En medio del estruendoso sonido del reggaetón, el ruido de las motos y los gritos y risas de los niños, una joven de 18 años de edad se asoma al balcón de una humilde casa. Su rostro, que refleja esperanza y optimismo, contrasta con uno de los barrios más peligrosos de América Latina.
Greys Lizarazo vive con sus padres en la zona 6 del barrio José Félix Ribas, en Petare. Nació con el síndrome de bandas amnióticas, padecimiento que impide el desarrollo de algunas partes del cuerpo, como los brazos y los labios. La han operado cinco veces.
El temple y la constancia de la joven es motivo de admiración para quienes la conocen desde su niñez. Desde muy pequeña, y con ayuda de su familia, aprendió a hacer de sus pies sus mejores brazos.
«Todo lo he hecho con los pies. (…) Yo escribo, como, hago pulseras, tiendo mi cama. No siento que tenga limitaciones porque mi familia me enseñó a ser independiente, siempre me dijeron que tenía que hacer mis cosas sola», afirmó.
Lizarazo nunca pudo estudiar por falta de transporte para facilitar su traslado desde la populosa barriada hasta una institución. Sin embargo, eso no fue una limitante. Sabe leer y escribir, conoce los pasajes bíblicos y los libros de historia son sus favoritos.
A la joven también le encanta estar en la computadora y se mantiene enfocada en sus planes: un curso de computación y, sobre todo, estudiar Periodismo.
“Me gustaría estudiar, ser periodista. Siempre me ha llamado la atención esa carrera porque me parece que esas personas hacen muy buenas labores”, dice Greys, quien no duda en asegurar que es muy afortunada. Considera que las verdaderas dificultades las viven otras personas que también están cerquita de ella: los que pasan hambre.
A pesar de residir en un barrio donde la pobreza y la inseguridad se huelen, siempre ha contado con sus familiares. Confiesa que ya no comen las mismas cantidades de antes, pero hasta ahora, y “gracias a Dios”, el plato de comida sigue diciendo presente en su mesa.
“Nada es como antes, pero siempre hemos tenido para, al menos, comer alguito”, afirma Lizarazo, que no ve en su enfermedad un obstáculo.
Considera que su condición es un incentivo para continuar luchando por ella e inspirar a otros. Es un motivo para seguir adelante y tener metas, a pesar de todas las dificultades que se presentan. Sabe bien de lo que habla.
“De nada nos sirve quejarnos y no luchar por lo que uno quiere. A mí me da fuerzas mi mamá, ella me motiva y yo a ella, por eso hemos podido salir adelante”, asegura.
La joven que hizo de sus pies sus mejores brazos sigue leyendo y esperando la oportunidad de poder hacer su anhelado curso de computación. Mientras se distrae con los libros y las pulseras. Eso y el balcón, el lugar desde donde ve la perspectiva del mundo que ella conoce y que le tocó vivir. Sigue en Petare.