El ambiente de tensión en el Hospital Universitario de Caracas se percibe desde que se entra. Pancartas desplegadas a lo largo del pasillo principal se dedican a “alertar” contra las “batas blancas fascistas” o las “viudas de Médicos sin Fronteras”, en referencia a las voces que criticaron públicamente la reciente decisión de la directiva del centro asistencial de rechazar un donativo de insumos y medicamentos enviados por esa ONG.
La amenaza implícita en esos carteles es sin embargo solo una de las que preocupa al personal de salud en las concurridas instalaciones. “Ha habido casos en los que personas armadas irrumpen en quirófanos o en salas y se llevan los celulares y los objetos de valor”, cuenta M. R. (nombre en reserva por razones de seguridad), estudiante de enfermería de la Universidad Central de Venezuela que comenzó prácticas en la institución.
Los robos son precisamente una de las situaciones de violencia más frecuentes en los centros de salud venezolanos, de acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Hospitales, divulgada esta semana por la organización no gubernamental Médicos por la Salud, estudio que en su segunda edición tomó en cuenta datos provenientes de 40 centros de atención pública de todo el país, recopilados entre el 10 y el 16 de noviembre.
Los resultados del sondeo indican que 45,9% de los centros de salud consultados reportaron el robo como uno de los principales problemas de inseguridad. El médico infectólogo Julio Castro, integrante de la ONG responsable de la investigación, señala que esa situación muestra hasta qué punto han fallado las medidas adoptadas para prevenir el problema, entre ellas la militarización de los centros asistenciales. “Se supone que en los hospitales deberías garantizar un mínimo de seguridad tanto para los médicos como para los pacientes, pero no ocurre. Tenemos entonces que ellos se convierten en otra expresión de la inseguridad que se vive en las principales ciudades”, señala.
El problema de los robos se vive también con particular frecuencia en la Ciudad HospitalariaEnrique Tejera de Valencia, estado Carabobo, señala Ronnie Villasmil, presidente de la sociedad de médicos internos y residentes de esa institución. Considera que las características del recinto, con grandes espacios abiertos, lo hacen especialmente vulnerable a todo tipo de delitos, entre los que menciona hurtos de vehículos y robos a pacientes y personal. “La crisis económica hace que tengamos mucha gente que está en la indigencia y duerme dentro de las instalaciones. Los robos se han incrementado pese a la Guardia Nacional y la vigilancia interna”, señala.
La presencia de agentes de seguridad no parece suficiente para frenar la ola de delitos en los centros de salud. En varios de los pasillos del Hospital Universitario de Caracas se hacen notar los miembros de la milicia bolivariana, cuerpo que se desplegó en las instituciones asistenciales desde 2011 por decisión del entonces presidente Hugo Chávez como respuesta a una ola de hechos violentos que comenzaron a ocurrir en los hospitales. Los milicianos conviven con los vigilantes del hospital y con remanentes de otras medidas de prevención que alguna vez se implementaron pero que ahora parecen en desuso, como el detector de metales instalado en la entrada de la emergencia. “A los estudiantes nos suelen requisar los bolsos, pero eso no ocurre con personas que logran ingresar armas al hospital”, se queja M. R.
La encuesta registra que en Caracas fueron denunciados hechos de violencia en los hospitales Miguel Pérez Carreño, J. M. de los Ríos, Magallanes de Catia, Universitario de Caracas y Vargas. En instituciones de otras 15 entidades federales del país también se reportaron agresiones y otros problemas de seguridad.
Peligros en la emergencia. Los incidentes de violencia más frecuentes, según la encuesta, fueron atribuidos a pacientes o allegados de estos contra médicos, enfermeros y otros encargados de la atención hospitalaria, problema que se reportó en 62,15% de las instituciones donde se efectuó el estudio. Castro considera que ese tipo de situaciones está íntimamente relacionado con la escasez de medicamentos e insumos, lo cual hace difícil dispensar atención adecuada. “Los familiares reaccionan violentamente contra el personal médico y contra otros trabajadores de salud cuando se topan con la imposibilidad de solucionar su problema”.
Villasmil refiere que en la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera se registró un suceso de ese tipo hace poco, cuando en el centro pediátrico familiares de un niño agredieron a un residente. “Acudimos a un representante de la milicia para que nos auxiliara, pero dijo que ellos no estaban para defender a los médicos sino al pueblo, con lo que la situación se tornó más violenta”.
Roberto Briceño León, director del Observatorio Venezolano de la Violencia, relaciona el aumento de agresiones en los centros asistenciales con las precarias condiciones en que se prestan los servicios. “Los hospitales se han venido convirtiendo en espacios de violencia y eso tiene que ver con que el ejercicio dentro de ellos se convirtió en medicina de guerra”, señala.
Eso se debe, por una parte, a que a las emergencias son trasladados continuamente heridos de bala o por armas blancas que consumen buena parte de los pocos recursos. Pero también a un patrón que se repite en muchos casos: grupos delictivos llegan a las salas hospitalarias y, bajo amenaza, obligan al personal a atender a algunos de sus miembros. “Hay reportes de salas que son tomadas por bandas completas, que no dejan entrar ni salir a nadie mientras operan a uno de sus heridos”. En 46% de los centros encuestados se reportaron disparos.
Incidentes como esos también han sido encabezados por integrantes de cuerpos de seguridad: en 13% de los centros encuestados se reportaron hechos de violencia relacionados con ellos. Así ocurrió a principios de noviembre en el Hospital Manuel Núñez Tovar, en Monagas, cuando el personal denunció que un Cicpc había golpeado a una enfermera y amenazado con un arma a los médicos luego de que el intento de reanimar a uno de sus compañeros resultó infructuoso.
Miedo en los quirófanos. La amplia radiografía que ofreció la Encuesta Nacional de Hospitales también reveló enormes carencias de equipos, insumos y servicios, entre ellas que 95% de tomógrafos y resonadores de esos centros está inactivo y que 43% de los laboratorios no presta servicio. En materia de inseguridad reveló otro dato: el temor de médicos y otros miembros del personal de salud también se debe a la presencia de integrantes de colectivos y grupos paramilitares en los hospitales. En 8,1% de los centros consultados reportaron esa irregularidad.
El Hospital Universitario de Caracas es una de las instituciones donde eso ocurre, como puede constatar quien lo visite. Z. S. (nombre cambiado por razones de seguridad), residente de Medicina, describe la intimidación: “El hospital está prácticamente tomado por varios grupos de colectivos armados que nos impiden, bajo amenazas, que hablemos de la situación. Muchas veces no nos dejan ni siquiera entrar para hacer nuestro trabajo diario. De hecho, estos tipos te revisan el bolso, la cartera, lo que traigas, antes de dejarte entrar. Y muchas veces te escoltan, como si fueran unos guardaespaldas, hacia tu consultorio o hacia la salida”.
Briceño León afirma que en los hospitales se viven las consecuencias de una anomia: “Si no hay justicia, equidad o reglas, al final lo que impera es la fuerza o arbitrariedad; quiere imponerse el que tiene el poder”. Los médicos y el personal de salud se han convertido también en víctimas potenciales ante el colapso del sistema.
“Hoy da temor ejercer la medicina”
Feder Álvarez, secretario de Colegio de Médicos de Aragua
“Los médicos sufrimos ataques desde varios frentes, uno de ellos es el Estado. En los hospitales se vive persecución y miedo: no nos permiten trabajar en condiciones óptimas y se le niega el suministro de insumos a cada una de nuestras instituciones en los niveles de atención. Entendemos las frustraciones que pueden sentir los familiares de pacientes, porque nosotros somos los que estamos allí, dando la cara, y los que hacemos frente a todo lo que se vive en nuestras instituciones de salud. La gente se encuentra con un hospital prácticamente en ruinas y entonces nos toca a nosotros darles las noticias.
Los pacientes tienen que traer todo: los guantes, el kit de laparotomía, el tapabocas, el gorro, el cubreboca. Muchas veces las ampollas de medicamentos y antibióticos, así como los fármacos para administrar anestesia. Deben hacerse los exámenes de laboratorio afuera y practicarse por su cuenta estudios especiales como tomografías. La situación económica es crítica, y cuando llegas al hospital tienes que meter la mano en el bolsillo y salir a buscar en un mercado en el que tampoco es fácil conseguir cualquier cosa. Hasta una pastilla de acetaminofén puede costar casi el doble del sueldo mínimo. Enfermarse en este país es un problema: la gente tiene que decidir si come o compra la medicina para curarse.
Los médicos tenemos que recibir a diario la queja, la frustración de los pacientes y de sus familiares por las condiciones en las que se trabaja hoy en el sistema de salud pública; y allí estamos, dando la cara, porque el gobierno no está. También se ejerce violencia desde las instituciones estatales: desde el gobierno regional y nacional. Los médicos sabemos que cuando hacemos algún tipo de denuncia puede haber persecución o represalia en contra de aquellos que la formulan. En el estado Aragua hemos tenido este año no menos de seis detenciones de médicos en áreas de obstetricia, pediatría y neonatología por acusaciones, muchas de ellas sin fundamento alguno. Se ha acusado sin investigación veraz, oportuna, adecuada, sin derecho a la presunción de inocencia, y eso lo denunciamos: hoy da temor ejercer la medicina en nuestras instituciones; no solamente en las públicas, sino también en las privadas, que asimismo han sido golpeadas por la grave crisis humanitaria que vivimos.
Hoy más que nunca está puesta a prueba la vocación de los médicos venezolanos porque ejercer en estas condiciones es extremadamente difícil. Los médicos ejerciendo somos muy vulnerables. Estamos desnudos porque terminamos pagando los platos rotos del fracaso del gobierno en materia de salud pública, porque no hay ministros, presidentes, gobernadores ni alcaldes asumiendo la responsabilidad, sino simplemente venezolanos que están allí dando la cara y que siguen creyendo que su trabajo puede contribuir con este país”.
“Tuve que desincorporarme por las amenazas”
G. M., residente de Medicina Interna
“La violencia afecta mucho mi ejercicio como médico. La inseguridad no es solo física, sino también laboral y legal debido al déficit de insumos en nuestros hospitales. Esto hace que a veces tengamos que optar por alternativas que quizás no serían de primera elección de acuerdo con los estatutos, lo que puede aumentar el margen de error y por ende el riesgo de repercusiones legales contra el médico.
Este año no se han presentado tiroteos, como ha ocurrido otras veces, pero sí he presenciado golpizas de familiares de pacientes a médicos de la institución. Y bueno, los robos son el pan nuestro de cada día.
A mí me han agredido verbalmente muchas veces, pero gracias a Dios no se ha atentado contra mi integridad física. En una oportunidad tuve que desincorporarme una semana del hospital por las amenazas de familiares de un paciente, quienes ofrecieron agredirme físicamente. He visto también cómo han agredido a varios de mis compañeros. El médico venezolano está sometido al estrés constante al pensar que en cualquier momento habrá acciones físicas de familiares de pacientes en contra nuestra por la difícil situación”.
“Se robaban hasta la comida”
M. L. D., familiar de paciente del HUC
“A mi tío lo tuvimos hospitalizado en el servicio de Psiquiatría del clínico. Tenía 60 años de edad. Sufría esquizofrenia desde los 17 años y vivió controlado, pero hace unos tres años empezaron a escasear los medicamentos que tomaba y luego se enfermó de chikungunya. Eso lo descontroló. Dijeron que había que aumentarle la dosis de antisicóticos, pero seguíamos sin conseguirlos.
En una crisis sicótica agredió a mi abuela, por lo que decidieron internarlo. Como se había controlado en el clínico toda la vida, le consiguieron una cama allí. Con las crisis, él no quería comer ni dormir; lo que hacía era tirarse en la cama. Pasaba frío, se hacía las necesidades encima y nadie lo aseaba. Tenía que esperar que acudiera mi papá o mis otros tíos para que lo hicieran. Nada estaba seguro. Se robaban hasta la comida que le llevaban; la ropa y las sábanas limpias también se perdían.
En una oportunidad se cortó un dedo de un pie con los hierros de la cama que estaban oxidados. Se complicó luego con una infección y a las dos semanas le dio una neumonía fuerte. El médico lo refirió a la emergencia del hospital, pero allí no lo recibieron y estuvo de arriba a abajo hasta que al final le dieron una cama en la sala de reanimación, pero ya había desarrollado una sepsis. Entonces había que hacerle exámenes de laboratorio a diario, que tuvimos que pagar en laboratorios privados porque no había reactivos en el hospital.
Una sola persona se podía quedar acompañando al paciente. Aunque si bien la sensación en todo el hospital es de mucha inseguridad, al menos en el área de Emergencia es movido. Los pisos superiores se quedan muy solos, no hay vigilantes, ni siquiera luz. A las dos semanas de estar en esas condiciones, a mi tío le dio un paro respiratorio y finalmente murió”.