Pedro R., un hombre de 49 años, se prepara para sumergirse en el mar, frente a Boca del Río, en la Península de Macanao, porción occidental de la isla de Margarita. Lleva un esnórquel y dos chapaletas remendadas con alambres y pegamento. Es un buzo improvisado, padre de dos hijos, que practica la pesca gracias a la fuerza y el aguante de sus pulmones. Con la respiración contenida alcanza el lecho marino. En brazadas lleva la cuenta de cuánto ha bajado. Sabe que el límite que resiste está en 10 brazadas, justo para tocar fondo.
Una vez en el fondo, remueve la arena con las palmas de las manos para localizar su objetivo. Vuelve a la superficie. Flota unos segundos y toma aire por el deteriorado esnórquel. Se vuelve a hundir. Repite el esfuerzo hasta 50 veces al día para ganarse la vida. Pedro R. le debe su sustento actual a una presa: el pepino de mar, un invertebrado marino de aspecto repugnante, con forma cilíndrica y alargada, como un gusano recrecido, de textura babosa y color pardo-verduzco. Para terminar de describirlo, basta decir que una de sus especies más cotizadas, Holothuria mexicana, se conoce también como Mojón de burro. Este animal de la clase Holothuroidea resulta crucial para la conservación de los ecosistemas marinos porque recicla nutrientes, airea el sedimento, controla la acidez del agua y asimila la biodiversidad. Pero en ciertas latitudes asiáticas se le considera un manjar exquisito. Así que con el frenético crecimiento económico de esa región, su demanda menoscaba y sigue amenazando a las poblaciones de pepinos de mar en todos los océanos, incluyendo las sagradas inmediaciones de las islas Galápagos en Ecuador.
Que el pepino de mar esté en veda permanente en Venezuela desde hace 27 años y que su pesca mutile el medio ambiente son detalles que no han detenido al régimen de Nicolás Maduro, que se propone ahora satisfacer el apetito de los consumidores en China, al tiempo que generar nuevos ingresos para las arcas del Estado, maltrechas tras el colapso de producción de la industria petrolera y del efecto de las sanciones internacionales. Las holoturias -como también se conoce a estos seres en ámbitos científicos- se incorporaron así a la misma cesta donde están el oro, el coltán y la chatarra, entre otros rubros de exportación que el gobierno fomenta para cuadrar las cuentas.
“Las poblaciones de pepinos de mar están sometidas a una intensa presión pesquera en todo el mundo. La mayoría de las especies comerciales de alto valor se han agotado”, alertaba la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) en un informe de 2009. Otro reporte de 2015 encontró que los países exportadores de pepinos de mar pasaron de 35 a 83 entre 1996 y 2011. Pero solo nueve de esos países habían logrado su reproducción en criaderos: Tanzania, Sri Lanka, Indonesia, Malasia, Madagascar, Arabia Saudita, Nueva Caledonia y Vietnam. La ola expansiva de la voracidad por los pepinos de mar en mercados asiáticos también alcanzó a la isla de Margarita, meca turística sobre el Caribe del estado Nueva Esparta, al noreste de la tierra firme venezolana. Y el requerimiento chino, sobre todo, cambió la vida de los pescadores locales, a unos 14.000 kilómetros de Beijing.
Por Isayén Herrera
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