Con el aumento del número de familias que no pueden cubrir los requerimientos mínimos para alimentarse ni pagar los servicios básicos, y el incremento del desempleo, es frecuente observar que cada vez más adultos, niños y adolescentes se ven obligados a dedicarse a la mendicidad. En muchas ocasiones lo que piden las personas no es dinero, sino alimentos que las ayuden a sobrevivir. Voceros de ONG advierten que el Estado no da una respuesta
Frank Mejías, de 37 años de edad, quedó “en el aire” cuando hace siete meses perdió el puesto de obrero en una constructora. El hombre, que vive en la calle 9 de Los Jardines de El Valle, recuerda que hasta hace algún tiempo su salario era suficiente para comprar ropa y zapatos y que nunca le faltó dinero para adquirir la comida de sus hijos.
El prolongado desempleo y la crisis económica lo han obligado a hacer algo que para él es inédito: salir a pedir limosna en las calles. “Tengo tres hijos, la más pequeña tiene un año. Mi esposa tampoco trabaja. Mi familia no me ayuda. No estoy llevando a la escuela a los más grandecitos, que tienen ocho y cinco años, pues ya no tengo ni para el pasaje. Por eso me vi en la obligación de pedir lo que sea. Me da mucha pena porque a veces me encuentro con gente conocida. Pero con lo que me dan puedo llevar algo de comida a la casa”, dice.
Mejías es el retrato de un fenómeno cada vez más frecuente: la agudización de la crisis empuja a la mendicidad a personas que hasta hace poco cumplían una actividad productiva. Esto ocurre en un contexto en el que ha crecido el número de venezolanos en pobreza. Las últimas cifras de la Encuesta Condiciones de Vida, realizada por las universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar, indican que 8 de cada 10 hogares del país no tienen recursos para acceder a los bienes mínimos.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe define la pobreza por ingresos como la insuficiencia de recursos monetarios para adquirir una canasta de consumo mínima aceptable socialmente. En 2016 81,8% de los hogares venezolanos podía considerarse en esa situación, mientras que en 2017 la cifra aumentó a 87%, según la encuesta. De la población en esas condiciones, 56% calificaba como pobreza reciente, mientras que 30% se considera pobreza crónica, más difícil de superar.
Además, la misma Encovi señaló en su última medición que la tasa de desempleo se incrementó de 7,4% en 2016 a 9% en 2017. Esto significa que un poco más de 220.000 personas se quedaron sin trabajo en el último año.
Actualmente un trabajador requiere 50 salarios mínimo para cubrir la canasta básica alimentaria de 19,8 millones de bolívares, según cálculos de febrero del Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores. El sueldo mínimo y el bono de alimentación apenas suman 1,3 millones de bolívares. Un trabajador que gana salario básico más bono no puede proveer los alimentos necesarios para su familia, así que menos podrá hacerlo si está fuera del campo laboral. El bajo poder adquisitivo tampoco permite comprar medicinas, pagar servicios y mucho menos recrearse.
Francisco Bruzco | Crónica.Uno
Nomadismo urbano
La socióloga Lisette González, profesora de la UCAB, traza una línea divisoria entre la indigencia y el auge de la mendicidad que se percibe en las ciudades: “Hablamos de indigentes cuando las personas se quedan sin hogar, cuando por problemas de adicciones o enfermedades mentales terminan en las calles. Esto puede incluir también a los niños que huyen de sus casas porque son víctimas de la violencia. Lo que estamos viendo ahora, sin embargo, es que la agudización de la pobreza y la falta de acceso a los alimentos están impulsando a muchos a salir a pedir. No tenemos un censo, no es fácil saber las cifras, son sujetos que se mueven de un lado a otro buscando cómo sobrevivir”.
La Encovi indica que aproximadamente 8,2 millones de venezolanos ingieren dos o menos comidas al día, y la alimentación es de mala calidad. Ante las dimensiones de la crisis, los albergues institucionales, públicos y privados –que alguna vez pudieron prestar apoyo adecuado para ayudar a personas en condiciones de vulnerabilidad– ahora son insuficientes y están faltos de presupuesto, sin capacidad de respuesta para servir de muro de contención de este problema.
Si una persona queda en situación de indigencia, el problema es más complejo de resolver, reflexiona González: “Una vez en la calle, se pierden los vínculos sociales; es decir, el afectado pierde sus nexos con el trabajo, con la escuela, con las amistades, con la familia, con las instituciones formales de la sociedad civil, y recuperar eso va a ser difícil. Así regrese toda la comida a los supermercados y se reactive el aparato productivo, recobrar ese contacto con el mundo social no es fácil. La gente se queda atrás, marginada”.
Francisco Bruzco | Crónica.Uno
Explotación infantil
Quienes piden en las calles a veces ni siquiera quieren dinero, sino que prefieren alimentos. Es el caso de un muchacho de aproximadamente 13 años de edad, quien cuenta que vive en un edificio de la Misión Vivienda en el paseo Los Ilustres y pasa todo el día en las calles buscando comida para llevar a casa. En la espalda carga un morral tricolor de los que se han entregado como parte de los operativos del Ministerio de Educación, pero no contiene útiles escolares sino restos de pan y de dulces que logró recolectar en una panadería en Los Chaguaramos, a menos de 100 metrosde la Procuraduría General de la República.
Tiene aspecto descuidado, sin higiene. Forma parte de un grupo de aproximadamente ocho adolescentes que también llevan ropas hechas harapos. “A veces dormimos en la calle. Entre todos nos cuidamos”, dice.
El sociólogo Luis Cedeño, director del Observatorio de Delito Organizado y Paz Activa, alerta que cuando se suman menores de edad a esos contingentes de personas obligadas a pedir en las calles, existe riesgo de que ocurran formas de explotación. “Hay grupos que son muy vulnerables y entre ellos están los niños, las niñas y los adolescentes”, señala.
Cedeño afirma que la mendicidad infantil puede considerarse una forma de esclavitud moderna. “No es lo mismo darle comida a un niño que a un adulto. Uno dice que como buen samaritano lo ayuda, pero estamos viviendo la peor crisis de la historia y hay que pensar que detrás de esos muchachos puede haber un adulto que se aprovecha de la situación”.
Le preocupan los casos en los que se obliga a los más jóvenes a mendigar para poder tener alimentos, no solo para ellos sino para toda la familia. “Quien debería ocupar ese papel es el padre, no el pequeño”. Recuerda que como parte de ese grupo hay niños y adolescentes que participaron en las protestas de 2017, “y quedaron como un remanente en las calles”.
Indica que en el otro extremo están las personas mayores o con discapacidad, que en ocasiones también son utilizadas para causar lástima. “Las dejan en una esquina, las victimizan, las ponen a pedir. Así están desde la mañana hasta la tarde, cuando las recogen. Eso también es una explotación que se ampara en la necesidad”.
Manos extendidas
En los cuatro puntos cardinales de Caracas se puede encontrar personas en la indigencia y otras que, a pesar de que tienen hogar, se han visto obligadas a salir a pedir o a buscar alimentos incluso en la basura. Se agrupan más donde hay botaderos ilegales de desperdicios, en iglesias y zonas residenciales en las que se organizan ollas solidarias, así como en los alrededores de mercados municipales.
Uno de los sitios que puede servir de termómetro para evaluar lo que pasa es la calle que une el expropiado centro comercial Sambil de Candelaria con la avenida México. En una iglesia evangélica cercana se reparte comida y desde muy temprano en la mañana pueden verse personas en la indigencia que comienzan a hacer una fila, a la que luego se van sumando hombres y mujeres de todas las edades, algunos con ropas de oficinista y otros hasta con niños en brazos.
El director de la organización no gubernamental Convite, Luis Francisco Cabezas, señala que esa situación se repite en otras partes del país. “Hay quienes si bien tienen un techo donde dormir, no tienen para sobrevivir. Estamos viendo ahora abuelos que llegan con niños llevados de la mano y cuentan que están solos, que se los dejaron sus padres que se fueron de Venezuela y no tienen cómo mantenerlos. Es una situación muy triste”, expresó.
Si bien un sentimiento de solidaridad impulsa a muchos a compartir la comida y a brindar algo de ayuda a quien la necesita, Cedeño recuerda que no es suficiente. “Los ciudadanos tienden una mano, cuando el que debe dar la respuesta es el gobierno, que obviamente no está aplicando las políticas correctas”, dice.
Casas hogares también en crisis
Las casas de atención y los comedores populares –que podrían servir de paliativo contra la crisis– están cerrados o abarrotados y muchas no cuentan con recursos para mantenerse, alerta Luis Francisco Cabezas, director de la ONG Convite.
Ejemplo de ello es la Casa Hogar El Valle, donde, según la hermana María de Los Ángeles, han sobrepasando la capacidad de atención. “Cada vez viene más gente. Son familias enteras, hasta indígenas han llegado cuando hacemos los operativos especiales. Esto viene ocurriendo desde este año”, manifestó.
Ese centro, que abrió hace cuatro años, comenzó atendiendo hombres con problemas de adicción y de comportamiento. Ahora, en una sola jornada extraordinaria –que se hace 2 veces al mes– asiste a un promedio de 200 personas.
Diariamente puede recibir a 80 personas, cuando en sus inicios atendía a cerca de 50. Llegan niños, mujeres y adultos mayores que no han comido durante todo el día.
“Hasta conseguir jabón es difícil. La comida tampoco es fácil. Recibimos donaciones, pero cada vez hay más gente en situación de calle por la pobreza”, indicó la religiosa.
Incógnitas de una misión
A principios de 2018 se celebraron los 12 años de la Misión Negra Hipólita, fundada por el presidente Hugo Chávez. El jefe del Estado, Nicolás Maduro, ofreció en enero darle un reimpulso: “Yo quiero centros de atención de la Misión Negra Hipólita en todo el país, y que el movimiento Somos Venezuela se encargue para que en Venezuela no haya ni una sola persona en situación de calle”, dijo. Sin embargo, es difícil conocer la situación del programa. Una fuente del centro que está en el antiguo edificio El Chorro, que pidió reservar su nombre, señaló que en Caracas hay cinco sedes, entre ellas la que se encuentra en la avenida Universidad, una en Quinta Crespo y otra en San Bernardino.
Una nota de de la agencia oficial de noticias AVN señala que quienes solicitan asistencia de la misión deberían recibir durante 10 meses un tratamiento gratuito con personal capacitado y pasar al menos por 3 etapas: atención inicial, un tiempo en “comunidades terapéuticas socialistas” y orientación familiar. Un funcionario de la misión señaló extraoficialmente que sí ha subido el número de ciudadanos solicitando ayuda –techo y comida– pero no reveló cuántos.
Lea el reportaje original en Crónica.Uno