Valerith Ortega, de 10 años de edad, lee con detenimiento cada pregunta mientras se acomoda en la silla. Suda, tiembla: es finalista en una prueba para identificar a niños con altas capacidades en Venezuela, todo un desafío para un sistema educativo colapsado.
Valerith vive en Montalbán, un pueblo del estado Carabobo (centro-norte) a unos 220 km de Caracas con un próspero pasado agrícola que hoy sobrevive a duras penas del comercio. Terminó el cuarto grado de primaria en la escuela pública, donde tiene clases dos o tres días por semana, aunque su nivel es superior.
“Nos ponen tareas que son muy fáciles para nosotros y siempre nos sacan del salón y nos llevan a otro más avanzado para que nos den ese contenido”, dice a la AFP la niña tras presentar la última prueba de la Olimpíada Recreativa de Lengua junto con otros 198 alumnos en todo el país.
No hay cifras oficiales, pero se estima que 2% de la población de cada país es superdotada (coeficiente intelectual de más de 130) y otro 15% es excepcional (más de 115) en algún área específica. Es decir que Venezuela, con una población de aproximadamente 7 millones de escolarizados, debe tener unos 160.000 superdotados.
Falta de docentes
Para identificarlos son necesarios exámenes que el gobierno no aplica y en el sector privado cuestan unos 300 dólares, algo inalcanzable para la mayoría.
“De alguna manera se pierden si no reciben la atención que necesitan, por desconocimiento”, explica Bárbara Guerra, de la Fundación Motores por la Paz que organiza la olimpíada educativa.
“Y si a todo esto agregamos la crisis que estamos pasando y la educativa, como la falta de docentes que hay, se torna muy difícil que los niños tengan una educación especializada”.
Los maestros del sector público tienen sueldos de apenas algo más de 100 dólares mensuales, lo cual los obliga a complementar con otros trabajos.
El gobierno de Nicolás Maduro -en campaña para un tercer mandato- culpa a las sanciones internacionales del colapso económico y ha impulsado un plan con militares para recuperar planteles en ruinas.
Valerith complementa su educación en las tardes con una maestra que instaló en su casa una microescuela. Yaneth Ortega, quien la ha criado sola ante la ausencia de un padre, asegura que es allí donde realmente su hija aprende lo que no le enseñan en el deficiente sistema público.
“Más o menos”
La niña y sus primos Randy Ordóñez, también de 10 años de edad, y Enrique Ortega, de 9 años, ganaron medallas de oro en la semifinal regional de la prueba de lengua y juntos pasaron a la final.
La economía familiar les impide viajar a Caracas a presentar el examen, y por eso lo hacen en el pueblo. Enrique frente a una computadora, Randy con una laptop prestada y Valerith con una tableta, que servirá de plan B si se va la luz, algo muy común en provincia.
La prueba consiste en leer un cuento sobre el que se basan las preguntas de comprensión.
Comienza y el murmullo de ellos leyendo invade el pequeño salón. A Valerith le toma unos 45 minutos completar el test.
“Algunas preguntas eran fáciles, otras difíciles, unas no las entendí. Estuvo más o menos”, evalúa al salir.
“Un niño normal”
En Caracas también se celebró simultáneamente la final de la Olimpíada de Matemática, en la que participaron 172 estudiantes.
Esa prueba permitió por ejemplo identificar a Jesús Duarte, de 18 años de edad, que asegura que odiaba hacer la tarea de matemática y hoy está becado en una universidad privada para estudiar precisamente Matemática Aplicada.
Motores por la Paz detectó 300 niños con altas capacidades, entre 2023 y lo que va de 2024. Pero su trabajo es limitado y le es imposible abarcar todo.
Valerith no queda en el podio nacional, aunque recibe una mención honorífica por su esfuerzo.
El salón donde presentó la prueba está tapizado de dibujos hechos por los alumnos a partir de un garabato. Valerith hace un autorretrato: se pinta durmiendo, soñando con un castillo y un auto. En la leyenda escribe: “El sueño fantástico de una medallista”.
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