En la imagen de 2017, preside la mesa de reuniones el hoy coronel Antonio José Pérez Suárez quien, observado por los otros militares sentados a su derecha, habla mirando hacia un lado de la cámara. Al fondo se ven gigantografías de Hugo Chávez, del rostro de Bolívar recreado por el chavismo y de Nicolás Maduro.
En segundo plano, sentado en la esquina inferior de la mesa, y vistiendo chemise azul y zapatos deportivos, destaca otro oficial que sostiene una mirada escrutadora sobre su compañero de armas. Se trata de Igbert Marín Chaparro, militar de la misma promoción que el orador y quien, también ahora, en 2023, lleva casi cinco años preso en la temida sede de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim) en Caracas, un lugar conocido por las brutales torturas y otros malos tratos que viven los detenidos.
La foto podría haberse convertido en una gigantografía por sí misma, con propósito de escarmiento para potenciales disidentes. Tomada un año antes de la detención de Marín, aleccionaría sobre cómo la caída en desgracia puede alcanzar a cualquiera, a semejanza de las imágenes del periodo estalinista de la extinta Unión Soviética en las que los disidentes del partido (o del dictador) eran borrados de las gráficas oficiales.
Pérez Suárez y Marín Chaparro pasaron a representar las dos caras de la moneda, no solo de su promoción, sino de la institución armada. Una bifurcación que traspasa los cuarteles y se extiende por el país. La imagen refleja los destinos opuestos que transitan los que la revolución etiqueta como “leales” o “traidores”.
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Pérez Suárez, número 114 en el escalafón académico entre un total de 158 miembros de su promoción, y considerado hasta hace poco -acaba de ser defenestrado- como uno de los hombres más poderosos dentro de la petrolera estatal Pdvsa; Marín Chaparro, por su parte, no solo fue el número uno de la misma promoción, la Coronel Miguel Antonio Vásquez, sino el oficial con las mejores calificaciones en la historia de la Academia Militar de Venezuela, por sobre Marcos Pérez Jiménez o Guaicapuro Lameda, y se mantiene en una huelga de hambre desde el pasado 22 de noviembre para exigir que se respeten sus derechos humanos en prisión.
Son dos realidades que reflejan la encrucijada que tarde o temprano se les presenta a militares y civiles en la sociedad diseñada por la autodenominada Revolución Bolivariana.
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Por Carlos Crespo