En cinco años una generación de muchachos de 17 o 18 años de edad se va a graduar de bachillerato sin saber nada. Sin capacidad para integrarse a la sociedad de forma emancipada. No podrán vivir bien ni ser relativamente prósperos. Esos muchachos son ahora parte de una cohorte educativa que cursa sexto grado. Su desempeño estudiantil presagia que les costará Dios y su ayuda completar un buen bachillerato. Si lo completaran, que ya sería un éxito, tendrían un enorme déficit de aprendizajes y de todo lo que hace falta en la sociedad: valores ciudadanos, valores de convivencia, de responsabilidad y de honestidad. De conocimiento. Una generación perdida.
La breve introducción es el resumen de una larga y nutritiva conversación con un hombre que ha dedicado su vida profesional al hecho educativo y sus circunstancias. Hablo de Mariano Herrera, investigador, especialmente en educación primaria y secundaria, que ha podido participar tanto en el diseño de políticas públicas en esta área al servicio de ministros y gobernadores de Estado como embraguetarse en zonas urbano-marginales donde asisten a clases alumnos de los sectores menos desfavorecidos. Tiene una maestría y un doctorado en Educación por la Universidad de París 8 y es decididamente un promotor de proyectos de mejora escolar como el programa Leo, juego y aprendo que dirige desde la Universidad Metropolitana (Unimet) que apunta a lo básico, a lo medular, a lo que hace la diferencia: que los niños aprendan a leer y comprendan lo que leen.
No está de más decir, por los tiempos que corren, que el ánimo de Herrera no es catastrófico. Todo lo contrario, es de honda preocupación positiva sobre lo que hay que hacer para cambiar un panorama que nos raspa como país y para lo cual deberían coincidir esfuerzos privados y públicos, también de las familias y de los docentes. ¿Será posible? Si no se intenta, seguro que no lo será.
A falta de estadísticas oficiales porque desde 2016 no se publica la memoria y cuenta del Ministerio de Educación, hay que recurrir a datos de iniciativas privadas para saber cómo está la educación venezolana en sus trazos más gruesos. La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) de la UCAB correspondiente a 2023 ofrece cifras para aproximarse al ámbito educativo:
- la población escolarizada es de 7,6 millones con una demanda potencial de 11,6 millones. La cobertura fue mejor que la de 2022 pero apenas igual a la de 2020. Se pueden sacar las cuentas de los que no van a la escuela;
- 40% de quienes asisten a clases lo hace de forma irregular, por los paros de personal docente, la ausencia de docentes, enfermedad, falla de los servicios públicos, falta de comida;
- la cobertura del Programa de Alimentación Escolar (PAME) bajó de 67% a 62%: 140.000 estudiantes menos. El porcentaje y el número de beneficiarios es inferior al de 2020;
- el rezago escolar, es decir la diferencia entre el año que un alumno debería cursar en relación con su edad, aumentó entre las niñas de 7 a 11 años de 34% a 37% y en los varones de 32% a 40%.
A la espera de la nueva edición de Encovi, quizás para los primeros meses del año próximo, habría que preguntarse si esos datos se mantienen, si hay mejoras o, por el contrario, un deterioro mayor.
Hay un par aspectos muy sensibles que parecen consolidados, en lugar de ser cifras decrecientes, uno es la falta de docentes, la Federación Venezolana de Maestros estima que más de 100.000 han dejado de dar clases (Herrera calcula una cifra mayor: 180.000), porque se han ido del país o porque lo que perciben como remuneración no les garantiza la subsistencia y se las apañan de otras maneras; y el otro dato es el “horario masico” que permite a los docentes usar parte de su tiempo en otras actividades más lucrativas ante la impotencia del Estado para subir sus míseros sueldos. La asociación civil Con la Escuela considera que el promedio de días de clase a la semana en el curso 2023-2024 fue de 3,8: un día y un poquito más perdido a la semana, durante cerca de 40 semanas.
Todo ese conjunto de circunstancias colocan a la calidad educativa en un peldaño muy bajo, de acuerdo con cifras oficiales del Ministerio de Educación que promovió y realizó tres mediciones de calidad en octubre de 2023 y marzo y abril de 2024. Aunque el resultado puede merecer el calificativo de desconsolador, es punto de partida para acometer mejoras urgentes y dedicar atención y fondos para hacer buena la frase con la que la entonces ministra de Educación, Yelitze Santaella, presenta el informe de las consultas nacionales de calidad educativa: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, escribió Santaella citando a Nelson Mandela. ¿En verdad queremos cambiar el mundo?
Las pruebas realizadas en las consultas del Ministerio de Educación entre alumnos de tercer y sexto grado de la educación pública en lectura/escritura, matemáticas y ciencias naturales evidencian que una muy amplia mayoría de los estudiantes está en el nivel más bajo de aprendizaje, más bajo aún que el estancado promedio latinoamericano en esas asignaturas. Con leves mejoras en algunos estados en los niños de tercer grado y en retroceso en esa cohorte de sexto grado que en cinco años aspira a graduarse de bachiller. Tanto es así que el informe oficial habla de “aprendizaje pausado” en los estudiantes del último año de la primaria. Quizás vayan a clase, cuando la hay, pero el aprendizaje es muy escaso, si lo hubiera.
Unas cifras para apreciar la magnitud “de la pausa”: 93,2% de los estudiantes de sexto grado están en el nivel I, el más bajo, en lectura/escritura; 98,6% en matemáticas y 83,5% en ciencias naturales. La evaluación incluyó tres niveles más que se reparten lo que falta para completar 100%. “Para llorar”, sentenció una estudiosa de los temas educacionales.
¿Dónde están los maestros?
Viendo cómo se ganan la vida, sería la síntesis. Sin embargo, muchos docentes persisten, por vocación y pasión, en ir a las aulas aún cuando no les alcance el sueldo ni para pagar el desplazamiento. “La clave de la ecuación es la calidad de los maestros”, dice Mariano Herrera. La situación es muy precaria desde hace mucho tiempo y por muchísimas razones. Una, entre tantas, es que se politizó la selección de maestros.
Herrera vio, ya por el año 2010, carteles en las delegaciones del Ministerio de Educación en los que se decía que solo se aceptaban currículos de las universidades del gobierno. Se dejaron, por tanto, de hacer concursos y se impuso la contratación a dedo, en la cual el director de escuela es una figura determinante. El criterio de selección es político y no pedagógico. “Eso atenta contra la calidad”, afirma este profesor de la Unimet.
La desaparición de los concursos se suma a un asunto que se arrastra desde antes de que Hugo Chávez llegara al poder: las universidades públicas y privadas no ofrecen la mejor formación para los maestros de primaria, que empiezan a trabajar sin tener conocimientos para dominar los métodos de enseñar a leer en primer grado. “Se saben cosas genéricas, sin evidencia científica, sobre el tema cognitivo que debería ser la base de la pedagogía”, sigue Herrera.
A la suma de carencias y a la politización hay que agregar la ausencia de la evaluación del desempeño docente y los salarios ínfimos para remunerar al docente, con lo cual se contrata a quien se puede y no a quien se quiere. Herrera no le echa la culpa a los maestros por esos dos factores, las condiciones de trabajo y una débil formación a nivel universitario: “Dentro de este ambiente complejo y difícil hay una noticia relativamente positiva. Los maestros son como la paja en la sabana llanera. Está seca el 10 de marzo pero le caen tres goticas y en abril reverdece. Los maestros son así, con un poco de apoyo y oportunidades mejoran mucho, mucho”.
Herrera ha comprobado, una vez más, la disposición del personal docente con el programa Leo, juego y aprendo que dirige desde la Universidad Metropolitana, orientado a la enseñanza de la lectura a niños de primer y segundo grado. En tres años el programa ha atendido a 38.000 escolares en más de 300 escuelas de 19 estados del país, con la participación de aproximadamente 4.000 maestros.
Leo, juego y aprendo es un programa basado en evidencias de cómo funciona el cerebro para aprender a leer y en las mejores estrategias para la enseñanza de la lectura. Consiste en un conjunto de libros que se entrega a los alumnos y al personal docente, con las respectivas instrucciones, que ha permitido una rápida mejora tanto de los niños como de los maestros. Para este curso se incrementará la población estudiantil atendida a más de 50.000 niños, 60% de ellos del sector público y 40% de sistema de escuelas de Fe y Alegría. “Con poquitas horas de clases logramos superar enormemente los índices de analfabetismo en niños de primer y segundo grado”, dice Herrera, que se reafirma en la idea de que hay que trabajar con el maestro que está en el aula y dejar de pensar, por ahora, al menos, en el maestro ideal.
¿Quién quiere ser maestro?
Herrera recuerda un artículo de prensa del sacerdote jesuita Luis Ugalde, exprovincial de la Compañía de Jesús y exrector de la Universidad Católica Andrés Bello, en el cual decía que todo el mundo quiere a los mejores maestros para sus hijos pero nadie quiere que su hijo sea maestro. “Es una crisis en América Latina según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). La carrera es poco atractiva, ahora mucho menos. Las universidades tienen alumnos en cantidades modestas en los últimos semestres y ya están dando clases. Buscan la licenciatura para ver si pueden mejor sus sueldos”, explica el profesor de la Unimet.
Los pedagógicos están casi vacíos de alumnos y de profesores. La matrícula estudiantil ha bajado, se escucha, en 70%. En otras épocas, tampoco la educación fue una opción para estudiantes de clase media, y ni remotamente para los de clase alta. Los muchachos que egresaban de colegios privados prestigiosos lo último que escogían era educación. Preferían derecho, economía, medicina y, desde los años ochenta, también comunicación social. La remuneración, de 70 a 80 dólares para un profesor universitario, según los casos, no es precisamente un imán. El sueldo de los maestros de la educación pública fluctúa entre la miseria y la risa: de 7,49 dólares a 17 dólares al mes, según la asociación civil Con la Escuela que hace seguimiento a cerca de 80 escuelas en 6 estados del país
La carencia de maestros dio espacio y vuelo a una barbaridad, que comentan Herrera y Luisa Pernalete, educadora desde hace 50 años, especialista en gerencia educativa y vinculada desde siempre a Fe y Alegría. La barbaridad, no se le puede llamar de otra manera, es que muchos alumnos de liceos públicos pasaban de tercer a cuarto sin haber visto dos o tres asignaturas durante todo el año. Pero tenían su nota, que era la resultante del promedio de las asignaturas que sí habían cursado. Las universidades tienen que organizar un curso de nivelación de por lo menos un año antes que los egresados del bachillerato entren en sus carreras, sobre todo en aquellas en las cuales esas materias dadas por vistas son importantes, como ingeniería, administración y especialidades técnicas.
Herrera apunta que lo más grave ahora es que la ausencia de maestros también es notoria en primaria donde pudo haber antes un exceso de docentes, porque disminuyó demográficamente la población de primaria como consecuencia de la menor tasa de natalidad de las mujeres. “Hay menos niños en primaria y también menos maestros por esas condiciones de trabajo comentadas y la emigración”, añade. La escasez de docentes se percibe más allá del sector público, en el sistema de escuelas de Fe y Alegría, en los colegios privados y en las universidades.
Sin maestros no hay escuela
Luisa Pernalete ha creado escuelas hasta debajo de un árbol. En el pueblo más remoto. Fue la primera mujer que sustituyó a un jesuita en una dirección regional de Fe y Alegría, en el Zulia. Más tarde fue jefa en Guayana. Ha sido profesora de Historia y Geografía, pero es más lo que ha hecho planificando, gerenciando, dando cursos, creando escuelas (diez, tan solo en el estado Bolívar). La última de esas a orillas del Orinoco, en el medio de una comunidad, esperando durante cinco años a que la Corporación Venezolana de Guayana le cediera unos terrenos. “Pero tenía maestros”, recuerda.
Pernalete forma parte del Centro de Formación e Investigación Padre Joaquín de Fe y Alegría desde donde impulsa iniciativas en educación ciudadana. Fe y Alegría tiene 295 centros educativos, según su sitio web, la mayor parte de educación básica, algunos de bachillerato, y cinco colegios universitarios. Cuando reciben alumnos salidos de sexto grado, los muchachos tienen un bajo rendimiento. Los que llegan ya con el bachillerato deben pasar dos meses en cursos de nivelación sobre todo en cálculo matemático y lenguaje.
Fe y Alegría contaba con un programa de mejoras para su alumnado, que ha sido afectado por la crisis humanitaria. Pero aun así hay una labor de acompañamiento que no se descuida: se visita la familia de los estudiantes que son irregulares en su asistencia a clases, se dan días de refuerzo a los alumnos que no van bien y se elabora un informe cuando pasa de su curso para que se sepa en el grado superior los problemas que arrastra y que merecen atención. “Aquí no pasa lo de asignar notas promediadas por materias que no ha visto el alumno”, precisa Pernalete, que destaca también que el acompañamiento se extiende a los docentes.
Los temas de educación para la paz, prevención de la violencia y formación de las madres -“a las que todos critican pero nadie les tiende la mano”- y educación ciudadana han centrado la actividad de Pernalete durante los últimos años. “Hay un gran déficit de ciudadanía”, dice. “Las calles del país son una jungla, no se respetan los semáforos, ni las vías peatonales, tampoco el medioambiente. En Fe y Alegría la educación ciudadana es transversal en todas las materias y en cada plantel hay un referente de ciudadanía”, agrega.
Desde hace años, en las escuelas de Fe y Alegría se desarrolla el programa escuela/comunidad en el que participan los equipos directivos, estudiantes, docentes y familias para establecer alianzas con la comunidad y enfrentar problemas, como el cruce peligroso de una quebrada en la carretera vieja a La Guaira, el rescate de una plaza en Paraguaipoa, donde funciona una escuela con maestros wayú, que fue puesta al servicio de la población o la potabilización del agua en un área rural del estado Aragua. En el curso 23-24, los alumnos de muchas escuelas de Fe y Alegría concretaron cerca de 80 proyectos comunitarios como los descritos.
Pernalete también diseñó el programa “Madres promotoras de paz” que comenzó en Guayana y se extendió a otros zonas del país y que logró reducir los niveles de violencia en los planteles. “Si cambias a las madres, cambian los muchachos”, asegura con evidencias en la mano.
El sistema de escuelas de Fe y Alegría, donde se imparten clases los cinco días a la semana, se mantiene con una subvención estatal, sin alza, la contribución de las familias, aportes de la empresa privada y la célebre rifa anual que se suspendió por la pandemia. Una iniciativa que reúne a cerca de 112.000 personas, entre estudiantes y participantes, que pudiera en sí misma constituir un modelo de lo que se puede hacer para salvar la educación venezolana.
Fue desde Fe y Alegría que surgió en 2022 la idea de crear una alianza por la educación a partir de un documento que exponía los problemas de la vocación docente, de infraestructura y de recuperación de los estudiantes que se habían salido de la escolarización durante la pandemia. Esa alianza es ahora, dos años después y tras un año de reuniones entre instituciones educativas y dirigentes de empresas, una realidad que ya trabaja en la transformación de la educación para poder transformar la sociedad.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional