VENEZUELA

A seis años de las protestas del 2014 hablan las víctimas del régimen

por Avatar Erika Hernández

El 12 de febrero de 2014 marcó el inicio de una serie de protestas que perduraron en el país por varios meses y que cambiaron la vida de miles de venezolanos. Muchos arriesgaron sus vidas y dieron su libertad por un mejor futuro para Venezuela. Algunas de las víctimas, presas del régimen de Nicolás Maduro, hablan a seis años de estos hechos olvidados por la nación que defendieron.

Recluidos en cárceles como presos comunes, heridos en las manifestaciones y asediados por los organismos de seguridad del Estado, Airam De Araujo, Betania Farrera, Ignacio Porras, Miguel Gomes y Kerwing Hernández revivieron una vez más en entrevista con El Nacional todas las experiencias que marcaron sus vidas luego de enfrentar los riesgos de defender a Venezuela.

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Momento cuando Robert Redman ayuda a auxiliar a Bassil Da Costa | Foto Cortesía

“Ese día entendí que todo había comenzado”

Las protestas de 2014 comenzaron en Caracas el 12 de febrero, luego de un llamado a las calles realizado por el líder político opositor Leopoldo López con motivo a la celebración del Día de la Juventud. En el estado Táchira, sin embargo, las manifestaciones ya tenían dos semanas.

Aunque todo empezó ese día con una concentración pacífica hasta la sede del Ministerio Público, en Parque Carabobo, esa jornada quedaría marcada en la historia con la muerte de los estudiantes Bassil Da Costa, Robert Redman y el colectivo Juan Montoya.

“Como a las 2:00 pm o 3:00 pm los que aún permanecíamos en el Ministerio Público escuchamos el rumor de que habían herido a uno de los estudiantes. Era Bassil Da Costa. Después de que esto se supo, la gente se enardeció y desde la terraza de la Fiscalía comenzaron a lanzar objetos a los que protestaban lo que ocasionó aún más descontento. Los manifestantes tiraron piedras hacia el edificio, rompieron uno de los vidrios y tumbaron un portón”, relató Kerwing, quien para ese entonces tenía 27 años de edad y era estudiante de Comunicación Social en la Universidad Santa María.

En ese mismo lugar se encontraba Airam, estudiante de Ingeniería Civil en la Universidad Santa María y que en ese momento tenía 23 años de edad. “Me quedé hasta que rompieron uno de los vidrios del ministerio y en ese momento comenzaron a llegar motos de la GNB, camionetas del Cicpc y los colectivos”, indicó.

“Corrimos y pasamos por delante de una cancha. El miedo era tan terrible que mucha gente se metió allí y a mí me tocó entrar y explicarles que era un sitio sin salida donde no se podían resguardar. Me tocó hacerles entrar en razón porque no podía dejarlos allí y lo que yo veía, ellos no lo hacían porque estaban aterrados. Gran parte de las personas salieron de ese sitio. Logramos salir y llegar a casa. Ese día entendí que todo había comenzado”, señaló Airam.

Para Miguel, de tan solo 19 años de edad en ese momento, la experiencia del 12 de febrero fue mucho más intensa. Le tocó cargar y ver morir a Juan Montoya, uno de los colectivos que se encontraba en el sitio y quien resultó víctima de una bala disparada por organismos de seguridad.

“Mi primer pensamiento fue correr, montarlo en el carro porque venían los colectivos y estaban disparando a todos lados, pero falleció antes de subirlo a un vehículo”, relató.

Pero Miguel también presenció la muerte de los estudiantes Bassil Da Costa y Robert Redman

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Miguel Gomes presenció la muerte de los estudiantes Bassil Da Costa y Robert Redman | Foto: @jdropped

“Bassil fue difícil de ver; éramos un grupo de 20 a 30 personas y en una de las transversales, por la parte de arriba del TSJ, comienzan a dispararnos de frente y nos tocó devolvernos corriendo a otra de las transversales. Allí había más policías que dispararon contra el grupo y fue entonces cuando cayó Bassil de espalda. Y Redman fue en Chacao. A él lo venían persiguiendo desde temprano y en la noche unos motorizados se bajaron de su motos y lo mataron a quemarropa”, expuso Miguel.

A Betania, de 22 años de edad, estudiante de Educación Especial en el Pedagógico de Caracas, le tocó pasar por una situación similar. Después de huir a Chacao y llamar a una amiga que residía en la zona, militares de la GNB lanzaron bombas lacrimógenas contra el apartamento e incluso rompieron uno de los cristales. 45 minutos después salió de la residencia y muy cerca, en una esquina, se encontraba el cuerpo de Robert Redman.

“Eso me motivó aún más, yo estaba muy indignada porque cómo era posible que nos estuvieran asesinando por protestar. Me lo tomé muy personal porque ese muchacho pudo haber sido yo. A partir de ese momento no paré y seguí en las calles”, confesó.

Para Airam De Araujo, la muerte de estos jóvenes le resultó muy dolorosa. “La muerte de Bassil Da Costa y Robert Redman, esa curiosa situación que uno cargó al otro y luego más adelante lo asesinaron, eso me generó mucho dolor. La violencia en la calle, el ver que los oficiales nos odiaban y nos tenían tanto miedo al mismo tiempo, eso me marcó”, precisó.

Ya en casa ese día, Kerwing se dio cuenta del riesgo que enfrentaba. “Me di cuenta del problema en el que me había metido, porque allí nadie está preparado para lo que pueda pasar realmente. Nadie tiene cómo enfrentar a la GNB o a la PNB; además, todos estábamos con la cara descubierta y saliendo en televisión. Pero ya yo me había decidido y no había vuelta atrás”, dijo.

En el caso de Ignacio, su lucha comenzó en 2002 luego de que a su padre, quien era gerente en Pdvsa, lo despidió el fallecido presidente Hugo Chávez en plena cadena nacional antes del paro petrolero de ese año.

“A él lo botaron de Pdvsa en el grupo de directivos que Chávez botó en una cadena nacional antes del paro en 2002. Recuerdo que mi papá cobraba y 75% del sueldo iba a la caja de ahorros. Él vivía con 25%. Aún le deben más de 3,4 millones de dólares, sin calcular intereses. Esa plata se la robó el gobierno. Por eso y más siempre he estado en protestas. Me gustan las cosas bien hechas, la justicia. En 2014 me tocó colaborar, ayudar, organizar, ayudar a los chamos más jóvenes, dándoles ideas”, manifestó.

“Los momentos que más te marcan son aquellos en los que palpas el miedo”

Después de lo ocurrido ese día, las manifestaciones en Caracas y otros estados del país se intensificaron. “Se hicieron mucho más frecuentes, prácticamente diarias o interdiarias. Cada día había más heridos, más presos políticos y la impunidad era terrible. La escasez de la comida e insumos se agudizó y eran más motivos para protestar”, explicó Kerwing.

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Estudiantes improvisan maneras de lanzar las piedras desde lejos para defenderse de los guardias nacionales | Foto AFP

Todos coinciden en que a medida que transcurrían los días, los manifestantes se convertían en un grupo más unido que calificaron como una familia.

“Fueron momentos increíbles y no los cambiaría nunca por otra cosa, ni los hubiese dejado de hacer, conocí gente increíble que hoy en día constituye mi familia”, aseguró Miguel.

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Miguel Gomes reta a la ballena en una protesta en Caracas | Foto Cortesía

Para mantenerse activos en la calle, contaron con mucho apoyo y donaciones anónimas de la sociedad civil. “Nos traían insumos como guantes de carnaza, máscaras, comida. También nos daban insumos médicos y medicinas. Mujeres de alto poder adquisitivo nos apoyaban, incluso, con resguardo, eran como mamás para algunos de los jóvenes que venían del interior del país”, detalló Kerwing.

Aunque afirman que el miedo no estaba presente casi en ningún momento, reconocen que en algunas ocasiones fue imposible no sentirlo.

Los momentos que más te marcan son aquellos en los que palpas el miedo. Uno de los más fuertes fue cuando Miguel Gomes me llamó a la 1:00 de la mañana y me dijo que necesitaba que lo fuera a buscar rápido a Chacao. Yo no tenía carro para ir, pero moví todos los hilos y contactos para que lo resguardaran. Otro día me llamó también en la tarde y me dijo que lo tenían acorralado y de una vez me fui a buscarlo y junto a él rescaté como a otras 25 personas. Yo lo adopté como si fuera mi hijo, y me aseguré de que tuviera toda la atención médica posible, pero él era algo cabeza dura”, relató Airam.

A Miguel le partieron el brazo en 10 pedazos con una bomba lacrimógena que lo golpeó directamente. Le dieron con una metra en el pie, que entró desde los dedos hasta el talón y se partió la cabeza con una tanqueta. También recibió perdigonazos, metras en otras partes del cuerpo y reiterados golpes de bombas lacrimógenas.

A pesar de tener el brazo fracturado nunca dejo de protestar | Foto Cortesía

Las heridas son lo de menos. Cuando uno sale a protestar va bajo el riesgo de todo. Sabes cómo sales, pero no cómo regresas. No hay miedo, eso no existe. Vas para adelante contra lo que venga”, aseguró.

La PNB disparaba a quemarropa | Foto Cortesía

Betania coincide en que el miedo desaparece cuando la adrenalina comienza a surgir. “Yo sentía que no importaba que me mataran porque yo estaba luchando por la libertad, por las injusticias. Éramos estudiantes y no unos asesinos. El 14 de febrero me senté en plena autopista con un libro y escribí: esta es mi arma. Allí me senté en medio de la barricada de la GNB y PNB”, dijo.

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«Éramos estudiantes y no unos asesinos». | Foto Agencias

A partir del 1° de abril de 2014, un grupo de estudiantes se instaló para acampar de forma permanente en la plaza Alfredo Sadel. Betania formó parte de ellos y lo describe como una experiencia muy significativa que marcó su vida.

“Me comentaron del campamento de la plaza Alfredo Sadel. Se montó luego del 1° de abril y el día 2 ya yo estaba allí participando. Me quedé hasta el 26 de abril, el día de mi detención”, agregó.

“A un animal no se le hace lo que nos hacían a nosotros allí dentro”

Desde el comienzo de las protestas en 2014, Ignacio participó activamente en todas las manifestaciones. Especialmente en los alrededores de Chacao donde se encuentra su residencia.

El 22 de abril, a las 2:00 am, organismos de seguridad del Estado realizaron un allanamiento a la vivienda de Ignacio, y se lo llevaron detenido junto con su pareja para ese momento, Marlyn Márquez.

Ignacio Porras perdió más 50 Kgs de peso durante su detención ilegal | Foto Cortesía

“Nos tocan la puerta a las 2:00 am y pensamos que no pasaría nada, pero la verdad fue que ese momento cambió nuestras vidas. Es muy duro. El allanamiento comenzó a esa hora y se extendió hasta las 7:00 am. La orden de allanamiento estaba vencida, no coincidía con los nombres, cuando llamo a mi abogado para que esté presente en el allanamiento, a él también se lo llevan preso”, relató Ignacio.

Su abogado resultó ser Marcelo Crovato, quien estuvo privado de libertad por un año y actualmente se encuentra en el exilio, viviendo en España.

Desde su casa lo trasladaron hasta el BAE de San Agustín y de allí a la sede del Cicpc en la avenida Urdaneta donde lo presentaron en una rueda de prensa dirigida por el ministro de la Defensa en ese momento, Miguel Rodríguez Torres.

“Frente a nosotros colocaron una mesa con pistolas, armas, granadas y municiones. Una periodista de VTV le preguntó al ministro que si esas armas las encontraron en mi casa, a lo que Rodríguez Torres respondió: “Hasta los momentos no hemos encontrado armas, pero en los próximos días las vamos a encontrar”. Fíjate en la contradicción tan fuerte. Mis abogados intentaron usar eso a mi favor, pero de nada sirvió. Fueron hasta Conatel para pedir una copia de esa rueda de prensa y se las negaron. Era o te ponen preso o te ponen”, indicó.

El 28 de abril lo enviaron finalmente a la cárcel de El Rodeo, en el estado Miranda, mientras que a su pareja la trasladaron al Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF), la prisión de mujeres ubicada en Los Teques.

“Al llegar a El Rodeo lo primero que pasó por mi mente fue ‘no voy a morir aquí’”, aseguró. En la cárcel no solo le tocó compartir celda con presos comunes, sino con delincuentes reconocidos por cometer crímenes atroces.

“Estuve con Joao de Goveia, el que disparó en Altamira. También con los que mataron a Mónica Spears y estando allí, a los 20 días asesinaron a quien fue el autor de ese hecho. Compartí también con el loco Barrera, el loco Fidel, los sanguinarios de Oriente, el monstruo de Quíbor”, aseguró.

Considera que la experiencia dentro de la prisión es una de las más difíciles que le tocó vivir. “Siempre me ha gustado mucho el mundo de la aventura, la selva; he estado, incluso, en el Amazonas tres meses. Si me lanzas en el Amazonas sin nada yo soy feliz, pero en un penal es la situación más dura que alguien puede vivir. Yo quisiera que las personas que me pusieron allí dentro pasaran como castigo solo un mes”, dijo.

Debido a la escasa alimentación, Ignacio perdió 60 kilos durante el año que estuvo recluido en El Rodeo. “A veces me decía a mí mismo, ‘mi perro come mejor que yo’. A un animal no se le hace lo que nos hacían a nosotros allí dentro. La vida allí no vale nada”, reveló.

Considera que pudo sobrevivir porque los presos al igual que él rechazan al gobierno. “Ellos, porque el gobierno quiere manipular sus negocios, y yo, porque el gobierno quiere manipular mi vida”, dijo.

El miedo no era una opción y confiesa que lo más difícil de estar encerrado es ver la tortura a la que someten a los familiares de los reclusos.

Durante su estadía en el penal hubo un motín, uno de los momentos más complicados que atravesó en el tiempo que estuvo en prisión.

Me tocó hacer cosas dentro para sobrevivir que nunca pensé que haría. Se trata de sobrevivir, eres tú o son ellos”, señaló.

Luego de un año en la cárcel y sin haber siquiera asistido a una audiencia de presentación, decidieron darle casa por cárcel debido a una afección cardíaca que padecía. Luego de cuatro años y medio obtuvo la libertad bajo régimen de presentación.

“Me metieron en la celda y sentí un miedo que te cala los huesos”

El 26 de abril de 2014 se realizó una marcha desde lCiudad Universitaria hasta Chacao. Luego, muchos de los que participaron en esta actividad decidieron caminar hasta Santa Fe, donde fueron sorprendidos por una fuerte barricada de la GNB.

Ese día, 18 personas, 10 adultos y 8 menores de edad, fueron aprehendidas en el sector El Güire.

La primera detenida resultó ser Betania. “Yo estaba muy adelante y no tuve para dónde correr, y es allí cuando me agarran. Me quitaron la máscara y me dieron con el radio en la boca. Me decían ‘maldita, te vas a morir, a ella me la desaparecen’, pero en ese momento periodistas me tomaron fotos. A 600 metros de ese lugar me bajaron y dijeron: ‘te salvaste por las putas fotos, maldita, pero vas a ir a las grandes ligas’, luego me llevaron al centro de detención”, indicó.

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Momento de la Detención de Betania | Foto Horacio Siciliano @hsiciliano

En el mismo lugar se encontraba Airam, que tras separarse momentáneamente de Kerwing, fue acorralada por la GNB en uno de los callejones. Allí se encontró con un hombre que la amenazó con un machete y para salvar su vida se entregó a los funcionarios.

“La GNB me agarró y me bajó a empujones hasta que me montaron en una de las motos. Yo nunca bajé las manos, siempre las mantuve arriba. El oficial a cargo me golpeó en la cabeza con una cantimplora y me abrió una herida. Luego me llevaron a un centro de detención donde ya estaba Betania”, relató Airam.

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«Yo nunca bajé las manos, siempre las mantuve arriba» | Foto Agencias

Kerwing, por su parte, sufrió un desmayo y luego también fue perseguido por la GNB, aunque logró escapar. “Me cargaron y veía todo en cámara lenta como borroso. Me llevaron a una zona segura y ahí me enteré de que habían agarrado presa a Airam. Estaba desesperado, pero no me dejaron hacer gran cosa. Después me di cuenta de que hacía más por ella desde afuera porque de igual forma no podría estar directamente a su lado. Pensé que podían matarla, que podían violarla o secuestrarla”, indicó.

A Betania y Airam las trasladaron al Fuerte Tiuna para luego ser presentadas en el Palacio de Justicia el día 29 de abril. Allí les dictaron privativa de libertad y ordenaron que las mujeres fueran enviadas al INOF y los hombres, a la cárcel de Tocorón.

“Recuerdo la mirada vacía y de incertidumbre con la que me vio mi tío, quien era mi abogado, al igual que los abogados del Foro Penal. Todos tenían la misma mirada desolada. Eso me impactó mucho”, manifestó Airam.

Betania se sintió de manera similar. “Uno siente como si está cayendo en un hoyo sin salida”, reveló.

Esa misma noche las llevaron hasta la cárcel de mujeres, donde comienzan a tratarlas como presas comunes.

“Lo primero que hacen es quitarnos la ropa y darnos un uniforme fucsia, pero antes nos revisan las partes íntimas con una linterna. Cuando la GNB nos entrega a la custodia, nos graban y obligan cantar la canción patria, patria querida. Luego nos hacen realizar orden cerrado. A mí me mandaron a resguardo externo y a Airam para resguardo interno. Nos dijeron que no tuviéramos contacto con la población, que es donde están las delincuentes más pesadas”, relató Betania.

Mientras Betania se enfocó en mantenerse fuerte, Airam se desmoronó al enfrentar la realidad de lo que estaba sucediendo. “Me metieron en la celda y sentí un miedo que te cala los huesos. No sabes lo que te depara detrás de esa puerta, si te van a golpear o violar, no lo sabes. Pero me topé con una imagen totalmente diferente a lo que esperaba. Había cinco mujeres, todas sentadas en el piso, cociendo”, relató entre lágrimas.

Luego de casi cinco días sin poder asearse, Airam pudo ducharse gracias a la colaboración de las reclusas que le proporcionaron artículos de higiene.  “Fue uno de los baños más maravillosos de mi vida, sentí que con el agua se me diluían diez 10 mil millones de problemas. Es un poco complicado porque dentro de lo que cabe me sentí segura, fue como ‘vamos a soltar todos los problemas y vamos a ver cómo fluye’”, señaló con la voz entrecortada.

Describen el proceso de adaptación dentro de la cárcel como entrar a una sociedad totalmente nueva y desconocida, con mucho más reglas de las que existen en el exterior. “Tienes que adaptarte y olvidar todo lo que conoces hasta ese momento”, precisó Airam.

Para pasar el tiempo dentro de la prisión, las jóvenes se apuntaron a diversas actividades. Mientras que Airam se enfocó en la música y decidió aprender a tocar el violín para la orquesta sinfónica del INOF, Betania se decidió por el deporte y con aprobación de las autoridades decidió formar un equipo de kickimbol.

Aunque las primeras semanas transcurrieron sin mucha novedad, un motín ocasionó que el ambiente en la cárcel se tornara mucho más hostil. Eliminaron los resguardos, las actividades, las visitas y las llamadas, además, tuvieron que presenciar cómo las reclusas eran víctimas de maltratos.

Airam y yo teníamos mucho miedo, pero me mantuve fuerte hasta el último día”, manifestó Betania.

“Necesitaba a mi familia para conectarme con la energía, para sentirme viva. Me pegó mucho estar separada de ella porque era una persona muy familiar. Mi miedo era estar allí mucho tiempo porque poco a poco la mente se te va muriendo ya que te acostumbras a una rutina muy básica en la que no pones el cerebro a trabajar”, agregó Airam.

Después de estar más de 30 días en prisión, finalmente las jóvenes lograron salir en libertad luego de que sus padres pagaron una fuerte suma de dinero.

«La primera persona que vi fue a mi papá, corrí y lo abracé» | Foto Cortesía

El día que salimos, ese fue el día más feliz de mi vida. Nos saltaron como a las 9:00 pm y afuera había un montón de gente gritando nuestros nombres con pancartas. Yo salí corriendo y abracé a mi mamá. Todo pasó muy rápido”, indicó Betania.

“La primera persona que vi fue a mi papá, corrí y lo abracé. Fue maravilloso, fue un abrazo que te llena mucho de paz y seguridad porque finalmente estás protegida. Llamé por teléfono a mis amigos. En casa de mi padrino estaba mi familia y amigos cercanos con una fiesta de bienvenida, fue agradable sentirme segura de nuevo”, manifestó Airam.

“Reinsertarse a la sociedad es más complicado que adaptarse a la cárcel”

Muchos pensarían que la pesadilla acaba luego de dejar la prisión; sin embargo, estas jóvenes confiesan que el shock psicológico por dejar las celdas es más complicado de lo que parece.

La estadía en la prisión te marca tanto que reinsertarte en la sociedad es más complicado que adaptarse a la cárcel. Al salir yo sentí que parte de mi cerebro estaba muerto y solo estuve 34 días en prisión. Me costaba mucho encontrar las palabras adecuadas y tener raciocinio. Estuve con psicólogos durante dos años y aún después seguía yendo a terapia. A dos años después de mi liberación, aún había secuelas”, señaló Airam.

Para Betania, quien asegura que se mantuvo fuerte durante los días que estuvo en la cárcel, volver a la sociedad la llevó a desmoronarse. “Al salir de la prisión tuve una pérdida de memoria de casi 70%. Caí en el alcohol durante seis meses, no solo bebía cada día, me emborrachaba todos los días. Eso fue lo más difícil de la depresión y del estrés postraumático. Para adquirir esa experiencia nueva, mi cerebro bloqueó mi aprendizaje y mis experiencias del pasado. Recuperar la memoria me costó un montón, pero con ayuda del psicólogo pude salir adelante en año y medio”, reveló.

El asedio por parte del régimen se mantuvo

A pesar de que transcurrió el tiempo, el asedio por parte de los organismos de seguridad del Estado continúo para todos.

El Sebin me estuvo siguiendo por lo menos por seis meses, estaban en todos los lugares a los que iba. Eso también fue duro porque me sentía vigilada y era muy complicado hacer vida normal siendo perseguida política”, indicó Airam.

En septiembre de 2016, Kerwing es víctima de un secuestro por parte del Sebin. “Estaba llegando al hospital Domingo Luciani a visitar a un familiar cuando una patrulla machito blanca, con cinco funcionarios con chaquetas del Sebin, me agarraron por la fuerza y me colocaron una capucha. Me golpeaban en la cabeza, en las costillas y en las piernas, pero nunca en la cara. Me dieron vueltas por la ciudad por casi dos a tres horas y me preguntaban por mis amigos. Me amenazaron con matarme a mí y a mis amigos. Me soltaron cuando aún era de día”, contó.

Esta situación lo obligó a ponerse en resguardo y le generó mucho temor.  “Tenía pesadillas. Me despertaba en la madrugada pegando gritos, desesperado y llorando. Estaba obsesionado con que me estaban siguiendo. Fue uno de los momentos más terribles por los que he pasado en mi vida; yo pensé que me iban a matar. El funcionario me lo dijo tantas veces que yo me lo creí”, agregó.

Kerwing también se vio en la obligación de asistir a terapia para poder retomar su vida normal. “Esa experiencia marcó mi vida, cambió mucho mi manera de pensar. Ahora soy más radical en las decisiones que tomo en general”, señaló.

Miguel también sufrió el asedio. “Yo vivía en hoteles y teníamos que cambiarnos de lugar cada tres días; era bastante complicado el asedio policial. Mi cabeza tenía un precio y se pagó ese precio”, expresó.

Fue tanta la persecución por parte de los organismos de seguridad que Airam, Betania y Miguel decidieron salir del país.

“Hoy día estoy fuera por culpa de las amenazas, de los colectivos, de la dictadura. No pude terminar la universidad, estoy sin mi familia y amigos”, manifestó Betania.

“Participar en las protestas resultó ser de las mejores experiencias que viví en mi vida”

Si en algo coinciden todos los testimonios es en que, pese a los inconvenientes, no se arrepienten de las situaciones que les tocó vivir.

“Aprendí el significado de familia, de los amigos. Participar en las protestas resultó ser de las mejores experiencias que viví en mi vida. Soy una persona totalmente diferente gracias a las protestas. Hoy soy quién soy gracias a todo lo que viví y a todas las personas que conocí; llegue a dónde llegué, gracias a todo lo que pasé”, apuntó Miguel.

“Así como me generó secuelas, también me dejó grandes aprendizajes. Me ayudó a valorar lo simple de la vida, lo efímera que es la vida y la libertad. Todos damos por sentada la libertad, pero en el momento en que te la arrebatan es cuándo aprendes a valorar las pequeñas cosas como el agua, la comida, una cama con unas sábanas y cobijas, tener ropa con que vestirte y escoger. No tener que usar un uniforme fucsia que te hace lucir igual que los demás. Ellos te quitan la identidad, te la roban”, enfatizó Airam.

“Que estés junto a alguien que no conoces, pero que sabes que al igual que tú está dispuesto a dar la vida por ti. Eso te marca mucho. Que aun cuando no te quedan fuerzas, tienes que cargar personas y llevarlas a un sitio seguro para que las atiendan y te devuelves para seguir luchando. Esto marca mucho. Esa experiencia marcó mi vida, cambió mucho mi manera de pensar. Ahora soy más radical en las decisiones que tomo en general”, expuso Kerwing.

“Mi vida cambió por completo. Yo era muy ingenua e inocente, y después de eso mi vida cambió. Todo han sido procesos, pero aquí estoy, me recuperé y sigo luchando”, destacó Betania.

“Aprendí que hay que luchar por vivir, luchar por los derechos para vivir dignamente. No me arrepiento de nada y repetiría todo otra vez de ser necesario”, concluyó Ignacio.