Una década atrás una bala perdida le quitó a su único hijo, de 10 años de edad, cuando jugaba fútbol en una cancha en Santa Teresa (Miranda). El asesinato del niño hizo que su esposo enfermara, cayera en cama y tiempo después, muriera. Quedó sola y decidió mudarse hacia otro lugar donde tuviera compañía.
Yuzmarilis Azuajes, de 42 años de edad, debió rehacer su vida cerca del único familiar que le podía tender la mano en ese momento: su abuela, quien vivía en Petare, cerca de la carretera 37.
Años después su familiar murió y ella decidió hacer vida con Óscar Mejías, de 52 años, con quien actualmente tiene un hijo de dos meses, y con quien enfrenta la crisis que atraviesa Venezuela.
Ambos están desempleados. Sin embargo, Mejías sale a “rebuscarse” dos días de la semana cargando bombonas de gas por las calles empinadas de Petare. “Con eso nos ayudamos. Bueno, y yo rasguño por ahí y vemos qué conseguimos”, aseguró el hombre durante una entrevista exclusiva con El Nacional Web.
Mejías contó que cobra “por bombona” y que un día en el que cargue ocho cilindros puede comprar dos huevos o harina detallada.
“Medio compro cuando conseguimos algo por ahí. Una sopita detallada, una bolsita de leche, una tetica (una bolsa que los vendedores rellenan con alimentos como: leche, arroz, azúcar, con un precio más bajo que el empaque completo)”.
Al bebé lo alimentan solo con leche materna y un día normal, según aseguraron ambos, comen “lo que se consiga”. “Siento impotencia por como estamos viviendo», expresó Azuajes.
Una puerta de zinc, maderas podridas, y un mini pasillo oscuro muestran el hogar de la pareja, ubicado en el sector Los Andinos. Una cama individual, con el colchón desgastado es la cuna, el refugio y el hogar de los tres. En medio del cerro, este es su “lugar seguro” a pesar de que las gotas atraviesan el zinc cuando llueve.
Un bombillo mal guindado, con el que se tropiezan cada vez que se movilizan en la vivienda, una cocina oxidada, unos bloques rojos en mal estado, unas tablas en malas condiciones y que sirven como sostén del techo y que, además, ayudan a guindar bolsas con medicinas y una que otra prenda de vestir, componen el lugar.
Hasta ahora no han tenido ayuda de las autoridades. Lo único que piden es una colaboración para “medio arreglar esto” (refiriéndose al sitio donde viven) y artículos para el cuidado y la alimentación de su hijo (leche, pañales y comida).
“La situación ahorita es brava”, aseguró Azuajes mientras amamantaba a su bebé. Su mirada, perdida y nostálgica, refleja —al igual que la de cientos de venezolanos— los estragos de la crisis que diariamente enfrentan para intentar sobrevivir en Venezuela.