La Arquidiócesis de Caracas confirmó que los restos exhumados el lunes 26 de octubre pertenecen al doctor José Gregorio Hernández, conocido como médico de los pobres y apóstol de la paz.
La información la dio a conocer la Arquidiócesis a través de un video publicado en su cuenta en Twitter, luego de 2 dias de trabajo.
El cardenal Baltazar Porras, administrador apostólico de la Arquidiócesis de Caracas destacó la labor de los médicos forenses que ejecutan la exhumación y se mostró conmovido por la ratificación de que los restos corresponden al Siervo de Dios.
«Sentí una enorme emocion cuando vi el trabajo que estan, en primer lugar, realizando con profesionalismo, llenando los protocolos del Vaticano y de la ciencia médica forense, y en segundo lugar cuando ellos dijeron que sienten que son auténticos los restos del doctor Jose Gregorio Hernández», manifestó.
Asimismo el cardenal señaló que la muerte del venerable se estima fue instantánea, esto debido a que se halló parte de la mandíbula y del cráneo destrozados.
«Se encontró que la mandíbula y parte de la cara están destrozadas. Esto, sería por la caída que tuvo, por lo que su muerte tuvo que haber sido instantánea. Lo entierran porque se fracturó el cráneo y eso se ve perfectamente», detalló.
Por otro lado, indicó que el próximo sábado esperan entregar el informe de la exhumación a las autoridades del Vaticano, así como las reliquias.
¿Quién fue José Gregorio Hernández?
La ceremonia de exhumación se llevó a cabo en el aniversario 156 de su nacimiento. De acuerdo con una breve biografía compartida por la Arquidiócesis de Caracas, José Gregorio Hernández nació el 26 de octubre de 1864 en el seno de la familia de Benigno Hernández y Josefa Cisneros, en la localidad de Isnotú, en el estado occidental de Trujillo. Tuvo cinco hermanos.
Aunque quería ser abogado, su padre lo motivó a estudiar medicina. Se graduó en Caracas a los 23 años “con las mejores notas y los mayores honores”.
Luego fue enviado por el gobierno venezolano a estudiar en Francia y Alemania, de donde llevó a su país los mayores adelantos científicos y modernizó la medicina local. De hecho, a su retorno, se convirtió en profesor universitario, “incluso de sus propios profesores”, por ser el único que conocía el manejo de los nuevos instrumentos médicos.
Como médico, atendía a todos, con una caridad que la Arquidiócesis de Caracas describe como “inagotable”: “A los que no podían pagar los recibía, atendía gratis y hasta les daba dinero para que compraran la medicina. A todos los pacientes les aconsejaba y les hablaba de Dios. Eso lo hizo muy cercano a los enfermos”.
Ofreció a Dios su vida a cambio de la paz y el fin de la guerra. Un día después de la firma del tratado de paz en Versalles, el 29 de junio de 1919, aproximadamente a las 2:00 pm, fue atropellado por un carro en la zona de La Pastora, en Caracas. Poco después, murió a causa de un impacto que sufrió en la cabeza con el borde de una acera, tras trastabillar por el impacto y caer.
Fue declarado Venerable en 1986, por el entonces papa Juan Pablo II.
El primer milagro
En la ceremonia de exhumación celebrada este lunes en Caracas estuvo presente Yaxuri Solórzano, conocida como “la niña del milagro” que impulsó su beatificación.
El 10 de marzo de 2017, Solórzano, entonces de 10 años, recibió un disparo de escopeta con múltiples perdigones detrás de la oreja derecha. Viajaba en moto con su padre y unos delincuentes pretendieron robarlos. El hecho ocurrió cerca de donde vivían, en el estado Guárico.
Desde el comienzo llamó la atención que, pese a que, según el parte médico, había tenido una “marcada pérdida de masa encefálica, de sangre y huesos”, la niña ingresara al primer centro de salud en el que estuvo –de varios que tuvo que visitar para ser operada, por falta de neurocirujanos–con una escala de conciencia estable.
Mientras era operada, un día después del accidente, su madre imploró a José Gregorio Hernández su intercesión ante Dios por la salud de su hija. Ella dice que sintió una mano sobre su hombro y una voz que le decía: “¡Todo saldrá bien!”.
Su recuperación fue satisfactoria. Transcurridos 20 días después de la intervención, le dieron de alta. A juicio del neurocirujano que la operó, el milagro comenzó a evidenciarse cuando a la semana de su egreso, la niña caminaba “sonriente y sin preocupaciones”. Se esperaba que, de sobrevivir, quedara con discapacidad motriz, lingüística, pérdida de memoria y visión. Nada de eso sucedió.