi recuerdo tocara aguas internacionales.
«Esa gente no llegó ni a la mitad del camino«, señala basado en sus 40 años de experiencia como pescador, rodeado de un grupo de compañeros que lanzan hipótesis de lo que pudo haber ocurrido.
Hay una constante en todos los naufragios, coinciden: «El primer bote que se pierde aquí, se pierde por sobrepeso, el segundo se pierde por sobrepeso, y el tercero se pierde por sobrepeso«, afirma Domingo.