La última vez que un alto funcionario de Estados Unidos visitó Venezuela fue a finales de la década de los 90, cuando aún estaba en el poder Hugo Chávez. Por eso sorprendió, por ponerlo en términos suaves, el inesperado viaje a Caracas el fin de semana pasado de Juan González, asesor de Seguridad Nacional para el Hemisferio Occidental del presidente Joe Biden, para reunirse con Nicolás Maduro. Un gobierno, sobra decirlo, que no reconocen y con quien rompieron relaciones diplomáticas en 2019.
Quizá lo más llamativo fue la manera en que la Casa Blanca trató de justificarlo inicialmente. Aunque el viaje, dijeron, tenía como propósito conseguir la liberación de dos estadounidenses detenidos en Venezuela –algo que se logró– y reactivar las negociaciones con la oposición, muertas desde el año pasado, también procuraba asegurar la seguridad energética de Estados Unidos.
Dado que Washington estaba por anunciar su decisión de suspender la importación de petróleo ruso como castigo por su invasión a Ucrania –que lo hizo el martes pasado–, se interpretó como una movida casi cínica: en aras de estabilizar los precios del crudo, que ya estaban disparados, Estados Unidos estaba dispuesto a comprar nuevamente petróleo venezolano para llenar ese vacío.
La noticia, como se esperaba, cayó como una bomba. Políticos de ambos partidos, especialmente en el estado de Florida, salieron a criticarla con dureza. «No puede ser que el castigo a un tirano termine fortaleciendo a otro», dijo el senador Bob Menéndez, que es muy cercano a Biden. Y con un ingrediente adicional, pues todo se dio en la víspera de la cita entre el mandatario estadounidense e Iván Duque, un líder que apostó toda su presidencia a una campaña internacional de aislamiento contra Maduro como estrategia para el restablecimiento del orden democrático en ese país.
Con el correr de los días y ante la reacción adversa, Washington recalibró el mensaje. De seguridad energética pasó a hablar de un posible «alivio de la presión» contra el gobierno de Maduro siempre y cuando se dieran pasos concretos e irreversibles en el camino a la restauración de la democracia. Enmarcó, además, el viaje de González como una misión humanitaria para la liberación de detenidos.
De acuerdo con múltiples fuentes, ya en la cita entre ambos mandatarios Biden le aseguró a Duque que no tenía planes de reactivar la importación de petróleo y que consideraba a Maduro un dictador. Y luego, en un comunicado conjunto, declararon que la crisis venezolana era un reto regional y su compromiso de respaldar «el restablecimiento de la democracia, como una necesidad para poner fin a su crisis política, económica y humanitaria».
La marca de la guerra
Para que no quedara duda de la importancia que le otorga a Colombia, Biden anunció su intención de declarar al país un Aliado Principal Extra OTAN, designación con la que solo cuentan otros 17 países del mundo y que el propio Duque describió como prueba de que las relaciones bilaterales han alcanzado su mayor nivel de cercanía en toda la historia.
Sin embargo, pese a los matices y el cambio de tono, quedó la sensación de que Estados Unidos ha iniciado un giro en su aproximación hacia Venezuela que está muy marcado por la guerra rusa en Ucrania y su impacto geoestratégico.
«El impacto de Ucrania y el posible colapso de los precios internacionales del crudo –dice Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano– sin duda influyó en esto. Pero es algo que venía de antes. Maduro ya es fuerte, tiene el poder. Eso es obvio y la oposición está muy fracturada. Y la estrategia de esperar a que caiga el régimen (producto de las sanciones y el aislamiento) ya pasó, ya fracasó. La otra opción es una negociación y la administración Biden ya estaba en eso, pues apoyaban los diálogos en México. Ucrania se traduce en una necesidad para Estados Unidos, pero también en una oportunidad para desarrollar una nueva agenda que conduzca a un acuerdo», dice Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano.
Shifter es claro en que, aunque incómodo, el giro con Venezuela no va a afectar el corazón de las relaciones bilaterales Estados Unidos-Colombia, que es profundo, fuerte e histórico. Pero sí obliga a repensar las aproximaciones.
Para Washington, además, el tema es más complejo y no se detiene en las fronteras entre ambos países. Así el conflicto ucraniano concluyera mañana, Estados Unidos ha entendido que ha entrado en un nuevo período de hostilidad con Rusia que ya se está transformando en toda una guerra fría que tendrá su capítulo latinoamericano en el que Venezuela –dada su cercanía con Rusia– podría convertirse en un factor aún mayor de desestabilización.
Y, en ese sentido, es de su interés nacional tratar de debilitar los lazos entre Caracas y Moscú. Sabe que Maduro está en una posición bastante incómoda. Por un lado, pararse al lado de Vladimir Putin en su agresión contra Ucrania conlleva un costo político alto. Por otro, enfrenta una nueva realidad ahora que Occidente ha bloqueado el sistema financiero ruso que utilizaba para recoger ganancias de la venta de crudo y eran la vía para evadir las sanciones que Estados Unidos le impuso hace tres años.
La respuesta de Maduro fue muy diciente. No solo liberó a dos estadounidenses sino que prometió revivir las negociaciones con la oposición. Para Shifter, es prematuro pensar que esto conducirá a un restablecimiento de las relaciones o a un quebranto del nexo con Moscú. Y todo dependerá de cómo avancen estos diálogos. Pero como le decía a El Tiempo una alta fuente de la administración Biden: «Lo de Ucrania nos abrió una nueva ventana que estamos aprovechando».
Petróleo, tema electoral
Aun así, la aproximación de Washington también es transaccional. A largo plazo, su objetivo es cortar la dependencia de hidrocarburos rusos, no solo de Estados Unidos sino de Europa. Y para lograrlo tiene que buscar fuentes alternativas que no abundan. Para desentrabar el flujo petrolero de Irán, primero debe firmar un nuevo acuerdo nuclear que está en veremos. Y los saudíes, otra fuente importante en el mercado internacional, tienen sus propios intereses y de momento se han resistido a aumentar la producción.
Si bien una mayoría de analistas coincide en que la capacidad actual de Venezuela, que produce menos de 500.000 barriles diarios, tendría un efecto minúsculo en el mercado internacional, también saben que cuenta con enormes reservas petroleras y que su producción podría duplicarse o triplicarse con cierta rapidez si se levantan las sanciones y regresa la inversión.
Para Biden, además, el tema del petróleo es un tema doméstico y electoral. El valor del galón de gasolina ya está por las nubes (4,25 dólares promedio), seguirá creciendo y disparará aún más la inflación galopante. Y aunque los estadounidenses –según las encuestas– parecen entender que parte del problema lo ha creado Putin, a la larga piensan con la billetera y podrían castigar al Partido Demócrata en las elecciones de finales de este año y las presidenciales de 2024 si no hay un cambio en la trayectoria.
Por supuesto, la administración sabe que el acercamiento con Maduro le costará en Florida, donde viven cientos de miles de venezolanos expatriados y cubanos, pero también que los altos costos de la gasolina le pesarán más a nivel nacional, donde la disputa con el régimen poco se entiende.
El giro, eso también es claro, causará fricciones no solo con republicanos sino con Duque y otros mandatarios de la región. El presidente colombiano fue enfático esta semana en que no tiene la menor intención de cambiar su discurso frente a Maduro, a quien considera responsable de crímenes contra la humanidad.
«Con solo meses restándole a su presidencia y por razones suyas y de su partido, sería sorpresivo que Duque abandonara su línea dura para alinearse con el tono más conciliador de Biden. Cualquier ablandamiento sería usado por Gustavo Petro, que lidera las encuestas, para decir que siempre estuvo equivocado en su aproximación a Venezuela», opina Shifter.
Pero es un cálculo que la administración, con seguridad, también está facturando. «Nadie sabe quién va ganar las elecciones. Lo único cierto es que Duque abandona el poder en cinco meses y probablemente llegará alguien más de centro o izquierda que tendrá una visión más sintonizada con la de Biden, que parece estar apostando al pragmatismo y la diplomacia», sostiene una fuente diplomática en Washington.
Eso es lo que está por verse.