VENEZUELA

Chávez lanzó al país por el despeñadero mucho antes de que Estados Unidos aplicara las primeras sanciones

por Avatar Equipo de Investigación de El Nacional

En 2017 nadie –ni fuera ni dentro de Venezuela, mucho menos el gobierno– tenía información confiable sobre la situación económica del país. Con los pocos datos disponibles se estimaba que desde 2014 hasta 2016 el PIB real había disminuido en un 24,3% y que la tasa anual de la inflación entre enero y agosto fue entre 758% y 1.350%. Tampoco nadie sabía cómo esas cifras se reflejaban en la vida diaria de los venezolanos, salvo las víctimas, que escarbaban entre la basura buscando algo que comer.

En sus más de diez años en el poder, Nicolás Maduro ha ajustado los salarios 32 veces, pero en todas las ocasiones el trabajador ha quedado con una menor capacidad de compra, ninguna de endeudamiento y con dificultades para llegar a fin de mes. Los desequilibrios son espantosos. Para cubrir la cesta básica alimentaria se necesitan hasta 20 salarios mínimos.

El sueldo mínimo, en junio de 2022, solo alcanzaba para adquirir 5% de los alimentos, imposible de cubrir sin un milagro. El valor de la canasta básica alimentaria se ubica en 477,52 dólares, pero el salario que fijó Maduro equivale a 23,76 dólares. La comunidad internacional se sorprendió, pero no salió de Babia. Ni preguntó cuánto han perdido los niños venezolanos de peso y talla. Esa cotidianidad no escandaliza a los influencers progresistas que visitan Caracas y se hartan en MacDonald’s.

sanciones, Chávez

Fotografía tomada el 2 de febrero de 1999 del presidente electo de Venezuela, Hugo Chávez (izquierda), juramentado por el presidente del Congreso de Venezuela, Luis Alfonso Dávila (derecha), mientras el presidente saliente, Rafael Caldera (centro), observa. Caldera (93) falleció el 24 de diciembre de 2009. Foto: RODRIGO ARANGUA / AFP

Chávez se negó a jurar sobre la Constitución

Lo mismo ocurrió con el autoritarismo que se instaló en Venezuela desde el mismo instante en que el teniente coronel Hugo Chávez se negó a jurar sobre “una Constitución moribunda”. Ninguno allí presentes –parlamentarios, representantes de los poderes públicos, constitucionalistas– ni ningún soldado patriota alzó la voz contra la ilegalidad del acto. Nadie se escandalizó. Ni fuera ni dentro, lo tomaron como otra excentricidad.

Desde enero de 1999 hasta esta mañana que amanecimos sin electricidad como todo el centro costero del país, la situación venezolana no ha dejado de resquebrajarse, de empeorar. Han tenido más éxito las extravagancias y divertimentos de los amigotes de Ali Babá que gobiernan que el sufrimiento y el grave deterioro fisiológico de la población. Desnutrición. Hambre. Falta de medicinas. Represión. Tortura. Ausencia de justicia. Muerte.

Venezuela con sus 7 millones de migrantes a la deriva ha sido un tema de conversación tan recurrido como el “Aunque usted no lo crea” de Ripley o un inventario temerario de los récords Guinness. Hasta ahí, nada de acciones concretas. Y mire usted que había señales para preocuparse. La impasibilidad de la comunidad internacional ante desafueros inadmisibles y descalabros imperdonables la pagaron con su vida los más indefensos, particularmente los niños.

Sordos a las palabras y ciegos a los hechos

Un embajador de Washington en Caracas ante los alarmantes desatinos que anunciaba Chávez llegó a declararle a los periodista que se fijaran en los hechos y no en las palabras. Y los hechos fueron varias veces peores que la verborragia. En las horas más difíciles del deslave de Vargas en 1999, rechazó la ayuda estadounidense que venía en camino con hospitales de campaña, maquinaria especial, alimentos, médicos y experiencia en ese tipo de tragedia natural. Nadie sacó la cuenta de cuántos se habrían salvado si los muchachos del Tío Sam echan una mano.

Los cálculos sí los hicieron en agosto 2017 cuando la Casa Blanca dejó de saltar de rama en rama y por primera vez impuso sanciones financieras contra el gobierno de Nicolás Maduro. Prohibió las negociaciones sobre nuevas emisiones de deuda y de bonos tanto del gobierno como de Pdvsa, además del pago de dividendos al gobierno de Venezuela. Era evidente el chanchullo presente en las cuentas fiscales desde los tiempos en que era normal que la enfermera de Chávez dejara de ponerle inyecciones de vitamina B y se encargara del Tesoro de la República, pero sus trapisondas no afectaban a los tenedores de bonos sobrevaluados de Pdvsa o de la República.

La razones de las sanciones quedaron expuestas en tres líneas de un escueto comunicado de prensa: «La dictadura de Maduro sigue privando al pueblo de Venezuela de alimentos y medicinas, encarcelando a los miembros de la oposición que fueron elegidos democráticamente y reprimiendo en forma violenta la libertad de expresión».

No habían transcurrido dos años de las medidas cuando dos expertos economistas del Center for Economic and Policy Research, Mark Weisbrot y Jeffrey Sachs, publicaron su paper “contra el castigo colectivo” que significaban las medidas estadounidenses: “Las sanciones redujeron la ingesta calórica de la gente, aumentaron las enfermedades y la mortalidad (tanto de adultos como de bebés) y desplazaron a millones de venezolanos que huyeron del país como resultado del empeoramiento de la depresión económica y la hiperinflación […] Las sanciones han infligido daños muy graves a la vida y la salud de las personas, incluidas más de 40.000 muertes entre 2017 y 2018”.

El régimen de Maduro encendió los altoparlantes del progresismo alrededor del planeta, bots e influencers incluidos, para que se hicieran eco del paper que “demostraba el carácter inhumano de las sanciones”. Todos repetían el mismo estribillo. El levantamiento de las medidas que inflingían tanto dolor al pueblo. En Europa, más sensible del oído izquierdo, no pocos llamaron al comedimiento, a no exagerar con las sanciones.

Los “teóricos” e invitados recurrentes a los programas televisivos citaban hasta a Barack Obama para reforzar su planteamiento de que las sanciones no funcionan y ponían como ejemplo los casos de Cuba, Irán, Corea del Norte, Rusia, que tras décadas de “bloqueos” mantienen su régimen de gobierno intacto, mientras el pueblo sufre todas las calamidades.

sanciones, Chávez

Familiares de pacientes trasplantados, encadenados afuera del Hospital de Niños Dr. JM de los Ríos, protestan por la escasez de medicamentos, en Caracas el 20 de febrero de 2018. Foto: FEDERICO PARRA / AFP

La libertad cambiaria trajo la bonanza y los bodegones

Un ejemplo muy recurrente del fracaso de la sanciones, “y a la vista”, era la proliferación de “bodegones”, que ofrecen una variedad de productos importados tras años de abastecimiento generalizado. Bastó que Estados Unidos dejara de comprar crudo venezolano y prohibiera venderle insumos para producir gasolina, para que apareciera una “burbuja de bonanza”, aparente y limitada al comercio y al consumo. No hay producción, solo remesas de los emigrados y el mercadeo opaco de minerales. La pobreza en 2022 arropaba a cuatro quintas partes de la población que quedaba en Venezuela.

Antes de las sanciones financieras, que no impiden la asistencia humanitaria, ni los negocios con venezolanos no relacionados con el régimen, Maduro aplicó el corrupto control de cambio e impidió la importación de medicinas, alimentos y bienes de producción. Bloqueó millones de dólares en ayuda humanitaria que tanto hubiesen ayudado a los pacientes con cáncer en el Hospital de Niños J. M. de los Ríos. Los centros de salud pública han sido arrasados por décadas de desidia y abandono.

En lugar de beneficiar al pueblo con los ingresos del Arco Minero, prefirió pagar las deudas contraída con Rusia, China, Irán y Turquía en la compra de armas y tecnología de inteligencia para intimidar a la oposición, y el enriquecimiento de los facilitadores del régimen. Fueron las sanciones las que obligaron a Maduro a levantar su propio bloqueo y a autorizar la entrada de la ayuda humanitaria. Pero no ha habido consenso en la comunidad internacional para que el régimen de Maduro rinda cuentas.

Democracia sin dolientes y llena de verdugos

El teniente coronel Hugo Chávez había lanzado el país por un despeñadero mucho antes de que Estados Unidos aplicara con guantes de seda las primeras sanciones contra el régimen que el Movimiento Quinta República y sus aliados multicolores implantaron en Venezuela a partir de 1999.

La economía venezolana se desplomó con el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, precisamente cuando en el proceso de modernización del aparato económico y la expansión de los mercados del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez impulsaron el crecimiento del PIB a 10,3%. Los militares no lograron capturar el poder, por la impericia militar de Chávez, pero igualmente el país se desencuadernó. Solo al final del gobierno de Rafael Caldera hubo una recuperación del PIB, pero ayudaban muy poco los bajos precios del petróleo y la senectud de Caldera.

Al sentarse en la silla presidencial, Chávez y el fiel Jorge Giordani, su ministro de planificación, prometieron sacar a flote el submarino. Ocurrió lo contrario. Lo llevaron a pique. Las cargas de profundidad la lanzaban desde el propio puente de mando y con los aplausos de la tripulación. Habilitado con poderes legislativos para acelerar los cambios, Chávez cometió los primeros estropicios y recibió los primeros cacerolazos.

sanciones

Unos 50.000 venezolanos marcharon por Caracas el 11 de abril de 2002 en el tercer día de una huelga general convocada por los líderes sindicales, empresariales y de oposición más poderosos de Venezuela y denunciando las políticas del presidente Hugo Chávez. Foto: JUAN BARRETO / AFP

La sociedad civil protesta contra Chávez

Se peleó con los medios de comunicación porque sus títulos e informaciones no se ajustaban a los criterios “periodísticos” de la revolución, con los gremios, principalmente con los médicos, y comenzó a tratar de darle una orientación ideológica a la enseñanza. Ahí tuvo los primeros choques con la sociedad civil y las primeras manifestaciones contra lo que se veía como una réplica del modelo cubano. Los médicos de Barrio Adentro no curaban una diarrea, ni y los entrenadores deportivos ganaban una caimanera, pero identificaban a los “contrarrevolucionarios” y “escuálidos”. Mira tú.

Luego de reiteradas denuncia de corrupción, de mal manejo de la economía, de haber establecido una cuota petrolera gratuita a La Habana e innumerables arbitrariedades, la sociedad civil se lanzó a la calle a forzar su salida con marchas pacíficas y banderas ondeantes. Aunque había repetido que no tendría problema alguno en dejar la Presidencia si el pueblo se lo pedía, y era lo que le pedían cientos de miles de manifestantes, no renunció. Ese no era el pueblo, eran señoras del Country Club y sifrinas de Caurimare. Eran “escuálidos”, el cognomento que les adosó a los opositores.

En abril de 2002, en una apoteósica marcha que superaba con creces todas las realizadas esa semana, cundió la idea de llegar hasta Miraflores y exigirle la renuncia. Luego de recorrer la autopista del Este y encontrar unos obstáculos a la altura de Plaza Venezuela, el recibimiento en la avenida Urdaneta y en el Calvario fue criminal. Francotiradores apostados en las azoteas de los edificios cercanos a Miraflores empezaron a matar manifestantes a sangre fría. Oficialmente hubo 18 muertos y 69 heridos.

Como resultado,  el comandante general del Ejército cuestionó el manejo violento de los acontecimientos. Otros militares que habían respaldado le pidieron la renuncia al jefe de Estado. “La cual aceptó”, informó el general Lucas Rincón, jefe del Estado Mayor conjunto.

Durante dos días se intentó instalar un gobierno civil, pero los paracaidistas del general Raúl Isaías Baduel terminaron las discusiones en Fuerte Tiuna de los altos oficiales de FAN que no querían aceptar que habían roto el hilo constitucional y que debían proceder en consecuencia. Todavía quedan aristas ocultas en los acontecimientos del 11, 12 y 13 de abril, el día que volvió Chávez con un crucifijo de plata en alto, pidiendo perdón y prometiendo que cambiaría su forma de gobernar y congelaba los 49 decretos con fuerza de ley dirigidos a la destrucción de la propiedad privada y el control absoluto de la economía. Empezaba “la justa” distribución de la riqueza y la estrecha alianza con Cuba.

Cuando la economía parecía boyante por los altos precios del petróleo y la posibilidad que se le abrió a Pdvsa de emitir bonos de todo tipo, más los nuevos impuestos y el incremento del IVA, Chávez solicitó, considerando que las reservas monetarias estaban “sobrepasadas” que se le entregara un “millardito” de dólares, el primero de varios, para administrarlo a discreción a “favor del pueblo”. Remember, Chávez es el pueblo. Luego Giordani habló de la pérdida de 300.000 millones de dólares en manejos oscuros del control cambiario. Y antes 3.500 millones de dólares del Fondo de Inversiones que operaba con el nombre de Bandes. Apesta el entorno de Miraflores.

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, hace un gesto de oración mientras habla del presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, a quien se refirió como «el diablo», durante su discurso ante la 61ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York el 20 de septiembre de 2006. Foto: TIMOTEO A. CLARY / AFP

“Váyanse al carajo, gringos de mierda”, Chávez dixit

Desde el mismo día que Chávez se negó a jurar sobre la Constitución de la República de Venezuela vigente, su antipatía contra Estados Unidos fue cogiendo volumen en el altavoz presidencial. En sus baños de masas en la avenida Bolívar de Caracas, Chávez mandaba a los gringos al carajo y se burlaba de W. Bush y sus funcionarios, pero las relaciones petroleras se mantenían sin bemoles. Los embarques eran puntuales y los pagos exactos. La producción superaba los 1.350 millones de barriles diarios y los ingresos subían de forma demencial.

Chávez llegó a decir que “el precio justo del barril de petróleo” debía ser 200 dólares. Mientras, sin importar a qué alto precio se vendieran, en el presupuesto y los ingresos del Estado se estimaba entre 36 y 40 dólares, lo demás se iba por las vías discrecionales y los estados de emergencia que eliminaban la lentitud administrativa y, sobre todo, los controles.

Luego de los sucesos de abril de 2002, los ataques contra Estados Unidos causaron mucha gracia a la comunidad internacional. George W. Bush precedió a Chávez, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU. Cómo si animara “Cuánto Vale el Show”, al subir al estrado exclamó que le olía azufre, una alusión de que en el estrado había estado el diablo. Hubo carcajadas y sonrisas de conveniencia.

Aunque la producción de hidrocarburos empezó a caer desde la huelga general de 2002-2003 y el despido de 19.700 trabajadores de Pdvsa, las compras estadounidenses de petróleo se mantuvieron hasta 2018. La Casa Blanca compraba crudo y Miraflores combustible refinado. Ese año, según los registros de Eurostat, la anticapitalista y antiyanqui república bolivariana tenía como principal socio comercial a Estados Unidos, con una participación de 34%, por delante de la India y de China.

En el plano internacional se presentaba como antiimperialista, devoto ferviente de la paz y de la autodeterminación de los pueblos. A mampuesto, empero, estrechaba su “amistad” con las FARC y el ELN, dos organizaciones guerrilleras de Colombia con fuertes actividades en el narcotráfico y la industria de los secuestros. Asimismo, con grupos criminales y terroristas internacionales del Medio Oriente y del resto del mundo. Con cara bien lavada y fresca, le pidió a Francia que liberara al “Chacal”, a Ilich Ramírez Sánchez, condenado a varias cadenas perpetuas por el rosario de asesinatos que cometió y de los cuales no se arrepiente.

El amarre con Cuba era tan fuerte que hasta propuso que Cuba y Venezuela fuesen una misma nación, que se llamara Cubaven. No prosperó en su invitación. La idea de los Castro era más colonial.

Primera sanción a la revolución bolivariana

La primera acción firme de Washington contra el gobierno bolivariano se concretó en 2006. Prohibió que se le vendieran armas y equipos militares. Los lazos con La Habana y sus relaciones oficiosas con la guerrilla colombiana, le hizo percibir a la Casa Blanca que Venezuela tenía poca voluntad de cooperar en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. No se metió en honduras.

Con los ingresos por la venta de petróleo a Estados Unidos, Chávez le compró a Rusia entre los años 2005 y 2007 más de 4.000 millones de dólares en 24 aviones Sukhoi, 50 helicópteros de combate y 3 modelo MI-26 T (los más grandes del mundo y abandonados como chatarra en La Carlota, 100.000 fusiles AK-103, tanques T-72 y misiles antiaéreos S-300, entre otros equipos militares. Igualmente, había un acuerdo para construir en Venezuela una planta de fabricación de fusiles Kaláshnikov y otra de municiones. La comunidad internacional no preguntó para qué se querían tantas armas ni porqué había tanta colaboración con las FARC-EP, consideradas terroristas por Estados Unidos desde 1997. El bueno de Norman Chomsky todavía no se había enterado de los vejámenes sufridos por la juez María Lourdes Afiuni, pero The Guardian seguía con los ojos y los oídos tapados por el bla bla rojo-rojito.

En 2008 ya Chávez había logrado la opción de ser reelegido indefinidamente y, aunque la oposición había logrado una “victoria de mierda” en el referéndum de 2007 para convertir a Venezuela en socialista, fue imponiendo su socialismo por otras vías y modalidades. La economía se comportaba como una vieja y pesada maquinaria, que a falta de reparaciones mayores, presentaba cada vez más problemas. Aunque llegó a afirmar que hasta con el petróleo a cero dólares en Venezuela no sucumbirá económicamente, con el barril a 60 dólares una de tres partes de los venezolanos supieron lo que era acostarse sin cenar y sin esperanzas de desayunar.

Sus engranajes se trancaban con la realidad y la ineptitud gobernante: expropiaciones, impuestos, control de cambio, caída de los precios petroleros y baja continua de la producción. Los resortes de la maquinaria estaban vencidos y el óxido se expandía. Las pequeñas grietas se multiplicaban, a pesar de la abundante corrupción, que como decían entre ellos era “grasita” para la marcha del Estado. Era inminente la catástrofe, estaba a la vuelta de la esquina, y a todo color.