1. Muchos líderes cometen el error de creer que todo proceso político, o de cambio de gobierno, debe pasar obligatoriamente por ellos como protagonistas principales: “Si no soy yo, pues entonces que venga el diluvio”.
2. Para lograr su objetivo, reprimen, manipulan, mienten, destruyen a quienes se le oponen, hacen promesas y juramentos que no pueden cumplir. Y justo eso es lo que ha ocurrido en Venezuela: el diluvio en el gobierno, el diluvio en los partidos, el diluvio en la oposición, el gran diluvio de un país entero, y con el Arca de Noé aún sin aparecer.
3. Si algún político no garantiza un cambio dentro de los parámetros permitidos por las crudas realidades (porque así lo enseña la historia del poder en el mundo), lo mejor que puede hacer por el país es actuar con humildad, con desprendimiento, con espíritu democrático verdadero, y -por tanto- decidido (a) a pasarle el relevo a quién sí pueda garantizarlo. Eso es lo correcto, lo honesto, lo que realmente importa.
4. Hoy lo importante en Venezuela no es quién lo va a hacer sino que se haga. Y lo único que cabe hacer es una transición electoral, pacífica y consensuada con el gobierno (lo cual exige que el gobierno confíe en los principales actores, especialmente el candidato presidencial) para lograr una normalización democrática en las instituciones del país, la reconciliación de todos los venezolanos, y comenzar la reconstrucción acelerada de la economía de Venezuela en santa paz política y social. Esa sola tarea consumirá los 6 años del periodo presidencial. Lo demás es fantasía.
5. Esa transición es lo que está en juego, y es lo que exigen las grandes mayorías, incluidos los venezolanos de la diáspora (a 96% de éstos, por cierto, les importa un bledo las primarias opositoras, o sea, no es verdad que esas primarias validarán el liderazgo de las grandes mayorías que se oponen al gobierno).
6. Es hora de cambiar paradigmas, y antes que sea demasiado tarde. La buena noticia es que el cambio es gratis. No hay excusas. No sigan prolongando la agonía de un país motivados por vanidades exacerbadas y protagonismos mesiánicos. Un poco de vergüenza no está demás.