El cascarón de un viejo bus amarillo es el hogar de Sixto y su familia desde hace tres años. Aunque ni siquiera los protege de la lluvia, es su única opción en una crisis que dispara la pobreza en Venezuela.
El esqueleto metálico «no es habitable porque hace mucho calor y cuando llueve nos empapamos», comenta a AFP Sixto González, de 62 años, al describir la «chatarra» en la que viven al borde de una autopista en el agrícola estado Portuguesa, en el oeste del país. Tienen una sola cama, donde duermen su esposa María y él, mientras que su hijo adolescente pernocta en una hamaca.
Sus precarios ingresos los ubican en la franja de pobreza extrema, que en 2019 alcanzó 79,3% de los hogares venezolanos, según la Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI), realizada por tres de las principales universidades venezolanas.
Sobreviven con lo que cultivan en un pequeño huerto y con la venta de huevos de gallinas que crían libres en el patio, además de cajas de alimentos subsidiados distribuidas en un programa estatal y pequeños bonos que suelen recibir una vez por mes.
Por ello, tener casa es un sueño lejano para esta familia cada vez más castigada por la pobreza tras seis años consecutivos de recesión y casi cuatro de hiperinflación.
Buscando una salida acudieron a Octavio, un recolector de desechos metálicos en Guanare, la capital del estado, quien les regaló los restos de un autobús ensamblado por la empresa mexicana Masa.
Plantaron el oxidado armazón en un terreno otorgado por el gobierno al borde de una autopista que comunica a Portuguesa con el estado Barinas, tierra natal del fallecido presidente Hugo Chávez (1998-2013).
Sin neumáticos, el bus está muy lejos de parecerse a una casa rodante. Cubrieron su piso con cemento y piedras recolectadas de un río cercano y vaciaron concreto en el área del parabrisas para hacer una pared.
«Familia González Vargas», escribieron con marcador. A unos metros, levantaron un tarantín con un rudimentario fogón a leña.
«Quisiera tener una casita normal como cualquier persona, con su cocina, su sala, que mi hijo tenga su cuarto», anhela María Vargas, esposa de Sixto, que asea el bus con una escoba hecha con un puñado de arbustos.
María hojea una carpeta con «papeles» que introdujo hace seis años en la Misión Vivienda. Un programa creado en 2011 por Chávez mediante el cual, según su heredero, Nicolás Maduro, se han entregado más de 3 millones de casas a familias pobres. La oposición y especialistas cuestionan tal cifra.
«Pero nunca me dieron respuesta», comenta la mujer de 37 años, que bombea agua de forma manual desde un manantial subterráneo con una antigua manivela.
Sixto, delgado y de cabello cenizo, mastica hojas de una hierba medicinal que llama «insulina», esperando contrarrestar su diabetes.
Aunque suelen ver los reportes oficiales sobre la pandemia de covid-19 en un viejo televisor, dicen que les inquieta más la enfermedad de Sixto y la falta de medicinas para tratarla, pues creen vivir lo suficientemente aislados para eludir al coronavirus.
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